martes, abril 21, 2009

Adictos a la ignorancia

Diario Milenio-México (20/04/09)
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1 Qué sabroso no saber
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Si cuando menos la ignorancia doliera, produciría tal vez menos fatalidad. Pero es un hecho que no sólo no duele, sino además induce a solazarse en una deliciosa ligereza, cuando no una zopenca vanidad, anidada tal vez en la superstición de que el conocimiento pesa demasiado para ir por la vida con él a cuestas. Como tantas posturas insostenibles, la de los orgullosos ignorantes recurre con frecuencia al desafío, asumiendo que media docena de balbuceos remachados a extremos nauseabundos pueden más que cualquier argumento; mejor aún si se usan para interrumpirlo. Como tantos cobardes rencorosos y dispuestos a cualquier bestialidad con tal de que ésta no les comprometa, la ignorancia es por cierto bastante más temible que los peligros contra los cuales alerta, espeluznada como beata de pueblo. Si el viejo refrán dice que no hay abismo más profundo que la boca de un chismoso, vale pensar que tampoco habrá promontorio más chato que el criterio de un hincha de la superstición.
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Hoy que tantas conciencias profilácticas se recrean opinando en torno a aquellos temas que de manera ufana desconocen, como sería el caso de una hipotética despenalización de la mariguana, casi la única información concreta en circulación es aquella que nos reafirma en la sospecha de que quienes opinan no saben de lo que hablan. O en su caso pretenden no saber. Como Clinton, si un día la fumaron no le dieron el golpe. Parecería que hay un pacto de silencio entre los ignorantes y sus buenos amigos, los hipócritas, de modo que no se hable ni se opine ni se dictamine más que al amparo de la sombra del estigma. De muy pocos oímos lo que piensan; inferimos así qué tanto los desvela cuanto de ellos pudiéramos pensar.
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No es la mota, es el coco. No es una simple planta, es una plaga bíblica. Todo aquél que la venda será un asesino; quien la fume seguro va a enloquecer; y quien opine que hay que legalizarla será que está pacheco o es narcotraficante. No se explica cómo va nadie a despenalizar cualquier cosa por tantos años satanizada, sin antes echar luz sobre la materia y disolver las nubes de la superstición. Pues al cabo si el tema es la salud pública, mal puede protegérsele desde el fanatismo. Mal también se defienden las libertades individuales cuando se parte de un fariseísmo gazmoño que privilegia al gesto sobre el discernimiento. Antes que proponerse despenalizarla, convendría empezar por desmistificarla.
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2 De la bacha a la pacha
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La mariguana no es, como quieren sus más fervientes partidarios, inofensiva como un cigarro de chocolate. Tampoco mata a nadie, ni deja idiota a quien abusa de ella, aun si de pronto se requiere un experto para confirmarlo. Pues si bien el pacheco vitalicio difícilmente quiere mover un dedo para hacerle saber al mundo que aún existe y puede razonar, hace falta una dosis angélica de candor para atribuir al mariguano la peligrosidad del borracho. Si éste, como se dice, no come lumbre, menos lo intentará cualquiera de esos tragahumos cuyo estadazo tiende naturalmente a la contemplación. Si acaso tienen prisa, ésta es sólo por desacelerar la vida, que en su opinión se pasa de rauda. Sus pensamientos vuelan, aunque igual que sus sueños apenas dejan huella. Los borrachos, en cambio —más aún sus compadres, los cocainómanos—, razonan poco pero viven pronto. Son tercos e impacientes, más todavía si se topan con la pereza propia del pacheco, habituado a entenderse con sus semejantes en la medida que éstos fumen del mismo gallo. “¿Traigo los ojos rojos?”, cuenta el chiste que pregunta uno de ellos, y el otro le responde “¡Tú tráetelos!”.
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Ahora bien, no la totalidad de los que beben o fuman, y ni siquiera una porción mayor, acostumbra abusar hasta acusar los síntomas del adicto. Hay, por supuesto, mariguanos que pierden familia y trabajo por entregarse enteros a la bacha, y asimismo borrachos dispuestos a morirse con la pacha en la mano, pero ninguno de esos casos ejemplares alcanza para convencerme de que me abstenga de empujarme un par de buenos tequilas —y hasta otros pares más, si la ocasión pecara de memorable— sin por ello temer que voy a despeñarme como todos los beodos irredentos. Tampoco, al fin, soporta uno a esos pelmazos que se juran traicionados por el amigo que no quiere embriagarse hasta el coma, o hacen burla de quien rechaza la segunda, o le enseñan el plomo al secuaz que pretende zafarse de la farra. Joaquín Sabina, que algo sabe de estos bravos asuntos, ha opinado al respecto que quien es imbécil, con drogas dentro será más imbécil.
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3Inversión y derroche
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Sabemos, pues, lo obvio: siempre será más sana la abstinencia que el vicio, pero lo cierto es que ambos extremos espeluznan igual a quien no los frecuenta, que es la mayoría. Ahora mismo podría bajar a prepararme un gintonic para mejor centrar la reflexión, pero igual no me ha dado la gana, y de eso al fin se tratan estas líneas. La gente bebe o fuma cuando quiere, y eso da dividendos tanto a los proveedores de la golosina como a quienes sancionan su circulación. Da también para muchos enjuagues, si la ilegalidad fomenta su mistificación, y en tanto su consumo. En resumen, da para embrutecerse sin saber lo que se hace.
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Clamar que al ciudadano adulto le asiste el derecho a fumarse a la madre naturaleza es aún quedarse corto, si asimismo es preciso hacer valer su derecho a la información. Sería de una indolencia contraproducente la idea de quitarle los candados a cultivo, venta y consumo de mariguana, ya sea éste medicinal o recreativo, sin contemplar un plan de asistencia paralelo donde se bieninviertan los recursos hasta hoy malgastados en balas, rejas y candados. Nada que pueda armarse en dos patadas, ni en un solo país, ni de hoy a mañana. Pero si ya se ocupan tantos millones en combatir al narco y sus pistolas, bien podría desviarse parte de ese derroche multinacional a presentar combate contra la ignorancia desde mejor trinchera que la hipocresía. Una cosa es que hoy día la solución ideal resulte más o menos inviable, otra muy diferente que la insistencia en criminalizar la libertad individual resuelva lo hasta ayer jamás resuelto.

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