martes, mayo 11, 2010

¿No es sólo la economía, estúpido?- (Diario El Columnista 11/05/10)

Desde hace unas semanas he venido analizando a los candidatos y a las campañas sin ánimo de perturbar, sino en el de abrir el debate a las ideas. Porque son ideas –luego convertidas en acción política- lo que los ciudadanos buscamos antes de ir a las urnas. ¿No entenderán los asesores de los aspirantes a gobernarnos que ya nadie cree en promesas? Calles pavimentadas, por ejemplo. ¿Cuántas faltan? ¿Alcanzará el dinero de los ciudadanos para que nuestros gobernantes sigan siendo malos albañiles? A las promesas ahora las arropan (me encanta ese verbo típicamente priísta) con la suscripción de compromisos: por la economía, por el abatimiento de la pobreza, por la calidad de la educación, y un sinfín de etcéteras. Y siguen creyendo que tomarse la foto con unos cuantos notables del ramo –empresarial, sobre todo- va a traerles votos. Ahora valdría cambiar la vieja frase del sistema: El que sale en la foto no hará nada por Puebla.

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Estoy seguro que los candidatos y sus equipos de campaña –tan costosos, tan enormes, tantas veces tan inútiles- tienen en sus diagnósticos del estado muy claras las prioridades de los votantes: seguridad, empleo, educación. En ese orden, si no me equivoco. ¿Cuánto de eso que los votantes anhela está en el verdadero margen de maniobra de un gobernador, ya no digamos de un presidente municipal o un diputado local –pocos ciudadanos saben qué demonios hace un diputado y le piden, por ejemplo, agua potable, no leyes? En el DF, por ejemplo, no hay otro eslogan desde hace tiempo en una campaña que el que tenga que ver con el combate a la inseguridad (¡O cumplo, o renuncio!, decían los pendones de un candidato delegacional, como si no fuese ese mandato por el que se jura al tomar posesión de cualquier cargo, como si dijera: ¡En este país de ineptos nadie funciona pero todos cobran! Rafael Ruiz Harrel lo resumió en una frase: exaltación de ineptitudes.). Y sin embargo vivimos presas del miedo, secuestrados por una minoría armada (del lado del poder y del lado del crimen organizado) que según cálculos no supera los ciento cincuenta mil sicarios. ¡En un país de cien millones! ¿Se puede amurallar, cercar a Puebla para que no la contamine la guerra contra el narcotrafico, el secuestro express, el robo habitacional?

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Por otro lado el empleo y la educación requieren planes serios de atracción de inversión extranjera. No vale sólo decir que se crearán veinticinco mil empleos o que tendremos un PIB superior a la media nacional. Vale decir, primero, cuántos empleos se necesitan en Puebla, cómo se los conseguirá en seis años, con qué estrategias (la media del PIB es de por sí ridícula, hoy un mexicano gana la mitad que un brasileño). La riqueza del estado no viene por decreto ni por buenas intenciones. Se necesita una estrategia integral que no hemos escuchado aún y que no tiene que ver con los empresarios que ya hay en Puebla y que no tienen tampoco la holgura para hacernos crecer. Las universidades y los tecnológicos tienen que trabajar cercanamente a los empresarios locales y quienes puedan invertir en Puebla porque nos falta mano de obra calificada, desarrollo y transferencia tecnológica y la formación de científicos, investigadores, ingenieros especializados que nutran esas plantas posibles. Hace tiempo con mi amigo, el entonces embajador de Francia en México, Phillipe Fauré –formado en la élite europea, antiguo director mundial de una empresa de seguros, hermano del CEO de Renault-Nissan-, intentamos que el entonces secretario de desarrollo económico presentara Puebla a la posible inversión extranjera (se trataba de cuarenta empresarios y gerentes mundiales que cenarían en la Embajada de Francia en el Distrito Federal). El asunto se limitó, de verdad, a la presentación de un penoso video de Puebla que recordaba a esos clips antiguos de Demetrio Balbitúa que nos soplábamos en las salas de cine en los años setenta). Huelga decir que el resultado fue nulo. La promoción económica no puede hacerse como si se quisiera atraer a un turista a dormir dos noches en nuestra ciudad, ¡por favor!

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Philippe Fauré me dijo entonces: “El problema con ustedes es, muchas veces, su complejo de inferioridad”. No necesito agregar nada.

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Me pregunto, entonces, de qué forma recomponemos a una Puebla que se ha ido pauperizando, que ha dejado de tener liderazgo alguno –ni en lo político, ni en lo intelectual o artístico, ni en lo económico. No se hace, ya lo dije, sino con inteligencia, la que parece ausente por completo. Estoy seguro que si un candidato –cualquiera- dejara de preocuparse por el rival y se concentrara y ocupara por juntar ideas, voluntades, posibilidades de acción y las compartiera decididamente ganaría aplastantemente. ¡No se necesita un debate para eso, que será descalificatorio, ya lo estoy viendo!

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Hace tiempo que me queda claro que la patria –la nación- es fálica, patriarcal, es la Ley del No, los Nombres del Padre Lacanianos. El estado –la matria- es un superego materno irracional que no sabe ni atina a comportarse con una verdadera lógica matriarcal. Para decirlo sin sicologismos: Puebla no sabe ser frente a la República, perdió su lugar entre los “hijos bastardos” del federalismo hipócrita que es México. Lo que ocurrió aquí con nuestro malhumorado e inepto presidente el 5 de mayo es una muestra fehaciente de la falta de respeto, es cierto, pero también de nuestra incapacidad de ser independientes, de protestar, de construir nuestras vidas de manera seria y autónoma. Lo he dicho varias veces: la poblanidad como tal es una inmadurez, una eterna adolescencia que se refugia en el pasado –la casa materna- para evitar la ley del Padre, el presente de trabajo, desarrollo, madurez. En Puebla no aplica la frase de Clinton, aquí mejor digamos: No es sólo la economía, estúpido.

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Veamos, simplemente, los espectaculares. Un candidato no nos ve, mira a otro que han hecho nebuloso en photoshop. El otro candidato nos mira y sonríe; junto a él–sin interacción plástica alguna- aparece un potencial representado: una mujer, un indígena, un discapacitado. En ambas propuestas ese es el problema central que oculta, a mi juicio, uno de mayor fondo: no existe el ciudadano. Se trata de meras abstracciones –una nuca metonímica, una silla de ruedas vanamente metafórica. En las democracias modernas el ciudadano, el individuo no existe. Se hacen campañas para las masas indiferenciadas. No se trata de este votante concreto al que le hace falta un rosario completo de cosas, no. Se trata de un significante vacío al que la estrategia simplemente alude. Y es que no se trata, parece, de convencer, sino de vencer mediante la única estrategia visible: el posicionamiento mediático. Pero resulta que un candidato no es una marca, ni siquiera el partido político que representa es una marca. En Medellín, por ejemplo, Sergio Fajardo –un ejemplo de político ciudadano de verdad- fue casa por casa, a los mercados, a las tienditas. Y les dijo uno por uno, lo que pensaba hacer, para qué pensaba hacerlo. En Florida Obama y sus huestes hicieron lo mismo: convencer en una campaña de tierra. Lo que quiere decir: aterrizada. Ambos ganaron –Fajardo y Obama- aplastantemente.

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Y lo peor entonces es que votamos –democráticamente entonces- por individuos que tomarán al menos 90% de sus decisiones de gobierno de forma antidemocrática…

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Lo que me temo es que lo peor –no lo mejor- está por venir. Descalificaciones, guerra sucia, patadas de ahogado mientras se acorten los tiempos electorales. Nulas ideas, mientras tanto. Nada que ver, oír, discutir en estas ya escasas seis semanas que nos quedan por sufrir.

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Jugando con Lacan –y con Ubu Rey de Alfred Jarry, podemos decir este chiste que resume nuestra fijación narcisista y nuestra falta de propuestas: “¡Viva Puebla!, porque si no hubiera Puebla, no habría poblanos”

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