martes, agosto 05, 2008

Franz, el ur-bloguista



Diario Milenio-México (05/08/08)
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Las apariencias engañan, dice el dicho. La proliferación de la escritura electrónica en los albores del siglo XXI pareciera ser el resultado más o menos lógico de la tecnología moderna. Pareciera que alguien tiene un blog porque posee una computadora que incluye la función necesaria para elaborar una bitácora electrónica. Sin embargo, basta leer a autores como Macedonio Fernández o Franz Kafka para darse cuenta de que, sin otro instrumento más que el lápiz y el papel, y una que otra estampilla postal, estos autores escribían ya electrónicamente.
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El ejemplo del caso: Las cartas a Felice, esos tres volúmenes de misivas que de manera regular y obsesiva y detallada le escribiera Franz Kafka a una mujer con la que, también aparentemente, él planeaba casarse. La lectura de entrada tras entrada, misiva tras misiva, no deja lugar a dudas. Franz Kafka fue, en el más literal de los sentidos, un bloguista excelso. Un verdadero prócer del género. Escritas en la oficina, en la casa o en el tren, antes de dormir o justo al despertar, largas o cortas, maravillosamente profundas u obsesivamente detalladas, todas estas cartas dirigidas a un público específico (en este caso Felice Bauer) y producidas en cantidades descomunales (con frecuencia dos al día, por ejemplo) vienen claramente de la mente de un bloguista empedernido.
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Se nota, antes que nada, su obsesión por la escritura –esa actividad que, según su carta escrita entre el 14 y 15 de enero de 1913, “significa abrirse desmesuradamente” pero para la cual “nunca puede estar uno lo bastante solo..., nunca puede uno rodearse de bastante silencio cuando escribe, la noche resulta poco nocturna, incluso”. Unos meses después, tampoco tuvo empacho alguno en declarar: “Pasarme las noches escribiendo como loco, eso es lo único que quiero. Y que ello me haga derrumbarme aniquilado, o volverme loco, eso lo quiero también, porque es la consecuencia necesaria y por largo tiempo presentida”. [13/VII/13] Escribir siempre, en todo momento, no por dos horas, como le aconsejaba su prometida, sino al menos diez horas al día. Eso quería y, en todo caso, eso es precisamente lo que hacía, frente a la hoja o aproximándose a la hoja, escribir –la primera obsesión de todo bloguista.
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Sus observaciones, como las de todo buen bloguista, fueron muy variadas. No hubo cosa de la vida cotidiana que le resultara demasiado pequeña o insulsa– el rostro de una mujer en el andén, la descripción de la oficina a la que en no pocas ocasiones denominó como su propio infierno, paseos con amigos, paseos a solas, horas de duda, horas de desolación. Las obras de teatro a las que asistía, los libros que leía, sus opiniones sobre el cinematógrafo (y sobre este tema, por cierto, hace no mucho se publicó el libro Kafka Goes to the Movies de Hanns Zischler) le merecían comentarios especiales. Como muchas de estas misivas estaban destinadas a capturar la atención afectiva de Felice, éstas contienen también reflexiones sobre el amor –o la imposibilidad del amor para ser más exactos– y las relaciones humanas. Algunos pasajes típicamente kafkianos incluyen: “Pero qué pasa cuando le falta a uno la fuerza de conquistar a un ser por completo?” del 12 y 13 de febrero de 1913. O la siguiente: “Y ahora, mi amor, tómame, pero no olvides, no olvides rechazarme a su debido tiempo”. Y por el mismo estilo: “La eterna preocupación de mis cartas es liberarte de mí, pero en cuanto me parece haberlo conseguido, me vuelvo loco”.
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En su ur-blog, Franz Kafka también se refirió de manera irónica a los comentarios usualmente positivos que recibían sus escritos. No aceptó ninguno de ellos y a todos los caracterizó, casi invariablemente, como malas interpretaciones exageradas, aunque nunca hizo el esfuerzo de expresar este rechazo en público. Eso, sin duda, se debe a que en realidad Franz no tenía, como lo expresó otro día de febrero, “ningún plan, ninguna perspectiva, yo no puedo entrar en el futuro por mis propios pasos; precipitarme en el futuro, rodar en el futuro, tropezar y caer en el futuro, eso sí puedo hacerlo, y lo que mejor soy capaz de hacer es quedarme tumbado”. Siempre y cuando, claro está, esa posición le permitiera seguir escribiendo.
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Con todo y todo, Franz, famoso por su desgano, su tuberculosis, y antipatía contra el mundo, no pudo deshacerse de otra característica del buen bloguista: la coquetería. En su carta del 8 de abril de 1913, Franz retaba de manera socarrona a Felice: “Tienes que admitir que poseo el arte de hacerme seductor”.
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Franz –y lo llamo así porque así firmaba su ur-blog– escribió esto otro día de febrero: “En otros tiempos, cuando mi visión de mí mismo era aún más precaria, y creía que no me era permisible dejar de prestar atención al mundo ni un solo instante, en la pueril suposición de que el peligro está ahí...”. La oración continúa, pero el “ni-un-solo-instante” y la palabra “peligro” que viven dentro de esta declaración me obligan a detenerme. Esos dos elementos me convencen una vez más. Resulta apabulladoramente obvio. No hay explicación alternativa. Franz fue y sigue siendo el verdadero ur-bloguista: aquel que sabe que “prestar atención al mundo” es sólo una descripción un tanto larga pero bastante exacta del acto de escribir.

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