sábado, julio 31, 2010

¿De quién es la piel?-Mónica Lavín (El Universal/Opinión 31/07/10)

Las palabras de la directora del Instituto de la Mujer en Guanajuato, a quien no vale la pena ni dar notoriedad, acerca de los tatuajes y cómo atentan contra la dignidad de la mujer pues son “un reflejo de pérdida de valores”, producen irritación y dejan muy mal parado a un gobierno (o muy claro el modo de pensar de ese gobierno) que pone al frente de un instituto de esa índole a alguien cuyo modo de pensar sobre las mujeres de hoy y la relación entre cuerpo, género y valores, deja mucho que desear. No es muy claro si la relación de tatuajes con el género es distinta. ¿Cabría pensar entonces que la dignidad es diferente para hombres y mujeres? Debo agradecer a quien preside el Imug de cabellos “dignamente” pintados y de rostro maquillado, y tal vez con aretes que obligaron a un piercing en algún momento de la vida, la posibilidad de enterarme que todavía en este siglo XXI existen quienes piensan que el aspecto tiene que ver con una escala de valores (el aseo lo es sin duda). Sorprende que todavía haya quienes tipifiquen la conducta de las mujeres en torno de una idea de decencia, de corrección, de falta de libertad a fin de cuentas. Pues finalmente qué es un tatuaje sino una decoración en la piel, harto sofisticada en sus métodos y sus aspiraciones de permanencia. Y que a nuestra generación no le interesó mayormente. ¿Pero quién decide sobre el órgano más grande de nuestro cuerpo sino nosotros mismos?
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Me parece muy bien que por razones de salud se haya regulado el tatuado de menores, que ha permitido lucrar a expendios de dudosa ascepcia. Está bien que el impulso adolescente, el deseo de afrontar lo establecido y pertenecer al gremio con el que se identifican, se dialogue con mayores y que entre ambas partes se asuma la responsabilidad de esa intervención. Yo desalenté los tatuajes en mis hijas y cuando supe de algún “piercing” hecho a mis espaldas cuando eran menores, pedí los datos del sitio porque una vez aparecida la ley, estaba dispuesta a demandarlos, a preguntarles dónde estaba la autorización firmada por los padres. A raja tabla ellas defendieron su decisión y a los practicantes; yo sólo pedí aquel adminículo en el centro de la lengua fuese extraído, hasta que ellas pudieran hacerse cargo de los gastos médicos de las consecuencias de aquella perforación. Mi escándalo tenía que ver con la salud, y en el caso del tatuaje, además, con su calidad de irreversible (o difícilmente irreversible). Pero asumí siempre que al cumplir los 18 años, la responsabilidad de la piel era de mis hijas. La piel es de quien la lleva. Y los deseos de llevar marca disminuyeron. Pero quien dirige un Instituto de la mujer no puede decir que dicha práctica atenta contra nuestra dignidad. Puede decir que considera una práctica mal normada, peligrosa pues atenta contra la salud, pero en todo caso, lo mismo ocurre con hombres y mujeres. He allí la importancia de expresarse correctamente. Puede que a la señora le desagraden en lo personal, pero como funcionaria tendría que argumentar la relación entre aquella práctica y la sociedad, porque hasta ahora los tatuajes son prácticas rituales en muchas comunidades del mundo y una moda en tiempos recientes. (Yo siempre me preocupo de cómo envejecerán los tatuados… si ya el asunto es complicado… con ilustraciones arrugadas la imagen puede ser patética). Por cierto debemos a un hombre tatuado un libro de cuentos inolvidable: El hombre ilustrado, de Ray Bradbury, donde cada porción de aquel tórax pintado cuenta una historia.
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Desde una tribuna pública, calificar las prácticas ajenas respetuosamente es fundamental. Podemos identificarnos con nuestra grey por la ropa que usamos, la manera en que nos peinamos, etc., por lo menos hacia el exterior. En ciertos círculos será muy raro que una mujer que no es pelirroja lleve el pelo así, que otra mujer se haya colocado unos senos extra large, que aquél lleve un peluquín, en otros espacios esa es la manera de andar. Por eso no encuentro la relación entre valores y el tatuaje, y menos su particular atentado a la dignidad femenina. En cambio si me parece indignante que una mujer sea encarcelada por haber interrumpido un embarazo; ¿por qué no encarcelar al copartícipe de la concepción? Pero ese es otro tema, aunque en Guanajuato parece ser el mismo. La piel es de quien la lleva, el cuerpo también.

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