martes, septiembre 23, 2008

El cuerpo que no está

Diario Milenio-México (23/09/08)
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Mike Davies, el agudo crítico estadunidense y autor, entre otros tantos libros, del ya clásico City of Quartz, alguna vez sostuvo que el muro fronterizo no es más que una especie de espeluznante espectáculo político. Eficaz sólo para justificar la violencia del cruce y para reforzar, luego entonces, las dinámicas del poder generadas por el imperio, el muro no ha podido hacer lo que hacen los muros: suspender el flujo, detener el paso, contener la materia. El muro fronterizo no ha podido ni podrá evitar el cruce incesante de los hombres y mujeres que requiere la economía y el estilo de vida de los Estados Unidos. Esto lo saben muy bien los migrantes oaxaqueños, para quienes el viaje hacia el norte se ha ido convirtiendo al paso de los años y las generaciones en una forma de vida para comunidades enteras. Reitero: una forma de vida. Porque a los riesgos reales del tránsito entre los dos países, a las dificultades propias del destierro y la saña de la explotación, muchos de estos migrantes, como lo analiza la socióloga Laura Ortiz Velasco en “Agentes étnicos transnacionales: las organizaciones de indígenas migrantes en la frontera México-Estados Unidos”, han antepuesto sus propias formas de organización comunitaria para apropiarse de las realidades que su trabajo contribuye a reproducir. Aunque las estadísticas de Oaxaqueños en Estados Unidos varían (las cifras en diversas fuentes van desde los 30 hasta 500 mil migrantes), la mayoría de ellos se concentra en California. Introduciendo no sólo un lenguaje, o en muchas ocasiones dos, sino también formas de socialidad y protesta en los campos y ciudades del vecino del norte, la comunidad oaxaqueña forma parte de lo que tanto militantes como analistas han denominado la mexicanización de Estados Unidos –ese procese paulatino pero inexorable que a muchos provoca ansiedad y a otros tantos, no siempre los más, expectación.
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Pero toda esa fuerza y tradición que ha asegurado, a pesar de las circunstancias adversas, la sobrevivencia dignificada de la transmigración oaxaqueña ha sido posible sólo a expensas de su presencia entre intermitente y fantasmagórica en la región de origen. Sus cuerpos no están o están sólo a veces sobre las veredas que los vieron nacer. Apariciones súbitas. Sus manos no toman la herramienta que puede horadar la tierra para producir maíz, agave, frijol. Sus ojos no ven los rines oxidados de un carro que alguna vez funcionó. Aquél juguete. Sus pies no se introducen con curiosidad o devoción en las aguas curativas de Hierve el Agua –dos cascadas petrificadas de carbonato de calcio de grandes dimensiones y dos pequeños manantiales de agua carbonada (lo cual quiere decir que son verdiazules). Sus voces. Sus ecos. Los 2501 migrantes de Alejandro Salgado son, fundamentalmente, una meditación sobre esa ausencia. Los 2501 migrantes son un trabajo, en realidad, sobre los alcances del cuerpo que no está.
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Mucho se ha hablado sobre la nostalgia del que parte, pero pocas veces se ha explorado, y mucho menos con barro, la larga melancolía del que se queda. ¿Qué ve en realidad el testigo del lento proceso del deterioro, la paulatina configuración de la ruina, la siempre fugaz alegría del reencuentro? ¿Cómo se experimenta en carne propia el proceso a través del cual la realidad se vacía? Cuando uno camina por entre los cuerpos de barro de los migrantes no puede evitar pensar que se encuentra ante el trabajo del niño solitario pero inventivo que, a fuerza de puro deseo, tuvo que construir a sus propios compañeros de juego. Hay algo de esa energía infantil y voraz en el diseño de los cuerpos, especialmente en la manera en que cuelga el sexo masculino y en cómo el sexo femenino se abre en dos. Dicotomía fulgurante. Hay algo de esa energía desatada e imposible en los cuerpos de barro que nos los traen de regreso. Y para recibirlos e invocarlos al mismo tiempo, para seguir jugando ese juego tan extremo que se llama la vida, Alejandro Santiago irá colocando a sus 2501 migrantes en un pueblo que con su presencia, que es toda ausencia, dejará de ser fantasma para volverse pura intervención. Y si ese no es el poder del arte, ¿qué es? Y si esto no es una forma de resistencia ¿qué es?
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En ese largo estudio sobre las dinámicas personales y políticas del dolor humano que es The Body in Pain, especialmente en el capítulo que le dedica a la tortura, Elaine Scarry analiza con singular atención el lugar del interrogatorio en la producción de una confesión que siempre, por necesidad, será la que quiere oír el representante del poder, es decir que será, aun siendo verdadera, falsa. Una impostura que responde a una imposición. Un trueque que, según testimonios varios, termina produciendo no sólo culpa sino un sentido de traición y, aún más, de auto-traición. El interrogatorio fronterizo que tiene como objetivo producir, a través de la constante confirmación, una identidad única, pareciera cumplir, dicho sea esto guardando todas las proporciones del caso, una función similar: Yo soy ése que aparece ahí, tendrá que asegurar el migrante frente a su documento de identidad. El que aparece ahí soy yo, repetirá. Y todo eso, aunque a veces sea verdad, tendrá que ser, por necesidad, porque eso es lo que quiere escuchar el representante del poder, falso. Una impostura que responde a una imposición.
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Dice Alejandro Santiago que pocas veces se ha sentido más desnudo que frente a un oficial de migración. No dice que el interrogatorio es un arma del imperio que le hiere el cuerpo, pero lo sugiere. Lo que sí dice es que ésa es una de las razones por las cuales sus migrantes de barro van desnudos: todos ellos están ahí permanentemente, en la garita, impostándose a sí mismos, respondiendo. Todos ellos están cruzando. Gerundio eterno. Y yo que he pasado tantas veces por ese trecho y que, aún así, sigo padeciendo ese sutil desconcierto y esa suerte de horror que provoca el tener que comprobar quién soy, quién de entre todas las que soy soy, me quedo mirando a los cuerpos de barro y, súbitamente, me siento parte de ellos.
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Y es entonces que tú, que es otra forma de decir yo, nos ves.

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