martes, abril 21, 2009

Aquellas pornografías

Diario Milenio-México (20/04/09)
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Ningún periódico capitalino consignó su intempestivo fallecimiento. No que me sorprenda. Y es que lo triste pero cierto es que el nombre de Marilyn Chambers dice ya muy poco —acaso nada— a la generación que bien habría de bautizar Román Gubern como la de El eros electrónico.
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Marilyn Chambers fue una estrella de cine porno y tal descripción, por definición, la fecha como una reliquia de ese momento fugaz en que la pornografía era filmada en 35 milímetros y consumida en grandes salas y aparecía edificada sobre un star system análogo al de las películas mainstream. Ese mundo hubo de durar poco: apenas las poco menos de tres décadas que caben entre la derogación del Código Hays, baluarte de la censura cinematográfica estadounidense, en 1966, y el lanzamiento de Mosaic, primer navegador de internet en conocer popularidad relativamente masiva, en 1993. Aun así, ni siquiera es posible concebir tal como la era del cine porno triunfal: buenos seis años habrían de pasar antes de que un puñado de productores de cine erótico aprovechara en su favor el colapso de la censura, lo que abriría al auge del cine porno en salas una ventana temporal limitada, a saber por la popularización de la videocasettera a fines de los años 70. No quedan, pues, como verdadera época dorada del cine porno, más que los escasos años que van de 1972 a 1977 o 78, hitos de la era que Ralph Blumenthal, reportero del New York Times Magazine, habría de bautizar como la del porno chic.
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Lo que queda claro ahora, a más de 30 años de distancia, es que las películas también lo eran o, cuando menos, aspiraban a serlo. Y no me refiero aquí sólo al soft-core glamoroso de Emmanuelle (1974), todo gasas al viento y collares de perlas (en más de un sentido), o a la muy seria (y un pelín solemne) exploración psicopolítica del erotismo de El imperio de los sentidos (1976), sino también al cine porno impuro y duro (¡durísimo!) de esos años, como aquella Tras la puerta verde que lanzara a la fama a Marilyn Chambers en 1972.

Los productores y directores de la cinta en cuestión eran los Hermanos Mitchell, Artie y Jim, quienes alentados por el mistral calenturiento del verano del amor, habían abierto en su ciudad natal en 1969 el O’Farrell, un teatro erótico que buscaba presentar espectáculos sexuales “de calidad”. De ahí a filmar Tras la puerta verde sólo había un paso: el resultante de ver Garganta profunda (1972) —la primera película porno dotada de una narrativa más o menos coherente y de una distribución masiva—, atestiguar su éxito comercial y su carácter de fenómeno cultural y pretender emularlo.
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A tal efecto, los Mitchell reclutaron a una Chambers joven y casi desconocida e hicieron de su elegante faz y su bella figura el gancho de una cinta que, si bien pretendía ofrecer la visión de toda suerte de actos sexuales, también se proponía contar una historia y hacerlo con recursos estéticos osados —mucho efecto fotográfico psicodélico, mucha ambientación decadente a lo wannabe Pasolini— y hasta con una agenda política liberal clara (fue Tras la puerta verde, por ejemplo, la primera película comercial en mostrar el encuentro sexual entre una actriz blanca —la propia Chambers— y un actor negro).
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Ahora Chambers ha muerto y con ella el último vestigio de una era, si no gloriosa, cuando menos entrañable: el tiempo en que el porno era más cruzada que negocio y sus aspiraciones libertarias se proyectaban en la pantalla comunitaria del cine y no en la solitaria de la computadora. Lo dicho: ya ni la pornografía es como antes.

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