lunes, noviembre 24, 2008

Oficio: Mini-Ministro

Diario Milenio-México (24/11/08)
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Se rifa estigma
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Casi todos podemos recordar la última vez que fuimos regañados en público. Una experiencia amarga durante la infancia o la adolescencia; peor todavía si ocurrió después. Puede uno soportar que le den trato de niño siempre que aún sea niño, de otramanera deberá cargar con el peso de una infumable humillación. Incluso para los testigos, a los que si algo queda de decencia les incomodará la situación, sentirán pena por el pobre infeliz que es sobajado en público y no le queda más que agachar la cabeza, o en su caso ubicarse a la altura de la ocasión poniendo una impecable cara de imbécil. No quiere ni pensarlo el regañado, pero ya debería ir calculando que cada uno de los presentes tendrá algo qué contar en los próximos días. Tendrías que haber visto la santa cagotiza que le pusieron anteayer a Zutano.
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No me he repuesto aún del Hugo Chávez Show, el documental de la PBS que circula actualmente en internet (www.pbs.org), centrado en esa suerte de pedestal-patíbulo mediático que es Aló Presidente, programa de concurso que por igual reparte premios y castigos, desde el cual prácticamente gobierna Venezuela. A la cabeza de una junta televisada con la totalidad de sus colaboradores, aparece el promotor del Socialismo del siglo XXI, subido en la tarima del maestro-prefecto-director. Cada vez que un problema entra en escena, se le ve regañar con saña a sus ministros, que acuden al programa como el niño a cada una de las clases en una escuela militarizada y por supuesto no pueden responder más que con absoluta sumisión. Helos ahí, vestiditos de rojo, como la abrumadora mayoría de sus seguidores. Tiemblan, titubean, tragan saliva si el Comandante se refiere a ellos, pues les pedirá cuentas delante de todos y es probable que responder con la pura verdad los hunda para siempre. La única salida ya no decorosa, sino de menos ávida de supervivencia —el Comandante es muy capaz de despedirlos ahí mismo, al aire— es echarse la culpa del desaguisado, esperando que el acto de contrición merezca cuando menos el aplauso oficial, que tiene la ventaja de ser unánime. Nadie como ellos conoce ese dato que hace de su trabajo un oficio de alto riesgo: en nueve años, Chávez hizo ciento treinta cambios a su gabinete.
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Juez, parte y contraparte
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Debe de ser calamidad inenarrable para algún funcionario serio y responsable, saber que cuando llegue la hora de explicar a su jefe la situación, tendrá que hacerlo en acuerdo perfecto con las expectativas del Guionista, Productor, Director y Animador en Jefe, pues de otro modo será reprendido durante largos minutos, o hasta varias decenas de ellos, si tiempo es lo que sobra en el único programa del mundo cuyo animador decide a su capricho cuánto durará la emisión. Cinco, seis, siete horas, la señal está allí, para servirle. Qué distinto es, en cambio, cuando el jefe los ratifica en sus carteras ante el país entero, bajo el aplauso dócil de los presentes. Algo muy similar a lo que sucedía en aquellas ceremonias escolares donde los aprobados recogían triufantes sus boletas de calificaciones. Lo espeluznante es que esto sea serio. Ver cómo sudan frío bajo el uniforme, delante de un país que con toda certeza se ríe de su jeta.
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¿Quién no recuerda a alguno de esos profesores acomplejados y abusivos que tanto se esparcían martirizando públicamente a sus alumnos? El que ponía apodos, favorecía a sus lambiscones y ridiculizaba a sus bestias negras. Imposible oponerse al único mayor de edad presente, cuya fama de drástico le concedía poderes extraordinarios. Más si se toma en cuenta que cualquier adulto habilitado como maestro, prefecto y director tiene un poder enorme sobre los niños. Y el colmo es que las cámaras de Aló Presidente nos muestran a ese adulto convertido asimismo en padre de todos. El que denuncia, juzga, castiga, perdona y premia, nunca se sabe en qué orden. Se sabe, eso sí —sobre todo si uno trabaja para él y por tanto busca su beneplácito con ansias similares a las que le mantienen aterrado y alerta contra su mal humor— que salirse del guión es falta imperdonable. Por la majadería y la dureza que a su entender han merecido las interpelaciones que sugerían un error en él, así fuera de mera apreciación, se infiere que la única regla inamovible es que el jefe no puede equivocarse. ¿O es que hay otra persona adulta presente?
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¿Qué vas a ser de grande?
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Debe de ser extraordinariamente difícil ser un buen tipo —digamos, alguien consecuente con los dictados básicos de su conciencia— en tan comprometidas circunstancias, y más de uno acaso lo habrá conseguido. No hay que ser, sin embargo, politólogo para entender que los más exitosos en ese triste club de agachones vestidos de rojo no son los funcionarios serios, discretos y profesionales, sino aquellos cuyas declaraciones estridentes los ponen al parejo con el jefe, y hasta adelante de él. Tal vez sea una magnífica persona, pero he aquí que el pobre infeliz se mira apavorado día y noche ante la posibilidad de malquistar al jefe y caer de su gracia. Pero todavía, en público. Delante de enemigos, amigos, familiares, colegas. ¿Quién, que sea aguerrido en el discurso, no estará dando lo mejor de sí mismo a la causa del show, que es la que los sostiene a todos donde están?No es México un país ajeno al papelón del aplauso automático, donde hay un líder de palabra incuestionable vitoreado por una horda de obedientes. Por muchas décadas fue todo así, pero ni aún los casos más ignominiosos se acercan al de los ministros de Chávez, reducidos por el jefe y sus cámaras y micrófonos a meros monigotes de los que todo el mundo puede hacer mofa, y en su caso apuntar hacia ellos con el dedo del público desprestigio. Si la gente ve cada semana al comandante cagoteando a sus pobres ministritos, ¿quién va a culparlo a él de lo que no funciona? ¿Quién, que haya sido humillado en el trabajo, o de plano se sienta humilado por él, no quisiera cagotear de esa forma al que según su cargo es un señorón, y en realidad es sólo un ministrito? A todo esto, algunos dan ternura. Todavía creen, los inocentes, que cuando sean grandes van a ser como el jefe.

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