sábado, diciembre 22, 2007

Donde hubo fuego, cenizas quedan

Termina el año y la vida sigue sin decirte nada. Todo es cotidianidad absoluta. Es lunes inicio de semana, la única diferencia es el número y el nombre del mes que marca el calendario, así como el número que le ha tocado a este lunes, puede ser diez o diecisiete, no interesa realmente. Tú estás parada atrás del mostrador de la tienda de ropa, -ubicada en la plaza comercial de moda de tu ciudad-, esperando a que por la puerta entre alguna cliente dispuesta a desembolsar la chequera de su esposo u amante según sea el caso, para poder vestir la mejor ropa, y así tenga que presumir ante la sociedad. Pero para tu sorpresa ha entrado Roberto Pérez. Tu último amor antes de terminar la Universidad. No te ha visto, finges demencia, mientras la memoria te hace ver la película en la que hasta ahora llevas veintiséis capítulos-años actuando.
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La vida tiene la costumbre de abofetear a cualquiera de sus habitantes de la manera más tierna, sin que se puedan dar cuenta, con alguna de sus múltiples ironías que tiene reservada para cada uno. Los refranes existen por algo, el idiota o la idiota que los inventó, tuvo que tener alguna razón lógica para ello. Cuando ibas en la preparatoria, juraste nunca trabajar en una tienda de moda, es tan banal y absurdo para ti que la gente construya su imagen según lo que dicte la moda. Y mírate, ahí, en un mostrador de una tienda de modas que almacena y vende las mejores marcas existentes en el mercado para la mujer. Primera frase para recordar el resto de tus días: nunca digas de esa agua no he de beber. Aunque todo tiene una explicación, una muy buena, porque el humano no puede romper las promesas personales ni hacer a un lado los principios, así por que sí. Para todo error, existe un pretexto.
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Tu fatalidad se empezó a escribir hace unos meses, justo cuando por fin pensaste haber encontrado la felicidad y anexada la estabilidad. Todo apuntaba a la perfección, tu racha mala había terminado. Los noviecitos de juego en tu secundaria, eran ya anécdotas, los novios de paso que llegaste a tener en la preparatoria, una simple experiencia para lo venidero: la Universidad. Los compromisos en cuanto a relaciones, por tu educación recibida desde niña, siempre fueron cosa seria y no deberían de tomarse a la ligera; y en tu familia la mayoría utilizaban la Universidad para cazar marido. Aunque por otro lado, existía la disyuntiva de que a nadie se le puede negar un poco de amor, y que sin este la vida es muy vacía. ¿Quién eres tú para negarles a otros tu amor? Eso justifica tu comportamiento. Tenía demasiadas razones para adoptar la costumbre de cambiar hombre cada mes, una era la sensación de tener en tu cama y sentir en tu cuerpo a otro, la cual ya se estaba volviendo una adicción en ti. La otra consistía en un punto de vista muy particular: la Universidad se hizo para estudiar y divertirse, no le veías caso el tener una relación con miras al matrimonio, y la durabilidad en la relación era síntoma de ello, por eso no te permitías pasar del año en tus relaciones amorosas. Pero siempre existe un alguien a quién decepcionar, tu abuela si estuviera viva sería ese alguien. Según cuenta tu hermana, ella acostumbraba decirle cuando la veía salir con un novio: cuida esa joyita, que no todos son dignos de poseerla. ¿Joyita? Años, materias universitarias y hombres tuvieron que pasar por ti, para que comprendieras que joyita era una vil metáfora para referirse a la vagina. Para tu bien, la literatura te dio una salida alterna. La joyita, podría ser, visto de otra manera, como tu corazón o tu esencia. Aquí nace tu propio refrán: no todo hombre es digno de conocerte por completo. Y es que el cuerpo y sus componentes sexuales –según tú-, realmente no tienen nada de novedoso para el hombre, lo pueden ver en una película, además, desde chicos estuvieron acostumbrados al contacto con los senos, la única diferencia es que aquellos senos eran maternos, ahora son ¿sexuales? Y no hay como el placer de sentirse dueña del amor de un hombre, que mientas duré enamorado, es capaz de hacer lo que sea por ti. Pero pobrecitos, si supieran que sólo te interesaba su cariño por un rato. En fin ya habrá otra que le cure sus penas, te respondías al menor asomo de culpa, cada que terminabas con un hombre. La vida cobra caro, las frases razón tienen, una amiga alguna vez te dijo: no hagas a otros, lo que no quieres que te hagan.
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Estás a punto de terminar la carrera, te faltaran escasas dos materias y la avalancha de miedos y responsabilidades empiezan a ser tu pan cada día y tu café de cada noche. Tus padres son un martirio constante: si no te piensas casar al terminar la carrera, ve buscando un trabajo para que vayas pagando tus gastos personales. Frase que te aparecía cada mañana desde hace dos meses, era como tener un duende programado a las seis de la mañana para joderte al mismo tiempo que tu despertador. Tu orgullo es como la muralla china, desde la luna se podría ver. Jamás ibas a ceder. Maldito feminismo, decía para sus adentros tu padre cada vez que le recordabas tu idea de no casarte hasta que tú lo creyeras correcto. Para beneplácito personal y de tus padres, obtuviste una tesis con recomendación a ser publicada, a pesar de tener un promedio por debajo de lo exigido. En la vida siempre hay que elegir, tú tenías dos opciones mientras hacías la carrera: obtenías buenas calificaciones, pero te olvidabas de amigas y amantes ocasionales, o sacabas la universidad como fuera y en cambio solidificabas amistades y te llenabas de amantes a tu antojo. La segunda opción fue la ganadora. Segunda frase que hiciste tuya: el fin justifica los medios. En este caso tu fin era tu felicidad y los medios, la forma en que la lograste. El trabajo nunca apareció en esta parte de tu vida. Ahora venía la segunda decisión importante de tu vida: buscar una relación con vías a la formalización, al matrimonio. Eso necesitaba un giro en tu personalidad, requería de despedirte de las relaciones de paso para acceder a las relaciones duraderas. Pero al mismo tiempo tenías que buscar trabajo, uno que permitiera seguir con tu próxima vida de estudiante, ahora en Maestría, al mismo tiempo que tu vida personal. La burocracia siempre fue una opción fácil y segura, tu padre lleva trabajando para el Estado toda la vida, o al menos desde que la memoria dio vislumbres de vida en tu mente. Pero como siempre, tu orgullo era quien tenía la última palabra, así que inexperiencia en mano y orgullo como vestimenta, saliste por las calles de la ciudad en busca de opción que cubriera tus expectativas.
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El karma, el maldito karma, así habré sido en mi vida pasada –repetías incesantemente-, que por más vueltas que diste, nada de lo que esperabas estaba con el glorioso estado de vacante. Sólo quedaba una opción, con buen sueldo, horario flexible de acuerdo a tus necesidades: vendedora de ropa para mujer en una tienda de moda, ubicada en la plaza comercial con más auge de gente nice. Era eso o nada. Analizando tu vida actual, se venía la Maestría, obvió tu padre no iba a soltar ya ni un peso más. Luego la búsqueda de una relación duradera y formal, para ellos había que invertir dinero en tu vida social. No había de otra, tenías que tomar el trabajo. Ya llevabas ocho de horas buscando y nada. Esto o la pobreza. Todo tiene un lado positivo, pensaste, al mismo tiempo que vino a tu mente aquella frase: siempre que se cierra una puerta, se abre una ventana. La puerta cerrada: tu opciones primera de trabajo, la ventana: este empleo que permitía burlarte del vacío existente en las mujeres de la aristocracia de tu ciudad y de pilón el placer de que ellas pusieran de su dinero para pagarte. Acto seguido, cerraste los ojos y le dijiste a la señorita, que atendía y se tardo más de veinte minutos explicándote todo lo referente al trabajo: acepto. Igual y sería una oportunidad para encontrar algún caballero que despistado en qué regalarle a la novia, acabe enamorándose de ti, si existen el don Juan, tú serías algo así como: doña Cleopatra, por aquello de la hermosura y la sensualidad inherente en tu persona e irresistible para los hombres.
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Y hete ahí, son ya tres años que llevas trabajando en esa tienda exclusiva, mujeres presuntamente felices han entrado y salido, tu maestría estás a punto de concluir y el desgane te carcome toda. Siempre hay que hacer un sacrificio en esta vida, decía tu madre, para poder merecer en un futuro el paraíso, terminaba la frase tu padre. Sin duda, si hoy te murieras, el cielo ganado ya lo tienes por tanto sacrificio que has hecho, -le aseguras a tu compañera del trabajo-, que se ha vuelto como una amiga para ti. Pero el amor se ha escondido de ti. Cupido se olvido de ti. Pero en el fondo sabes que sólo tú tienes la capacidad para darle fin a tu situación tan dañina. Y así como la vida te ha abofeteado con la ironía de tenerte trabajando en una tienda de ropa para mujer, a pesar de tus principios. También te da lecciones. Tu antigua maestra de preparatoria acostumbra pintar cada día en el pizarrón de su salón la siguiente frase: uno no valora lo que tiene hasta que lo sabe perdido. Su razón explicita era para intentar hacerles entender la necesidad de valorar a cada persona que forme parte de su vida y disfrutar cada momento. ¡Qué trillado!, y aún así nunca la recordaste, al menos no antes, sino hasta hoy que has visto a Roberto Pérez entrar a comprar en tu tienda, pero ¿qué hará ahí adentro, en la tienda en la que justamente trabajas? Lo notas indeciso, abandonas uno de los mostradores para acercarte a él y asesorarlo, de paso quizá te reconozca y te ponga al tanto de su vida, no está demás saberlo. ¿En algo puedo servirle?, le preguntas. Sí, que amable señorita, estoy buscando una blusa de x o y estilo, es para el regalo de mi esposa y no sé exactamente cuál puede gustarle. Tragas todo tu orgullo y a la vez la sorpresa te inunda las venas. Tomas valor y le contestas: para poder ayudarte Roberto, primero necesito me describas a tu esposa y teniendo alguna de sus características, quizá pueda asesorarte como se debe. Se sorprende y pregunta si te conoce o cómo es que sabes su nombre, tú le contestas que eres Angélica Hernández, otrora novia suya en el último semestre de la carrera de Ciencias Políticas. No puede evitar l sensación de darte un abrazo, de esos que años no recibías, tan lleno de un algo que no alcanzas a describir, cariño le pones para salir del hoyo. Se ponen al tanto de la vida de cada uno, luego te da las señas de su esposa, te dice que se casaron hace dos años, que la ama, pero que nunca como lo hizo contigo, que sigues siendo la única, te asegura. Paga y se va. Te quedas inerte, fría, sin reacción, actuaste por mero mecanismo. De la nada reaccionas y sales corriendo a ver si lo alcanzas, le das tu número, le pides el suyo y quedan de un café matutino, como los de antaño en el lugar de antes, el de siempre: afuera de lo es la Facultad de Derecho. Se cumple la fecha. El café ha sido grato. Se ofrece ir a dejarte a tu departamento de soltera. Aceptas. Sube hasta él, so pretexto de ir al baño. Tú caminas, hay algo que te pide actuar, pero sabes que las consecuencias son caras y pueden costarte la dignidad. Un próxima Maestra en Sociología no puede permitirse perder lo que años de orgullo te ha costado. Pero el amor, todo lo justifica y lo vale.
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Antes que salga del baño, entras a tu cuarto, buscas una foto de ambos, se la regalas como recuerdo a lo que fueron, él toma la foto, la observa y te dice: qué tiempos aquellos, haría lo que fuera por regresar un instante. Ya para qué, es tarde y ya no es lo mismo, tú nunca me quisiste como yo a ti, termina su soliloquio. Mejor me voy. Es ahora o nunca, gritas. Se detiene y te pregunta si dijiste algo, y antes de que voltee a verte, su espalda se empieza a llenar de sangre, tu piso se vuelve laguna de sangre. Tres veces salieron las tijeras para entrar cuatro y por fin caer al suelo lentamente, pues lo vas sosteniendo. Después el fuego generado por ti empieza a comer tus sillones de la sala. Luego ira a tu cuarto donde has acostado a Roberto, a tu lado. Si es cierto que el amor genera fuego, cuando este es intenso. Ahora tú le haces un monumento al amor que te tuvo Roberto y terminas con tu soledad que te carcome. El fuego todo lo borra. Nadie será culpable de nada, al menos no tú.

2 comentarios:

Alma Rebecca Yañez dijo...

Aunque mi blog nunca sera como el tuyo me permito felicitarte, es excelente la forma en que describes todo, y sabes tocar puntos sensibles, cosas que en defintiva pasan por nuestra mente.

Mi blog es un mas superficial y solo muestra fotografias mias, pero creeme que tambien algunas modelos podemos tener el gusto por la buena literatura.

Saludos desde Tijuana

Becky

Alma Rebecca Yañez dijo...

Hey que tal, al contrario siempre es un honor que personas con tu talento escriban en mi blog, de igual forma te deseo lo mejor para el proximo y que este que termina este lleno de felicidad

Becky