sábado, febrero 28, 2009

Opinión-Soufflé poético por Israe León O’farril (La Jornada de Oriente (24/02/09)

La poesía suele ser un tema espinoso, sobre todo cuando lo tocamos en ciertos círculos, concretamente en aquellos donde se duda de la virilidad de aquel a quien dice gustarle. Como he comentado en otras ocasiones, la poesía para muchos es una cuestión de mariquitas o de ñoños que no pueden conquistar al público femenino con la simple presencia masculina, paquete de por medio; a la vez, suele confundirse con líneas cursis que se recitan a adolescentes inflamadas de hormonas, líneas salidas generalmente de telenovelas más cursis aun, si es que eso es posible. Incluso pueden ser obtenidas enviando “poema al 71111”, integrando la maravillosa tecnología a la destrucción de la verdadera poesía. Recuerdo que alguien mencionó por ahí cuando pregunté por algún poeta del momento que Arjona era un excelente ejemplo.
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La poesía ha de enfrentar otro problema fundamental: la incomprensión. Cuántos de nosotros nos hemos encontrado totalmente confundidos y patidifusos ante las elucubraciones de un escritor que seguramente se dio una cruzada entre solventes, hierba y peyote, especialmente cuando nos adentramos a la poesía contemporánea, donde priva el verso libre sobre la métrica y rima. Resulta cada vez más difícil diferenciar entre poesía o masturbación mental. De cualquier manera, la poesía no debe buscar ser clara, no ha de encantar a almas simples que no busquen complicaciones. Ha de ser pulso de época, enfrentarse al ser y sus circunstancias para dotarle de voz; y dicha voz dista de ser asible por medios mortales y por supuesto no es mensurable por métodos científicos, por más que los lingüistas así lo digan. Por cierto, uno no se mete a leer un libro de poesía de un tirón, sino que se deja cautivar sutilmente por algunas líneas, y ha de leerse y leerse para poder realmente extractar todo el jugo de las palabras, de los ritmos, de los juegos. En este momento he de confesar que soy un lector púber de poesía, empecé quizá demasiado tarde. No obstante, me parece que ese descubrir ha sido, por decir lo menos, en extremo agradable.
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Por supuesto, entrarle a la poesía requiere sacrificio personal y en ocasiones, literalmente cometer suicidio social, pelearse con los padres, hermanos y novias superficiales... requiere en pocas palabras lanzarse a un mundo fuera de lo normal.
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Decía un amigo boricua y excelente poeta que si una línea de un poema nos gustaba, entonces la poesía completa había cumplido con su cometido. Me parece un punto de partida genial. Sin embargo, para todos aquellos que decidan emprender su entrada a la poesía, puedo recomendar una receta fundamental.
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Quizá se pudiera empezar con una leve pizca de Sabines, que a la par de ser rico en expresión, es bajo en metáforas complejas que nos provoquen un infarto por coagulación poética. Más adelante, pudiéramos añadir un tanto más de Benedetti, ligero y entrañable como pocos, además de que no aumenta esa llantita incómoda en el costado del intelecto. Revuelva suavemente con un puñito de Lorca, Alberti, Cernuda y aderece al gusto con Neruda... tendrá un leve sabor surrealista que bien se queda en el paladar.
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Acto seguido, cernir un poco de Villaurrutia sobre una base de Novo, mezclar copiosamente con Pellicer y matizar con un tanto de Maples Arce, hornear media hora hasta dorar. El resultado tendrá un buqué vanguardista, con gusto a conflicto y pinta individualista. Lo contemporáneo le dará un ligero toque moderno y ciertamente escurridizo, difícil de atrapar.
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Ya que estamos en eso, igual y le entramos con dos cucharadas de Taboada para conseguir un auténtico sentido oriental al guiso; y si se prefiere, incluso un poco más de Baudelaire, Rimbaud, Valéry, para dotarlo con algo de deliciosa malicia que nunca viene mal.
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Como postre, y excelente preámbulo al escarceo del ayuntamiento carnal posterior a la cena, bien se pueden paladear unos toques de Girondo, que a fuerza de simpleza, nos explota en la boca como una pléyade de sensaciones diversas. Pudiera sugerir un barroquísimo vino para acompañar la cena con algo de la décima musa, o quizá un tanto de Lezama, pero me dan harta güeva, además de que igual perdemos el subsecuente encuentro carnal. Mejor le entramos al mismo Sabines cosecha del 51.
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En fin, la poesía, como hemos dicho bien puede cambiarnos la existencia cuando aflojamos el cuerpo y los sentidos. Vivimos en un mundo tan soezmente material y pragmático, que aspectos tan etéreos nos parecen inútiles, vanos. Y aunque hay que tragar y cuentas que pagar, la poesía puede ser un excelente escape para no pensar en el abono de la colcha. Después de todo, igual y hasta un poco de sexo nos consigue. Si eso no les es suficiente, entonces mídanse el pulso, probablemente ya han muerto.

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