domingo, diciembre 11, 2005

Antes muerto que melancólico

Es hora de guardar el equipaje, los recuerdos se van junto con mi ropa. Mi destino es incierto. A estás alturas la única certeza es el desvarió que me hace partir. Mi vieja consola toca por última aquella canción que evoca tu presencia, siempre fantasmagórica.

     Aún no entiendo nada de lo que está pasando, es como estar en una de esas pesadillas en las que un tal Freddy Cruger, te persigue hasta cansancio, hasta ver que tus entrañas lloren y pidan perdón. Tal vez por eso nunca te pude olvidar, nunca nos pedimos perdón, tampoco hubo un hola y menos un adiós, simplemente una media vuelta y partimos.

     -¿Me quieres? Preguntaste como si todos eso años a tu lado hubieran sido nada.
     -Sí- asentí como tuvieras toda la razón. Nos dimos un beso, luego la pasión nos lleno y en el cuarto se sentía un fuego rico, pero al mismo tiempo era el infierno en medio de un diciembre que quiero olvidar, pero imposible pasar de largo, ahora que hago estás maletas que llevan más libros que ropa y con ello un sin número de dedicatorias que marcan el tiempo de nuestra relación. Un recuerdo constante de cómo la relación se fue muriendo antes de que nos diéramos cuenta que ya había acabado. El humano siempre tarda en darse cuenta de los finales, recuerda siempre el inicio de todo, pero olvida por salud o por conveniencia cualquier final, por eso preferimos burlarnos de ello, así lo hacemos con la muerte, muchas veces lo hicimos con nuestro derrumbe que sabíamos algún día llegaría, aunque nunca lo sentimos cercano y henos aquí más muertos que el socialismo.

     Lo único que supe de ti fue en una exposición de pintura. Una de tus amigas, Marisol, la lesbiana, esa que nunca entendí las razones de esas preferencias, me contó que andabas en Nueva York montando tu primer exposición fotográfica sobre las caras de la pobreza que existen en las grandes urbes de México. Tuve las intenciones de ir darme una vuelta por tu exposición. Pero mi celosa profesión jamás lo permitió. Hace dos años de eso y jamás volví a saber de ti, hasta hace unas horas.

     Faltan dos días para el año nuevo. El aire es muy cálido para ser diciembre, pero la gente camina por la calle incierta, como si tuvieran un vació y salieran a buscarlo sin éxito alguno. Yo andaba en la calle comprando mi periódico de todos lo sábados para enterarme de las novedades literarias, recuerdas siempre compramos ese suplemento cultural para estar al tanto del arte y la literatura, pero por muy extraño que parezca, hoy no lo encontré. Me pareció extraño, como también lo fue ese sonido del teléfono a las tres de la mañana del domingo. Nadie acostumbra hablarme a esas horas más que tú, pero era imposible, nadie te pudo dar mis datos, al propósito los oculte, no quería que supieras de mí. Nunca fui bueno para las despedidas, siempre prefería desaparecer. Pero el teléfono sonó, un poco tardo pero con escalofrió fui a contestar y efectivamente, eras tú, pero no era tu voz, sino la de tu hermana que siempre se la ha armado para contactarme. No recuerdo las razones ni el como sucedió. Sólo recuerdo está frase: -Siéntate y quiero que tomes con calma lo que te voy a decir. Denisse, se suicidó. Dejo una carta para ti. Acá la tengo te espero en el sepelio.

     Y heme aquí frente a un ataúd que conserva tu cara de ángel. No veo el chiste de seguir parlando ante lo que en una hora serán cenizas, pero muchos dicen que los muertos escuchan. Por no dejar quiero que te lleves esto a tu otra vida: Nunca te olvide, siempre te lloré y hoy vine para refrendar que mi llanto será eterno.

     Contigo muerta no tiene caso seguir en está ciudad tan grande y llena de recuerdos. Donde corro el riesgo de encontrarnos a amigos mutuos que no tardarán en darme el pésame y al mismo tiempo enterrar cada vez más tu imagen en mi cabeza. No quiero ser el típico ser que vive pensando en aquella mujer que siempre amo y un día se le murió. Corro el riesgo de convertirme en un viejo cliché. Antes muerto que parecer pieza de algún museo en nombre del desamor o de la melancolía. Simplemente cumplamos con el rito de nuestro amor que parecía una religión: Media vuelta y adiós. Es hora de escribir una nueva novela y ponerle punto final a viejas historias.  

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