martes, septiembre 07, 2010

La locura, memoria exacerbada-Verónica de la Luz /Israel Velázquez (Diario Milenio-Puebla/Cultura 06/09/10)

Cristina Rivera Garza. La Castañeda: narrativas dolientes desde el Manicomio General, México, 1910-1930.

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Como hace 8 años en Nadie me verá llorar (Tusquets, 1999), Cristina Rivera Garza retrata secretos de rostros olvidados que consciente o inconscientemente perdieron la razón.

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Los internos de “La Castañeda”, aquél manicomio general inaugurado en septiembre de 1910 por Porfirio Díaz, atendió durante 58 años a 70 mil internos en un inmueble que al mismo tiempo de encerrarlos, los liberaba para dejarlos descubrir su incipiente álter ego.

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En un momento de crecimiento y desarrollo para México era impensable incluir en la sociedad a quienes no hacían lucir un país influenciado por las tendencias europeas de infraestructura; imposible que los epilépticos, alcohólicos y todos aquellos que mostraban comportamiento anormal, deambularan por las calles. La solución era desterrar a los locos.

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Con una investigación de cientos de expedientes de aquellos olvidados, Cristina Rivera Garza reabre las puertas del lugar mediante la novela documentada La Castañeda: narrativas dolientes desde el Manicomio General, México, 1910-1930 (Tusquets, 2010).

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La autora de La cresta de Ilión, Lo anterior y La muerte me da, siempre expuesta al mundo como la escritura –en sus palabras–, charla con Milenio Puebla para mostrar que quizá vivimos en una “Castañeda”.

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El primer concepto asociado con La Castañeda es la locura, ¿qué es la locura?

Uno de los argumentos del libro es que es muy difícil, sino es que imposible, dar una definición única y transitoria. Finalmente la locura es una relación, es una definición relacional que se establece entre lo que tiene la experiencia del cuerpo con estas situaciones límite, el aparato institucional que los trata, el aparato médico que se hace cargo de ciertos aspectos… digamos que la locura es un fenómeno en este sentido histórico, cultural desde niveles de complejidad mayúsculos.

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¿La locura es trágica?

Cuando empecé a hacer esta investigación, tenía todavía visiones más bien románticas del loco, y creo que lo explico al inicio del libro, lo que me encontré en los expedientes –sin quitar que algunos son los grandes locos, los grandes visionarios– fueron sobre todo historias trágicas, historias dolientes, historias de vidas rotas, partidas en muchos pedazos, en ese sentido son historias trágicas. También son historias trágicas en el sentido de sujetos de la historia activos que están haciendo un esfuerzo enorme por articular la narrativa de su propia vida pero que no necesariamente eso los pone en una posición de cambiar las cosas o el estado de las cosas. Si tomamos el término trágico en el sentido más amplio y no nada más en el de la catarsis aristoteliana, sino también el de quien está señalando continuamente la fuente de su infortunio y por lo tanto es parte de un discurso crítico de lo real, si eso lo tomamos en serio sí son historias trágicas.

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¿Tiene algo de mágico?

He tratado de esas nociones que son un poco más románticas… el loco visionario, el loco rebelde, el loco poeta maldito. No dudo que existan pero al menos los expedientes con los que yo tuve contacto más bien son del otro lado, del enfermo que sufre, de la familia que tiene dificultad para cuidar de un enfermo crónico, del último recurso que es “La Castañeda”, por una parte; por otra, claro, cuando hablamos de la locura, cuando leemos libros o poesía y cuando la utilizamos más como herramienta metafórica que como un análisis de la experiencia sí hay muchos otros niveles de interpretación y de conocimiento.

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La novela se sitúa en la frontera entre ficción e historia documentada, ¿qué tanto tiene de ficción?

Toda lectura es un acto de imaginación, cuando leo documentos lo hago desde una posición del presente, una posición social con todas las características de género, de clase, de generación, de etnia, de miles de otras cosas y eso es importante; y entre todo eso la imaginación cuenta. La gran diferencia, creo yo, entre situarse como alguien que escribe un libro de historia y alguien que escribe una novela es que en el libro de historia más vale que tu aparato documental sea fidedigno y que sea preciso, pero eso no quita la imaginación.

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Finalmente, los documentos en un archivo no te ofrecen la historia, no hay una cronología; aquellos que han estado en un archivo saben el tipo de violencia que uno ejerce sobre la misma documentación para obligarlos a contar una historia que queremos y estamos interpretando. En el caso de la historia estamos interpretando apegados, honrando ciertas reglas para que el aparato documental sea preciso y fidedigno.

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¿La imaginación tiene un límite?

La ficción no es libre de todo, la ficción tiene sus reglas, una serie de elementos como personajes, tiempos narrativos y perspectivas con los que lidiamos cuando estamos escribiendo. La ficción no se escribe de la nada, se escriben ciertas tradiciones que se honran, y claro, si quieres hacer un trabajo un poco más avezado hay que transgredirlas, pero con previo conocimiento de qué se trata.

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¿Cómo te conviertes en novelista a partir del estudio de la historia?

Primero y antes que todo en mi vida soy escritora de textos… después decidí estudiar sociología porque me pareció importante conocer a mayor profundidad el mundo contemporáneo, más tarde decidí hacer un doctorado en historia porque la consideré relevante y que podía ser de gran uso para mí como escritora de novelas, cuentos, ensayos. Aquí ese orden está revertido.

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¿Cómo consigues el paso de la ciencia a la literatura?

Fue al contrario porque hice primero la novela como tesis de doctorado y en lugar de escribir inmediatamente este libro que es mi libro, digamos, serio y académico, escribí Nadie me vera llorar hace 10 años, era todo lo que no pude decir en el libro. Después de esa novela y de otros nueve libros me decido a publicar éste, pero ya en un registro muy distinto.

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¿Cómo se constituye el hecho histórico en lenguaje?

El hecho histórico es un documento, es una pieza, un objeto, puede ser texto, fotografía o un pedazo de algo para los arquitectos o arqueólogos, y lo que estamos haciendo en este momento es rondar ese texto para construir narrativas que nos den cuenta del presente más que del pasado.

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¿Qué distancia hay entre los locos de la modernidad y los de La Castañeda?

La diferencia es cómo los tratamos. Hay rupturas, hay momentos de gran estrés en la mente y le ponemos distintos nombres, depende en qué contexto nos encontremos. En 1910 alguien con epilepsia seguramente terminaría en “La Castañeda”, sobre todo porque se trataba de enfermos crónicos que representaban una gran carga para las familias, ahora no abría alguien aceptado en un hospital psiquiátrico sólo por ser epiléptico. Hoy no tenemos una gran “Castañeda”, tenemos una serie de hospitales que de distintas maneras se dedican a tratar a enfermos diagnosticados como enfermos mentales.

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Lo que cambia no es en sí la locura sino cómo la tratamos y cómo la ubicamos socialmente desde el espacio urbano hasta el espacio más abstracto de la ciudadanía como tal.

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¿Vivimos en una “Castañeda”?

De repente me levanto, sobre todo a últimas fechas, con la sensación de que no se cerró sino que “La Castañeda” se abrió y estamos todos adentro. Hay procesos generales que lo muestran, sobre todo el grado de violencia que estamos viviendo y la falta de escucha de nuestros gobernantes que entran ya en asuntos patológicos.

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¿Los generadores de violencia deberían pertenecer a una “Castañeda”?

Sabemos que parte de la violencia que se está viviendo, desde mi punto de vista, se debe a que no se ha legalizado el consumo de drogas. No se trata nada más de decir dónde los ponemos y cómo los reprimimos sino cómo cambiamos todo un sistema para que nadie se beneficie económica y políticamente de una situación como la actual.

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Soy y sigo siendo una convencida de que el día que se legalice el consumo de drogas –con cuidado y estudios médicos– y, sobre todo, cuando se haga un énfasis mucho más grande sobre prácticas cultuales en la ciudad, empezaremos a preguntarnos qué tipo de sociedad queremos crear y qué tipo de libertades podemos incentivar, qué tipo de vida más plena queremos vivir…

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Es decir… ¿no desterrarlos cómo hace 100 años?

Los porfirianos respondieron con la exclusión. Creo que hoy más valdría repensar nuestro proyecto de ciudad, repensar qué es el centro y la orilla, qué es el adentro y el afuera, antes de decidir unilateralmente a dónde va alguien o quién es ciudadano y quién no…

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Twitter… ¿última adicción?

Ya me estoy curando, estoy tratando de regresar a la realidad, por ahí de abril y mayo estaba twitteando demasiado, es un ejercicio maravilloso con la compresión del lenguaje, una comunidad muy interesante de escritores jóvenes que he tenido la gran fortuna de estar leyendo. Me parece que si se utiliza para leer, es una herramienta que puede producir tipos de escritura muy interesantes.

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¿Las redes sociales pueden generar el proyecto repensado de nación?

No sé si se pueda, lo que sí es seguro es que vemos una participación ciudadana mucho más horizontal. Creo que muchas veces de manera exagerada los que participamos en redes sociales nos sentimos como periodistas del mundo con la responsabilidad de estar reportando a cada instante qué es lo que sucede en esta exterioridad, algunos lo hacen muy bien.

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Me parece muy importante que nuestra fuente de información no esté concentrada sino diseminada y en este sentido me parece muy interesante el ejercicio de las redes sociales. A mí personalmente lo que más me interesa es el ejercicio escritural más que lo otro pero puedo ver lo otro también.

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¿Las redes sociales fortalecen?

Si las sabes usar son fuentes de comunidad y creo que es lo que necesitamos en esta sociedad donde no sabemos escuchar muy bien, no hacemos prácticas que nos produzcan como comunidad de abajo hacia arriba sino de arriba hacia abajo

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¿Próxima novela?

Traigo varias cosillas por ahí, a lo mejor regreso con una historia de estas pornográficas… hasta ahí puedo llegar…una probadita viene este mes pero estará para mediados de 2011…

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La Cédula Real...

Increíble y muy padre… además es una cédula que dice que soy real.

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Más que una enfermedad, ¿la locura es una pérdida y un olvido…?

Igual podemos decir que es una memoria exacerbada... una pérdida y un olvido… si acaso, una memoria exacerbada.

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Cristina Rivera Garza, escritora oriunda del estado de Tamaulipas, estuvo en Puebla el 2 de septiembre, en el Palacio Municipal, para recibir una copia de la Cédula Real.

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Antes de presentar en Profética, casa de la Lectura La Castañeda: narrativas dolientes desde el Manicomio General, México, 1910-1930, Cristina Rivera Garza agradeció el galardón: “me gustaría pensar que éste y cualquier otro reconocimiento que se le dé a un escritor es sobre todo un reconocimiento a las labores culturales de una sociedad, especialmente en un país tan volátil y tan violento como el que hemos creado todos nosotros”.

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