martes, noviembre 02, 2010

Esos lutos unánimes (Diario Milenio/Opinion 01/11/10)

Los santísimos fines


Tal vez sea mi problema. Por alguna razón, sospecho de las unanimidades. Ya sea por añejas o intempestivas, suelen pecar de miopes o complacientes. Cualquier cosa con tal de conservarse unánimes. A partir del momento en que la unanimidad es el valor más alto, toda espontaneidad es falta de respeto, si no desobediencia. ¿Y existe acaso actor más espontáneo que el pensamiento, cuyas ráfagas suelen ir y venir a despecho de toda unanimidad? Cuanto más pone esmero el orador en su solemnidad, menos consiguen los espectadores hacer honor a lo unánime del recogimiento, así la ocasión sea un funeral. Y hoy que los oradores se han puesto extrañamente de acuerdo en beatificar al por lo visto unánimemente admirado Néstor Kirchner, no consigo evitar la tentación de echar miradas largas y sardónicas a los pocos que comparten mi mal, y cuyas cejas altas parecen coincidir en preguntarse si ahora resulta que todo el mundo, excepto los satánicos mercados de valores, confiaba ciegamente en Néstor Kirchner.


Suele decirse, en aras de la acariciada unanimidad, que el difuntito en turno tenía las mejores intenciones. O si no las mejores, menos aún las peores, pues era un individuo bienintencionado. ¿Y es, por cierto, eso un mérito? ¿Quién no ha tenido, al menos en principio, el mejor de los fines? Inclusive los gángsters, no pocas veces gente de familia, se plantean los fines más loables, como dar lo mejor a sus consanguíneos y ayudar a la causa de los necesitados. Sería muy divertido beatificar y ser beatificados sólo por lo bonito de nuestros fines, pero en tal caso muy probablemente quedaríamos todos empatados. Para desempatar, sería preciso tomar en cuenta un tema que la piedad unánime suele dejar de lado en estos casos: los medios escogidos para alcanzar tan loables objetivos. Y ante la indiferencia de numerosos beatificadores en torno a ese detalle de mal gusto, valdría preguntarse cuántos de nuestros más respetados santones alcanzaron el nicho por sus benditos fines, sin perjuicio de medios poco menos o más que luciferinos.


Los demoniacos medios


Duele reconocerlo: las buenas intenciones son baratas. Puede uno encontrárselas a la orilla del río, o del desagüe. Hasta el sujeto más execrable tiene por ahí una buena intención escondida, y quizás una buena obra en su expediente. Y la gente de Estado tiene racimos de ellas, de pronto tan urgentes y, como dicen ellos,sustantivas, que a sus ojos se vale todo por alcanzarla. ¿Cómo no ver con cierta simpatía la decisión cumplida de ganarle una apuesta al Fondo Monetario Internacional? ¿Pero qué tal cuando esa férrea voluntad sirve lo mismo para callar a los críticos, hacer guangas las leyes y disparar estigmas a los detractores? En todo caso, la pregunta no es cómo y por qué puede beatificarse a una figura pública por el puro valor de sus fines, sino adónde se van esos números rojos que fueron los medios. ¿Será que de la noche a la mañana se despintan, o es que el jurado unánime no distingue otro tono entre el blanco y el negro?


En momentos como éstos, cuando el difunto apenas está siendo enterrado, preguntarse por los números rojos es punto menos que una ruindad, pero lo cierto es que entre el luto unánime menudean las ruindades individuales. Como ésta que consiste en preguntarse si por casualidad el beato inminente se lleva sus defectos a la posteridad y es junto a ellos, cuando no por ellos que se le consagra. ¿Nos olvidamos de su autoritarismo explosivo y su ambición enfermiza, o a ellas también les rendimos tributo? ¿Cómo es que los defectos más notorios del vivo son medallas en el pecho del muerto? ¿Murió en el cumplimiento del deber o en la vorágine de su propia avidez? ¿Cuentan sus intenciones desbocadas de amordazar a los medios de comunicación entre sus fines, o nada más entre sus invisibles medios? ¿Es posible evitar la influencia del modelo sobre futuros clones aventajados que a gritos y empujones se dirán kirchneristas de hueso colorado y ya por eso se autorizarán a hacer uso del medio que se les antoje con tal de que se cumplan sus caprichos?


Al cielo con todo y cola


Está un poco de moda que el acusado de cierto crimen conspicuo se defienda aduciendo que el delito de marras prescribió, o que una grabación es prueba desechada, pero ni abra la boca respecto a su presunta responsabilidad. Si el fin último es quedar impune, quién va a perder el tiempo en detalles como una prueba documental. Ahora bien, con leyes o sin ellas hay topillos tan obvios que saltan a la vista como tales, aun si en esos códigos no figura una ley que los limite, o por casualidad puntualmente dejó de existir. Esa barbaridad de que dos cónyuges tengan la opción de sucederse en el Poder Ejecutivo podrá ser muy legal, y sin embargo apesta a monarquía, no exactamente en su mejor sentido. Pero un hombre del temple de Néstor Kirchner no iba a aceptar los gritos del sentido común en un tema tan nimio como los medios, cuando el fin era grande y generoso como los sueños de una Power Couple mentalmente instalada en el duunvirato. Eso sí, con muy buenas intenciones.


Lo peor de las mejores intenciones tiene que ver con su autogestionada autoridad, suficiente para legitimar en sí mismas lo que condenan en sus adversarias, que ya sólo por eso resultan oficialmente incapaces de albergar una sola buena intención. ¿Tenía el matrimonio Kirchner las mejores intenciones cuando multiplicó geométricamente su patrimonio, merced básicamente a los resortes de su inmenso poder? Sin duda, por qué no; en la medida que no pierda uno el tiempo reparando en los medios utilizados. Y si al fin se comparan semejantes minucias con los delirios de poder y gloria que la pareja debió haber compartido, puede uno apostar a que la Historia desechará cada una de aquellas fruslerías. ¿Cómo, de otra manera, dar estatura homérica a tantos pícaros por ella consagrados? ¿De dónde más saldría tanta unanimidad? ¿Existe alguna libre de sospecha?

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