sábado, enero 05, 2008

Crónica: Crónicas de América Latina. Fiesta mexicana

El País/Suplemento cultural:Babelia (05/01/2008).
Jorge Volpi
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Cada semana ocupará este espacio un autor latinoamericano. Para inaugurarlo, un encuentro entre tres grandes. El humor de Carlos Monsiváis está en los ensayos de Octavio Paz. La épica de Carlos Fuentes habita las crónicas de Monsiváis. La sutileza de Paz fecunda los personajes de Fuentes.
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Olvidemos sus figuras majestuosas, las poses más o menos artificiales de las solapas de los libros, las fotografías borrosas o truncadas de los manuales, el gesto con el que han pasado o están a punto de pasar a la historia, o a esa tímida inmortalidad a la que aspira un escritor. Borremos los gestos arquetípicos -el bigote imperioso, la barba entrecana, el cabello revuelto-, los prejuicios a favor y en contra, la simpatía o la severidad de cada uno. Eliminemos el barniz de autoridad que los torna inalcanzables o geniales o perversos. Procuremos no mirarlos ahora, en 2008, cuando nos aprestamos a conmemorar los 10 años del fallecimiento de uno y a celebrar los 80 y los 70 años de vida de los otros dos. Imaginémoslos allá, en un pasado no tan remoto, hace cuatro décadas, reunidos en una no tan improbable fiesta en 1969 o 1970.
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Octavio Paz. Carlos Fuentes. Carlos Monsiváis. Persigámoslos entre la multitud: uno baila tango como profesional, otro se mofa de la concurrencia, el último divaga sobre la luminosidad de la champaña. Luego los tres intercambian pullas y abrazos. Y se ríen de sus chistes. La Santísima Trinidad de las letras mexicanas, en una fiesta, cantando a Los Panchos, por ejemplo. Y perseverando en otra de sus aficiones: observar, juzgar y cuestionar la naturaleza de sus compatriotas. A fuerza de oír a sus panegiristas y a sus adversarios, a sus respectivas barras bravas, a tantos y tantos críticos, y a fuerza también de encontrarlos a diario en la prensa y la televisión, de escuchar sus voces agudas o sobrias o destempladas, y en especial de no leerlos, olvidamos quiénes eran, lo que en realidad hacían (además de bailar, tomar canapés o burlarse de los demás), y lo que representan para nosotros ahora, en México, mientras recordamos sus aniversarios.
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Octavio Paz no llegaba a los sesenta, acababa de volver al país tras renunciar a la Embajada en India, se preparaba para convertirse en el jefe máximo de la cultura del país y había escrito algunos de los poemas y ensayos indispensables del siglo XX. Carlos Fuentes, a los cuarenta, para muchos el mayor seductor del continente, había publicado varias novelas definitivas. Y Carlos Monsiváis, de apenas treinta, ya era Carlos Monsiváis de cuerpo entero (apenas más delgado): el crítico más agudo y perspicaz de la vida nacional. Los tres colaboraban en La Cultura en México, el legendario suplemento dirigido por Fernando Benítez, y los tres iban a fiestas. Sí, a muchas fiestas. A pachangas -guateques, se decía entonces- como ésta.
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Pero, insisto, despojémonos de los retratos hechos y no pensemos que quien sonreía a las jovencitas era Fuentes, quien se mofaba de sus vecinos era Monsiváis y quien peroraba sin cesar era Paz: si los observamos atentamente, desoyendo las insidias y rumores que han corrido desde esos días, podremos ver que, al menos hoy, Paz se deja llevar por el ritmo del mambo -el momento en que el mexicano se encuentra, en abrazo mortal, con otro mexicano-, Fuentes cuenta un chiste picante y, sin pizca de ironía, Monsiváis se escabulle misteriosamente por las escaleras. Insisto: si hacemos a un lado su papel en la historia de la literatura, si aparcamos sus reyertas y desacuerdos y nos entrometemos en la charla que traban en medio de la fiesta, descubriremos que el lúcido humor de Monsiváis también está presente en los ensayos e incluso en algún poema de Paz, que el aliento épico de Fuentes habita las feroces crónicas de Monsiváis, que la sutileza argumentativa de Paz es el germen de numerosos personajes de Fuentes. Porque desde entonces los tres no han dejado de intercambiar opiniones, de discutir, de pelear y de llevar a alturas inusitadas el arte de la conversación.
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Habrá a quien le incomode rememorar esta fiesta. Quien se empeñe en señalar sus divergencias o recordar las patadas bajo la mesa. Quien niegue su "aire de familia". Son los chapuceros que miran el baile desde la ventana, los aguafiestas que no fueron convocados. Porque el diálogo sostenido entre estos tres escritores -entre sus libros- es uno de los más ricos y fecundos de la literatura en español en la segunda mitad del siglo XX. Paz era el mayor y ejercía, a veces con demasiado énfasis, como maestro: no es difícil descubrir su poderoso influjo en los otros, pero tanto Fuentes como Monsiváis, más hermanos menores que hijos, replicaron incisivamente a las ideas -y los regaños- del poeta.
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Durante décadas los tres se dedicaron a reflexionar y disputar sobre la condición mexicana, ese tema que ahora suena un tanto fantasioso -¿qué distingue a los mexicanos de los demás seres humanos?-, en ensayos, novelas, cuentos y crónicas que no han dejado de entreverarse desde entonces. Los tres se empeñaron en definir el retrato que los mexicanos poseemos de nosotros mismos y, al hacerlo, han contribuido como pocos a la conformación -mejor: a la invención- de nuestra identidad. Por ello, el mejor homenaje que podría hacérseles sería escuchar con admiración y sin prejuicios, críticamente, sus acuerdos y sus divergencias, los perfiles que se encargaron de desentrañar o de crear: el mexicano abismado en la soledad de Paz, el mexicano taimado y anguloso de Fuentes, el mexicano ingenioso y chapucero de Monsiváis. Recordémoslos así, en esa fiesta, mientras divagan y se divierten a nuestras costillas, y pasemos 2008 leyéndolos, rebatiéndolos, discutiéndolos, esforzándonos por renovar su voluntad crítica. -

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