martes, febrero 24, 2009

Cartesiana

Diario Milenio-México (23/02/09)
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La Periodista y yo coincidimos como presentadores de un libro. Aunque nunca nos habíamos topado cara a cara hasta entonces, yo tenía noticias suficientes de quién era ella y ella creía saber a la perfección quién era yo, de ahí que me recibiera con un “Qué bien que hayas logrado un espacio cultural en Televisa; lo único que me preocupa es ¿cómo vives con la autocensura?”. En vano hube de explicarle que, a lo largo de casi dos años que llevo trabajando en dicha televisora, nunca he sido víctima y ni siquiera testigo de episodios de censura, ya infligida desde dentro, ya desde fuera. Y digo en vano porque no hubo manera de convencerla de ello. (Acaso valga consignar aquí que La Periodista trabaja en La Jornada).
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Minutos después presentábamos ya el libro y ella aprovechaba cada oportunidad para digresiones pasionarias en las que enarbolaba una agenda a todas luces política y, sobre todo, para hacer mofa, a mi juicio paranoide, de la empresa en la que trabajo y de lo que ésta, a su entender, representa. Me declaro culpable: no pude sino contestarle con la expresión de mis fuertes reservas a propósito de su visión y de la del medio en que colabora. La cosa terminó (casi) en pleito, para deleite de la concurrencia morbosa y gozosa y de la representante de la editorial, feliz de haber brindado al público un buen espectáculo y de haber postulado el libro presentado como capaz de generar consensos en virtud de su calidad, incluso entre personas tan opuestas como La Periodista y yo.
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Cuando menos entretuvimos. (El entripado quién me lo quita).
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El sábado pasado vi una película que me gustó mucho. Trata de un cura, que puede o no ser compasivo, que puede o no ser generosísimo, que puede o no ser inmoral, que puede o no ser pederasta. Su némesis es una monja, que puede o no ser un monstruo de oscurantismo y de conservadurismo, que puede o no ser una mentirosa a su vez inmoral (y por tanto puede o no ser una traidora a los principios de la fe que con tanto celo profesa), que puede o no ser una heroína, que puede o no ser la salvadora de generaciones de niños por venir.
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La acción esta ambientada en 1964. El cura y la monja trabajan en una escuela religiosa en la que, gracias a una beca, acaba de matricularse un primer alumno negro. El cura es particularmente amable con este alumno negro: se erige no sólo en su único amigo en ese entorno hostil y nuevo sino en una suerte de figura paterna, fuente de escucha y orientación cuando, en casa, su propio padre no le prodiga sino gritos y golpes. Un día, el alumno negro es llamado al cubículo del cura y regresa a clase en actitud de desazón y con aliento alcohólico. Sin más información que ésa, la monja se convence de que el cura ha abusado sexualmente del niño. Acosa y después acusa al cura, pero no logra extraerle una confesión y menos una renuncia. Habla con la madre del niño pero ésta, consciente de la homosexualidad incipiente de su hijo, de las palizas que le propina su padre por ello, de lo solo y desamparado que está el niño y de que su permanencia en la escuela parecería su única vía para salir de la pobreza, le manifiesta su beneplácito por la relación de éste con el cura, sea ésta de naturaleza sexual o no: al menos alguien lo atiende y lo escucha. Pese a ello, la monja cree su deber alejar al cura de la escuela: así, urde una mentira para atemorizarlo y logra que pida su cambio a otra congregación. Al final, el cura es transferido a otra escuela, más prestigiada, más poblada. Al final, la monja rompe en llanto. ¿Ha sido injusta o justa con el cura? ¿Ha salvado o condenado al alumno negro? ¿Ha faltado a sus votos con su mentira? ¿Ha puesto en riesgo ahora a más niños? Lo único cierto es que sus certezas se tambalean. Ahora duda.
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-Ceno con El Escritor. Le narro mi encuentro con La Periodista, anticipando su simpatía conmigo. He aquí, sin embargo, que El Escritor y La Periodista también son amigos. Y que, si bien El Escritor no comparte sus ideas, tiene afecto por ella y el mayor de los respetos por su trabajo. (En ello tiene razón: La Periodista es solemne, sí, pero también seria.) Así, no puede evitar lanzarme una pregunta azorada:
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— ¿Pero por qué te cae tan mal?
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Antes de responder, me tomo unos segundos para meditar mi respuesta (la pregunta lo amerita):
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—Porque me cuestan mucho trabajo las personas que tienen certezas.
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Sólo entonces accede El Escritor a brindar conmigo.

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