lunes, marzo 30, 2009

La hora desierta (43) (Del Libro de las horas) por Pedro Ángel Palou

Tropezarás en luces. Y al fin de tu osadía,
sólo hallarás, cerrada, una ciudad que llora

JRJ

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I
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Ha llegado el momento de mirar tu vida
después del arduo año de la limpieza
de la roza y quema de tus antiguos campos.
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Ya es otro tu lugar aunque parezca el mismo
Largas nubes negras y alegres rosas,
desvanecidas notas mientras el corazón salta.
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¿A qué huele el agua de la lluvia en la tarde untuosa?
Todo, hasta el misterio, vagamente retorna.
Un pájaro y tres niños fantásticos. Una mujer llora.
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Ante el sol violeta tiemblan helados los volcanes:
no te queda más que el alma. Y el viento, furioso.
¿Quién demonios cumple sus promesas?
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II
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Y entra la noche como un entierro enlutado.
¿A quién miras, helado? Eres tú, también de piedra.
Juegan tus dedos sobre la urna sellada. Pétalos quemados.
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Quieto el jardín, con su luna desnuda y cínica.
Escribes: No añoro, sólo aguardo. La dicha es pobre.
La lluvia llora sobre tu cuerpo sus lágrimas de sangre.
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Lloverá también en la memoria. Y olerá a tierra y a silencio.
Amanecerá con un cielo transido de amarillo. En el pasado.
Estarás tú, -¿recuerdas?- y tu piel, tus ojos y mis besos blancos.
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Mientras más frondosos los árboles más sin hojas tus brazos.
Cansado de apretar todo tu cuerpo laxo. Anochece al fin.
Reposan el jardín y sus aves, tu alma y sus sollozos.
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III
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¿Siempre serán de otro las rosas reidoras?
¿O habrá nuevos amaneceres en estás tierras viejas?
Nada sino un océano de preguntas. Bebe su agua, transparente.
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La hora viuda (43 bis)
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Olvidar es vencer, decía el poeta.
Pírrica victoria, la del olvido, pero permanente.
Hemos vuelto, andado el mar de regreso
La barca ha resistido, ningún tripulante enfermo.
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Hay, lo percibo, un dolor sin nombre que nos ronda
Es como la respiración del moribundo, o el imaginario
Acúfeno del hipocondríaco. Pero allí está.
Es una voz que de cuando en cuando reaparece.
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Sobrevivimos convencidos de que la decisión fue buena
Los pequeños roncan en sus camas, mi mujer lee un libro
Yo creo que duermo, que los estoy soñando
La noche es la gran presencia: nosotros no tenemos rostro.
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El mayor se hace hombre. El otro, que le sigue, ríe
Y la pequeña nos dibuja largos y delgados como sombras
Voy y vengo de mis trabajos y sus días. Allí están siempre
No necesitamos decirnos que nos amamos, pero cómo conforta.
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Alguno piensa en dios, o lo descubre entre sus dudas. Otro sufre
La primera pérdida. Una más siente que se le acaban las fuerzas
Un tiempo creí llevar el timón del barco, su dirección.
Hoy me doy cuenta de que es trabajo de las olas y del tiempo.

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