sábado, julio 31, 2010

Entre arribistas-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 31/07/10)

Soy miembro desde 99: así lo dice la tarjeta American Express verde que pasa la mayor parte de cada día en el bolsillo trasero de mi pantalón, junto a credenciales, otras tarjetas de crédito y un par de billetes de baja denominación. No uso cartera –bastante tengo ya con las indeseadas redondeces de mi silueta para agravar la situación con bultos cuadrados–, por lo que todo esto vive presa de un clip de plata art déco, adquirido con no poco sacrificio en una boutique de Tiffany & Co. (Lo confieso: disfruté enormemente ver cómo lo envolvía la dependienta en un paño y una caja, ambos de ese más hermoso y snob de los colores que es el Tiffany blue, llegar a casa y sacarlo por vez primera de su lujoso envoltorio, rellenarlo con el pequeño fajo de documentos que necesito para mis transacciones profesionales y comerciales cotidianas.) En el clip vive también su hermana mayor: una American Express dorada, que me fuera ofrecida pocos años después y que me sirve para jugar con las fechas de corte –clasemediero irredento será siempre el que se preocupe por tales fruslerías financieras– y para sentirme un poco menos del montón. Desde hace algunos años, dicha empresa de servicios financieros ha venido ofreciéndome de cuando en cuando una tarjeta platino –la siguiente en el escalafón– pero la he declinado siempre, no por falta de ganas (mucho me seduce la posibilidad de impresionar a mis compañeros de mesa con su argentado fulgor) sino porque en cada ocasión me he sabido demasiado pobre para afrontar el gasto de la anualidad. Mi abuela, mujer próspera y bien administrada, sí ostenta una American Express Platinum y, en virtud de ello, recibe mes a mes una extraordinaria revista, titulada Departures, que hojeo con gusto cada que la visito. Yo, en cambio –proletario arribista (y por tanto áureo) que soy– nada recibí como publicación de cortesía hasta hace una semana, cuando arribó con el correo un ejemplar de la revista Tendencias, en cuya página legal se lee que American Express la hace llegar a sus tarjetahabientes de The Gold Card.
-
Ávido de reconocimiento que estoy, me gustó sentirme tenido en cuenta. Frívolo que me asumo, anticipé con gusto su premisa –los balazos de portada prometían reportajes sobre lentes de sol, crónicas de viaje, moda masculina y femenina, cocinas de diseño–… hasta que comencé a leerla. Me decepcionó, de entrada, que Tendencias me considerara tan elemental como para pensar que las páginas dedicadas a automóviles Audi y ropa deportiva Puma eran otra cosa que publicidad pagada. Todavía más me desilusionó que el recorrido propuesto por Barcelona incluyera la Plaza de Cataluña, las Ramblas y los edificios de Gaudí, lugares comunes para todo turista mochilero y toda familia clasemediera empeñada en conocer diez ciudades de la Europa Mágica en diez días.
-
Y pasé a asumirme ofendido cuando me percaté de que, en aras de parecer políglotas y hacerme sentir sofisticado, los redactores emplean extranjerismos innecesarios y petulantes como “maison” cuando quieren decir casa y “lifestyle” cuando pretenden hablar de estilo de vida (expresión que ya en español me produce repeluzne). Esto –me dije– es un panfleto engañabobos para pobretones que pretenden sentirse viajados y vividos pero que en realidad no salen de pericoperro.
-
Entonces recordé que si mi tarjeta es dorada es porque no me alcanza para tener una mejor. Y con tristeza tuve que reconocer que Tendencias es una mala revista pero un producto mercadológico perfecto.

No hay comentarios.: