lunes, septiembre 15, 2008

Bájale al homenaje


Diario Milenio-México (15/09/08)
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1 De oficiosas sepulturas
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Por razones que deberían ser obvias, tanto los homenajes como sus socias, las conmemoraciones, se parecen frecuentemente a los sepelios. Escudados en las mejores intenciones, los resucitadores terminan enterrando justo aquello que pretendían revivir, no exactamente con el mayor talento, y a veces ni siquiera con un poco de instinto. Por eso la memoria de las cosas que un día valieron la pena, y muy probablemente aún la valen, tiembla con cada nuevo aniversario, que ya de por sí entraña una oportunidad para echarle unos puños de tierra encima. Diez, quince, veinte, veinticinco, treinta, cincuenta años: qué difícil dejar pasar ocasión semejante sin darse a homenajear al autor, los autores, la corriente, el inicio o la consagración de lo que sea. Más aún si se trata de instancias oficiales, cuya existencia y supervivencia se creen comprometidas con el sacro deber de rendir homenaje a todo cuanto les parezca homenajeable. Es decir, cualquier cosa. Basta una colección de almanaques de los últimos cincuenta años para contar con una fuente infinita de coronaciones póstumas, útiles más que nada para el lustre social y la buena conciencia de los oficiosos.
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¿Cómo es posible, lloriquean los ávidos de sepelios, que pasen cincuenta años de tal evento y no se rinda el homenaje pertinente? Si el mundo homenajeara todo aquello que en teoría debe conmemorarse, difícilmente quedaría ya tiempo para hacer otra cosa que mirar al pasado y aplaudirle, con tal de que ya no se atreva a vivir. ¿O es que acaso a los deudos les complacería que intempestivamente el muerto saliera del cajón y animara el velorio con su regreso? ¿Quién que viera venir al querido cadáver le daría la mano emocionado, en lugar de correr despavorido y sospecharse no menos difunto? Hay un curioso pacto de hipocresía entre quienes se aplican a rendir homenaje oficial a quien un día ignoraron, menospreciaron o combatieron; no son, por cierto, escasas las ocasiones en que también hay prisa por despacharlo. Entre más adjetivos y encomios se hacen presentes en los discursos, mayor es el impulso por olvidar el tema y pasar a otra cosa. Dichosa la memoria de aquel que sobrevive a sus homenajes.
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2 Menuda postrimería
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2008 es el año en que varias instancias oficiales brasileñas celebran el primer medio siglo del bossa nova. Si a mí también me diera por homenajear, diría que he tenido la suerte de asistir a dos eventos asociados a esta conmemoración, pero sigo pensando que más que buena suerte ha sido mala pata. No en balde la canción de Zeca Baleiro habla de la saudade como una película en blanco y negro que el corazón quisiera ver colorida. Hará ya un par de meses que, no bien me enteré de una exposición conmemorativa por el cincuentenario del bossa, corrí literalmente al parque de Ibirapuera, en São Paulo, donde el Museu da Oca albergaba lo que creí un acervo suculento para quienes por razones geográficas y temporales no estuvimos allí, de manera que más que conmemorarlos, apenas procuramos enterarnos de buena parte de esos esplendores, con una ingenuidad quizás equivalente a la de aquellos tiempos.
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Para un bossanovero voraz, cualquier vestigio de los años dorados resulta atesorable, pero la sed nacida de la nostalgia raramente se colma con recuerdos vagos. La exposición de marras contenía películas, portadas, canciones, recortes y toda suerte de memorabilia expuesta al público mediante alardes de tecnología fallida. Entre bocinas y mamparas omnipresentes, uno asistía a cada proyección o audición sin conseguir librarse del sonido proveniente de las otras, de forma que al final no quedaba en el coco sino un ancho pastiche de interferencias irritantes. ¿Debe uno suponer que quienes se encargaron de armar la muestra no asistieron a ésta ni siquiera para probar su eficacia? ¿Será que ya la pura ostentación del hi-tech les dejó satisfechos por el deber cumplido? Nada parece al cabo más primitivo que la alta tecnología cuando no funciona, y eso lo sabe cualquier usuario de computadoras personales a quien se le ha borrado el disco duro. Me recuerdo saliendo de la expo en Ibirapuera comido por la triste certidumbre de haber estado en una fiesta que inexplicablemente degeneró en sepelio. Ya puedo imaginar las sentidas palabras de los funcionarios encargados de darle sepultura al bossa nova…
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3 Abajo el enterrador
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Más patéticas aún que las conmemoraciones suelen ser ciertas obras conmemorativas, inspiradas no tanto por los originales como por el deber de homenajearlos. Es el caso de Os desafinados, una de esas películas pergeñadas con intenciones inmejorables y resultados que se antojan harto difíciles de empeorar. Producido por TV Globo, este homenaje fílmico cuenta la historia de cinco músicos cuyas vidas resumen, a los ojos estrábicos de sus creadores, los destinos de tantos otros cultivadores del que bien podría ser el ritmo más sabroso del que exista memoria. Me gustaría decir que esta triste película filmada por estricto compromiso es comparable a una telenovela, pero la mera estupidez del guión —saturado de elipsis intempestivas y situaciones gratuitas— impide compararla con nada que no sea una plena inmundicia. Sólo un providencial sentido del humor le permite a uno llegar hasta el final con alguna sonrisa entre los labios, de modo que termina uno congratulándose de que el bendito Antonio Carlos Brasileiro de Almeyda Jobim no alcanzara a vivir para hacer el berrinche consecuente. Antes de los idiotas se prefiere el desprecio que el homenaje.
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Que yo sepa, no existe más sentido y provechoso culto al bossa nova que el acto de escucharlo, recrearlo y continuarlo. Hoy mismo son legión los músicos que extienden sus dominios y le rinden vivísimo tributo. Más allá de sus dignos descendientes naturales —Bebel Gilberto, Danilo Caymmi, María Rita— y la presencia casi fantasmal del sumo sacerdote Joao Gilberto, menudean los músicos jóvenes que cultivan el bossa con vigor envidiable y renovador. Solamente el catálogo de marcas como Grama y Biscoito Fino agrupa tal catálogo de tentaciones en clave bossa que cualquier homenaje sale sobrando. No se entierra a los vivos sin riesgo de uno mismo terminar sepultado por las arenas movedizas del ridículo.

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