lunes, enero 07, 2008

El Britney Crucis



Diario Milenio-(07/01/08)
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1.-El don de la omnipresencia
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Uno puede eludir las noticias más importantes del día, y hasta permanecer ignorante en torno a los sucesos centrales de su propia existencia; lo realmente difícil es no enterarse del último suceso en la vida privada de Britney Spears. Ignoro cuántos hijos tiene la mayoría de mis primos, y de los de Spears conozco nombre, paradero y situación legal. Los he visto dejar la casa de su madre, mientras ella iba atada a una camilla, camino a la ambulancia. Me he enterado también que su hermanita Jamie Lynn se ha embarazado a los dieciséis años. Sé que a un ex de la Spears se lo anda merendando Paris Hilton, cuya gula se quiere proverbial. Y tampoco he podido evitar la información, obtenida supuestamente de personas allegadas a la cantante, según la cual Brit gusta de combinar el vodka con golosinas tipo metadona, cristal, anfetaminas y tachas, amén del consabido clenbuterol, droga para caballos que según cree la ayuda a adelgazar. Si existiera la opción, elegiría devolver toda esa info por donde vino.
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No hace mucho, veía con un amigo un video de la banda bahiana Babado Novo, cuya cantante, Claudia Leite, es una de las mujeres más hermosas que alguna vez he visto en una pantalla. Sin embargo, aun hipnotizado por el look de la Leite, mi amigo concluyó que ante la posibilidad de un romance salvaje con ella o Britney Spears, elegiría sin duda a la segunda. En primer lugar, porque al cabo tampoco está nada mal, y en segundo porque de esa manera lo envidiaría ya no medio Brasil, sino literalmente el mundo entero. Puede que incluso él se envidiara a sí mismo. ¿Qué referencia necesita dar el galán hocicón que se llena la boca contando a sus amigos cómo ha sido una noche con Brit? ¿Es que alguno podría no saber de quién habla? Ahora bien, no hay que llegar tan lejos. Imaginemos la cantidad de hijos de vecino que darían cualquier cosa por poder ufanarse de que una vez durmieron con la-hermana-de-Britney, y acto seguido compensar las envidias consecuentes con uno que otro chisme de primera mano. Lo poquito que aún no es del dominio público.
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2.-Crea fama y échate a llorar
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Cuando se es Britney Spears, nada hay más peligroso que un allegado. No sólo porque proliferan impostaciones, suplantaciones y falsificaciones —cualquiera que haya estado a menos de tres metros de ella podría eventualmente llamarse allegado—, sino porque casi ninguno puede evitar el papel de espía e informador. Cada uno de los verdaderos allegados son blanco permanente de sus amistades, varias de ellas nacidas por el mero interés de penetrar el círculo íntimo de la famosa interfecta. Poner un pie en el único mundo que parece real, y a partir de esa vívida experiencia hacerse de un prestigio entre sus amistades. No es lo mismo contar lo que uno supo leyendo el periódico que lo que ayer le dijo la mamá del ex novio de la hermana de Brit. Además, ni siquiera el más fiel de los allegados puede evitar que sus amigos exageren, tergiversen o inventen sus palabras, por aquello del prestigio social. ¿Quién controla a los allegados de sus allegados? ¿Quién plantaría aduanas en la lengua profusa de un chismoso?
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La sacralización de la fama por la fama es también la devaluación del prestigio. En términos más crudos, la victoria de la imbecilidad —allí donde el “prestigio” consiste en otorgar a cualquier circunstancia fortuita la investidura que antes se concedía al mérito—. Ser vecino de la familia Spears supone un mayor éxito social que fumarse una biblioteca entera. ¿Cómo no cosechar cuando menos un par de entrevistas en cadena nacional, cuando afuera de la casa de junto hay un ejército de reporteros ávidos de moscones enterados? ¿No es verdad que a partir de esas entrevistas cada una de las amistades del vecino bocón le dará siempre el crédito debido? ¿Qué se puede esperar del boy next door de la cantante más famosa del mundo, si no de menos el color y el tamaño de sus calzones?
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3.-De la ficción a la cruz
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Seguramente el único lugar que nadie envidia en el entorno de la Spears es justamente el que ella ocupa. Alguna vez vi un video de Madonna —esa mercachifle de alma fría— donde se hacía crucificar a medio escenario. Paparruchas. Quien se interese en ver una crucifixión pública no tiene más que seguir de cerca el vía crucis público de la Spears. Para lo cual no necesita ni levantar un dedo, la información le llegará de todos modos, ya sea que la crucificada de moda se robe una baratija, levante un dedo firme ante las cámaras o sea conducida a un pabellón psiquiátrico. Sucesos que serían rutinarios en la vida de cualquiera luego de ser siete años Britney Spears y mirarse desnuda ante el demonio público.
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¿Qué haría una persona sensata en el lugar de Britney Spears? No sé si sea sensato, pero igual yo me cambiaría de nombre. Lo que no me imagino es cómo se hace para conservar cualquier forma de sensatez cuando, como en una escena de Polanski, el mundo entero parece suplicarte que saltes de una buena vez por la ventana, luego de tantos años de adularte a niveles abyectos y dejarte el cerebro dando vueltas en la órbita de un narcisismo solitario que ya no te permite creerle ni al espejo. ¿Hay lugar para alguna sensatez cuando los médicos te declaran oficialmente un peligro para tu persona y las otras, y media hora hora después ya se ha enterado medio mundo, literalmente? ¿De qué mierda le puede servir a nadie llevar la cuenta de esas intimidades?
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Donald Trump, famoso por su desvergonzada gula de protagonismo, recién ha declarado que la de las hermanas Spears es nada menos que “una vergüenza”. No menos sonrojado, encuentro que en un buscador de Internet hay algo menos de ochenta millones de referencias registradas en torno a “Britney Spears”, y estas líneas se sumarán en unas horas, igual que se alzan tantas voces en la plebe para animar La Crucifixión. Perdón por tanto grito, yo iba sólo buscando la puerta de salida.

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