
No soy especialista, sino usuario frecuente. Como todos los niños, detesté los acentos mientras no supe cómo y dónde ponerlos. Parecía muy difícil, al principio, tanto que más de uno contrajo esa costumbre gañanesca de escribir solamente con mayúsculas, y que equivale a hablar a grito pelado, pero conforme el idioma fue requiriendo de usos más sofisticados descubrimos que aquellos tildes quisquillosos brindaban un servicio inigualable a la hora de emplear palabras nuevas o leer en voz alta, por ejemplo, pues fungían como señalamientos providenciales a la hora de pronunciar y enfatizar. Por más que uno conozca las palabras en sus varios sentidos y crea tener un cerebro veloz para desentrañar los entuertos verbales, un texto en español que no contiene acentos se parece a un camino rico en bifurcaciones pero vacío de señalamientos. Quien no conozca de antemano esas líneas y pretenda leerlas en voz alta sin un previo repaso, estará condenado a tropezar indefinidamente.
Hoy, no obstante, de todos los acentos me preocupa sólo uno. Y me preocupa tanto porque aquí mismo, en la línea anterior, habría dado igual escribir “solo uno”. Peor todavía, ese acento esencial que hace la diferencia entre la soledad y la unicidad es hoy día un señalado anacronismo, además de una falta de ortografía. Semana tras semana, en este mismo espacio, tengo que decidir entre escribir de acuerdo a mis necesidades y las de la gramática vigente, nada más se me ofrece usar esa palabra: sólo. Envidio de repente a los angloparlantes que tan bien se la llevan con el only y el lonely, que serán más corrientes pero al menos no tienen nada que perder. Regatearle el acento a la palabra “sólo” es lanzarla desnuda a los dominios de la ambigüedad. Nunca será lo mismo decir que Perengano llega únicamente por la noche que afirmar que ha llegado a solas por la noche, pero si para ello contamos nada más con la palabra solo y no existe un acento para ayudarnos, lo probable es que gane la confusión. ¿Que debe uno entender, así las cosas, cuando escucha que Perengano llega solo por la noche? ¿Parecería extraño si además nos dijeran que viene en compañía de su familia, o que piensa quedarse una semana? ¿Y qué decir de aquél que afirma que “hablará solo por esta ocasión”? ¿Nadie tiene un acento que le rescate del malentendido?
No ignoro que estas líneas tienen perdido el juicio de antemano. Si hasta hoy he conseguido que algunos de mis textos lleguen hasta la imprenta infiltrados de al menos uno de esos acentos polizontes, más temprano que tarde se multiplicarán las manos y las máquinas resueltas a sacarme a empujones de mi necedad. Una cosa, no obstante, es verse despojado arbitrariamente de una función vital y otra muy diferente callar y obedecer. Como usuario frecuente del idioma español, tiendo a abusar de términos como ese “sólo” que hoy se mira tan solo sin el acento que le daba carácter, y es así que me opongo a la barbarie de dispensar lo que es indispensable, por más que haya quien piense que un entuerto como éste cabría sólo en un asilo para ancianos. Sólo, he dicho, por más que esté mal dicho. Y si efectivamente llego a anciano, me recrearé pensando que me he quedado solo con mi acento, pues nadie más lo pone. Sólo yo.
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