martes, diciembre 16, 2008

Los libros solos

Diario Milenio-México (16/12/08)
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¿Por qué uno encuentra los libros que encuentra al azar? No lo sé. ¿Qué incita a la mano a lanzarse hacia un rectángulo de papel y no otro? Tampoco lo sé. ¿Cómo es que el ojo salta, despavorido o alegre, en todo caso emocionado, y el corazón empieza a latir con fuerza repentina nada más a su contacto? Supongo que la respuesta a estas interrogantes, de existir, está a la vista de todos, es decir, dentro del proceso de lectura de esos libros que se presentan sin anuncio o recomendación, desnudos.
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Peregrinary, poems by Eugeniusz Tkaczyszyn-Dycki, translated from the polish by Bill Johnston, (Brookline, MA: Zephyr Press, 2008).
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Era una tarde de otoño, debería decir. El aire, que ya era fresco, invitaba el remolinear de los pájaros. Se antojaba un café, una charla, un buen saludo de mano: algo cálido y humano. Algo aquí. El libro apareció en ese contexto. No buscaba nada en realidad y, tal vez por eso, la palabra Peregrinary llamó mi atención. Más cercana al latín (peregrinare) que al inglés coloquial (peregrination). Más cercana a este ir de un lado a otro por mucho tiempo y en tierras muy remotas sin entender demasiado pero con devoción. Más cercana a esto. Asumo que fue por eso que tomé el libro, el cual contiene fragmentos de nueve libros anteriores, y que fui, sin pensarlo demasiado, hasta Wólka Krowicka, cerca de Lubaczów, justo en la frontera entre Polonia y Ucrania. Ahí donde nació, en 1962, Eugeniusz Tkaczyszyn-Dycki, un nombre, si hay que creerle al traductor Bill Johnston, de difícil pronunciación incluso para los polacos. Dycki, pues, para los iniciados. Dycki para los que saben que, como fronterizo, creció hablando un dialecto local hasta que la educación formal, justo en la secundaria, lo hizo optar por el polaco propiamente dicho. Dycki, pues, para los que saben que tal “opción” partió a su familia en dos y a sus poemas en miles de pedazos. En “Manantial”, un poema de Guía para los vagabundos cualesquiera que sea su lugar de residencia (2000), por ejemplo, esto: “es el otoño Señor y no tengo hogar/ cuando llego a la región de Prezemysl/ para escarbar dentro de mí y dentro de aquellos cercanos a mí/ cuando me cuentan la historia de quien cortó a quien// en pedazos con un hacha ucraniana o polaca quien/ aventó a quien en la noria cerca de la que paso/ para escarbar dentro de mí descubrir mi verdadera/ esencia pero primero bebo el agua refrescante de esa noria// le doy crédito a la historia de mi familia y bebo de ella/ como de un manantial que formo desde la profundidad de la historia/ sobre los monstruos en ambos lados del espejo y no he sido/ inocente tampoco desde que empecé a escribir en polaco contra quién”.
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De uno a otro (extracto de) libro incluido en Peregrinary, es claro que Dycki, como todo escritor verdadero, ha permanecido fiel a un puñado de temas que no cambian con el tiempo. Las obsesiones son obsesiones son (y lo demás es la falsa novedad del mercado). La enfermedad, la muerte y la poesía aparecen ingrávidas en el primer verso de Neni y otros poemas (1990), la selección que abre esta antología, así como aparecen, aparentemente igual aunque una lectura cuidadosa los verá por fuerza como distintos, en los versos de La historia de las familias polacas (2005), el último libro incluido en esta selección. En construcciones dan la apariencia de ser sonetos (sin serlo del todo), escuetos y confesionales (aunque en un sentido distinto a los personalísimos versos de Szymborska, por ejemplo), Dycki habla de discute entra en el cuerpo que cae. En “Atragantado de sí mismo va directo al cielo”, un poema del tercer libro incluido aquí, expresa: “guerrea contra mí y vencerás/ cada día saldrás victorioso/ y cada día derrotado el momento en el que llamo/ a los muertos por su ayuda// es mi ocupación favorita convocar a los muertos”. Y así lo hace, una y otra vez, la poesía convertida en el canal misterioso y carnal por el que pasan sus cuerpos: “antes de que descubriera tu muerte en el cuarto/ en el onceavo piso y viera en el asombro/ de tu desnudez y antes de que descubriera que la muerte es una cosa/ que viene después del desayuno comida y cena// me di cuenta de que el que yacía frente a mí/ en los aposentos de la noche de ayer y el que yacía entre azucenas/ era mi amigo mi fisiología era sobre todo/ mi amigo y mi fisiología// una cosa que es sagrada”.
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En otra maniobra que a ojos mordaces o poco adiestrados pudiera resultar repetitiva pero que no lo es, Dycki inicia sus poemas dos o tres veces con el mismo verso e, incluso, con la misma estrofa. Sólo la lectura completa y atenta del poema revelará la manera en que los vocablos, que son los mismos, han cambiado, saturándose de otra materia e iniciando un peregrinaje distinto. Tal vez por eso dice: “mi hermana Wanda trae una azucena de su caminata/ mientras yo escribo un poema acerca de la muerte/ y escribo ese poema otra vez desde el inicio/ y soy incapaz de terminarlo”. Y tal vez por eso nos recuerda en otro poema: “Te hablaré de la muerte en mi imperfecta/ lengua reconocida por su imperfección”, y aún en otro: “uso el lenguaje con dificultad (soy/ un poeta contemporáneo)”. En el lenguaje y por el lenguaje, la muerte transpira en cada cosa (sagrada) que aparece en los poemas de Dycki, y luego esa muerte, la misma muerte, se ve a sí misma y, viéndose, mira al lector con sus ojos transparentes.
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Podría decir que fue la palabra frontera en “en nuestro pequeño pueblo fronterizo (que queda/ sobre un pequeño río y otro pequeño/ río) la muerte aparecería los lunes/ en día de mercado cuando hay mucho de donde escoger”. O que fue la palabra libro como en: “la nieve para ti no es ese mundo ingeniosamente/ o prácticamente imaginado/ desde que te mudaste a un sueño/ para escribir un libro muy separado”. O la plegaria: “la incredulidad es ese lugar milagroso/ que abandono todos los días por alguien más”. Pero en realidad quiero creer que fueron esos ojos transparentes los que me miraron a través de las hojas del libro y a través de las hojas del otoño mientras yo pasaba por ahí sin saber a ciencia cierta que lo esperaba, o mejor, que no lo esperaba oír diciéndome “escarba aquí, dentro de ti y dentro de los tuyos en esa lengua imperfecta, reconocida por su imperfección, que es donde se hacen los libros solos”.

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