martes, febrero 24, 2009

El sueño de ser otro

Diario Milenio-México (23/02/09)
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1 De la sangre al espíritu
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Alguna vez ha dicho Javier Bardem que su sueño de actor sería llegar a viejo y reunir en una sola habitación a cuanto personaje ha interpretado, esperando que fueran todos tan diferentes que no pudieran entenderse entre sí. Para los detractores del actor, que ya sólo por serlo tienen ante sí una labor titánica e ingrata, semejante declaración es constancia sobrada de megalomanía, pero lo cierto es que hasta hoy nadie le ha visto a Bardem dos personajes afines. Inquisidor, sicario, desempleado, escritor, policía, Village People, cuadrapléjico, con cada uno se ha inventado de nuevo y es seguro que entre ellos jamás se han dirigido la palabra; si han de estar juntos es para formar parte de una tribu imposible, su Village People personal. Todo lo cual, parece, no acaba de ser grato a los ojos de aquellos entre sus detractores que lo son con mayor virulencia porque se consideran parte de su tribu.
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Pierde el tiempo quien busca explicaciones razonables a los celos tribales, fruto de alguna mezcla emponzoñada de envidia, despecho, frustración y revancha, entre otros pestilentes ingredientes. Vale más, para el caso, apreciar a esta expresión folclórica del rencor por la riqueza de su aportación. Escuchar en las calles de Madrid denuestos repetidos contra un actor de la calidad de Javier Bardem parece francamente estrambótico, aunque seguramente menos de lo que se verá de aquí a unos años, cuando sus malquerientes se miren finalmente obligados a frenar el mezquino regateo y benévolamente le perdonen la vida. ¿Cómo certificar que uno hace bien las cosas, sino mediante el generoso juicio reprobatorio de los guardianes del espíritu tribal? ¿No es verdad que lo que estas personas más aprecian y esperan es la repetición prosaica y desvergonzada de lo que antes ya vieron y disfrutaron? ¿Cómo se atreve Bardem a ser otro, y otro, y otro, con la correspondiente dificultad para volverlo símbolo de nada o ejemplo para nadie? ¿Qué le cuesta ser lo bastante humilde para aburrirse un poco mientras sus detractores se divierten? Me queda la impresión de que si un día Bardem les diera gusto, por esa sola causa lo crucificarían. Lo menos fotogénico de los celos tribales no es que les falte causa, sino que acepten una u otra cualquiera con tal de seguir vivos y calientes.
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2
Videntes y autodidactas

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Uno de los aspectos en teoría entrañables del sentimiento de tribu tiene que ver con el convencimiento de que se pertenece a ella en cualquier circunstancia, pero pasa que tanta coincidencia de vísceras dificulta advertir que la entidad tribal carece, entre otras cosas, de cuerpo y opinión, y puede ser tan grande o tan pequeña como resuelvan quienes se expresan en su nombre. Un grupo de exaltados, una camarilla, una banda de asesinos. Cualquiera puede hablar en nombre de la tribu y echar pestes de quien juzga que ha traicionado su espíritu. Pues quienes interpretan el sentir de la tribu encuentran que la suya es ánima quisquillosa. Qué trabajo sabroso debe de ser ese de encontrarle alma a los conceptos y dialogar con ella de tú a tú. Invocar, por ejemplo, ya no al abuelo ni al marido difuntos, sino al Espíritu de la Mexicanidad. ¿Quién necesita un médium para esa chamba, si ya a todos nos consta que dicho fantasmón habla hasta por los codos que tampoco tiene? ¿Cómo quieren que uno le pague algún respeto al tal espíritu, cuando éste tiene la costumbre de elegir por voceros a los más ignorantes, insidiosos y falsos entre sus lamesuelas?
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No es, por supuesto, un mal exclusivo de mexicanos y españoles, y quizá forme parte de la razón de ser de toda tribu. No se espera que se abran las tribus por gusto, ni que sus miembros más talentosos asciendan más allá de lo tolerable. Cierta vez, un amigo australiano se gastó un par de horas intentando explicarme por qué los australianos que conquistaban el mercado norteamericano dejaban para siempre de ser australianos. De los Bee Gees a Nicole Kidman, pasando por Paul Hogan y cualquier otro actor que haya interpretado en Hollywood a un connacional suyo, le parecían todos gringos inconfundibles. Nada muy diferente decían los brasileños de Tom Jobim, que vivía habituado a la reverencia de todas las tribus y el desdén de la propia.
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3
Nostalgia por el otro
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Pergeño estos renglones luego de ver la entrega de los Independent Spirit Awards, un ritual refrescante que se ahorra en pompa y mal gusto lo que invierte en ingenio y espontaneidad. Razones más que buenas para que sea completamente opacado por la gala del Óscar, cuyo más grande mérito consiste en asumir como universal una entrega de premios estrictamente local, con la epidemia de agoreros consecuente: orgullosos no tanto de entender de cine, como de predecir los resultados de acuerdo con el espíritu de la academia que los juzga. Un espíritu ñoño, si he de dar mi opinión en torno al tema abstracto por excelencia. Medio mundo se ufana de conocer el espíritu de los que llama suyos, hasta el punto de poder advertir en qué momento dejan de ser suyos y deben ser sumados a una lista de traidores que crece cada vez que un miembro de la tribu tiene el atrevimiento de crecer por su cuenta. ¿Pues qué se cree?, tiemblan de indignación los administradores del espíritu tribal, honroso cargo para el que cada quién se designa a sí mismo, no faltaba más.
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Si el Óscar agasaja mayoritariamente a los afortunados establecidos, el cine independiente se celebra a sí mismo asumiendo su perpetua escasez de presupuesto como una condición más pasional que heroica. Sin conocer los límites de cada tribu a la que alguna vez he pertenecido, celebro en el momento los premios a Penélope Cruz, Charlie Kaufman y Mickey Rourke, nombres que pertenecen a todas las tribus y a ninguna. Ser uno, y otro, y otro, le guste o no al gurú de la tribu. Qué envidia, Javier Bardem. Salud por ese club de perfectos extraños.

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