sábado, junio 02, 2007

Introspección LXIII.

Dormir es un verbo que odias poner en acción, si el silencio te atrapa, comete traición contra tu persona con la llegada de su ruido: los recuerdos que en despoblado suelen asaltarte robándote horas que tu cuerpo necesita para recuperar todo el desgaste del día. El silencio nunca ha traído calma a tu persona, siempre se ha vuelto un enemigo íntimo con el que te has tenido que acostumbrar a vivir. Cada recuerdo es una espina que se encarna en alguna parte distinta de tu cuerpo para hacer constancia que en esta vida tú has venido a pagar con el sudor de tu frente, porque tú y cada ser humano son descendientes de Adán, quien decidió por todos ustedes que el hombre debería de sufrir y al mismo tiempo escogió que cada uno de ustedes entendiera dos cosas: sobre ustedes está el destino del mundo y no son nada ni nadie si no tiene una mujer al lado, ella, la única que hace que todo lo feo tenga un tono alegre, que lo triste parezca sólo un obstáculo más que uno debe librar. La recompensa a cada día, la encuentra uno al llegar a casa y poder descansar en el regazo de la mujer amada, la Eva, que todos quieren tener a su lado, dueña de los oídos que todo lo escuchan, de una dulce boca al tacto de los labios masculinos y poderosa al emanar de ella las palabras más sabias y sanadoras del mundo. Eva, la siempre-eterna, que te recibe con los brazos abierto en los peores momentos de tu vida, a pesar de que ella, sufra más que tú y ni siquiera estés enterado de ello. Eva, la siempre-bella que espera que un día te decidas a que ambos se vuelvan uno solo y embones en ella, porque sin en ella, no eres nadie, sólo un tornillo inservible. Eva, la que todo lo aprieta, abarca y ajusta.

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