lunes, agosto 04, 2008

Facha de mandatario



Diario Milenio-México (04/08/08)
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¿Presidente yo?
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Hay quienes simplemente esperan demasiado del espejo. Una vez que los cambios de la adolescencia terminan de modificar el semblante, tiende uno a preguntarse si tiene ya la facha del que quisiera ser. Cosa sencilla cuando lo que se busca es hacer fortuna como facineroso, bastan apenas unas horas de arresto para adquirir la pinta patibularia. Otros, en cambio, la vimos más difícil, seguramente sólo por ingenuos. Me recuerdo buscándome —frente al espejo, con diecinueve años— la cara de Presidente de la República, sin otro resultado que una discreta y fugaz decepción. ¿Debía uno parecer, incluso tan temprano, lo que en secreto habíase propuesto ser? A juzgar por la corpulencia de la ambición de quienes al final lo han conseguido, se trata de una convicción sintomática, cuando no patológica, y esas cosas se notan. Si por sí mismas no hacen por destacarse, muy poco hace el espejo para convocarlas. Cierto es que me esforzaba por alcanzar el porte de mandatario, pero igual no lograba imaginar al jefe del Estado Mayor atrás de mí, tieso como una estatua; al cabo, para el caso, me era más fácil imaginarlo riéndose. Creía, ingenuamente, que esas caras solemnes se tenían, cuando lo único cierto era que se ponían. En ciertas profesiones, no es uno más ni menos que la cara que logra poner.
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Sería demasiado sencillo, amén de chabacano, concluir que Radovan Karadzic es un tipo con cara de asesino. Otros, no pocos, le vieron un buen tiempo cara de presidente, y hasta hace tres semanas menudeaban los distraídos que le encontraban cara de sabio. Es decir, tiene la cara que pone. Lo cual de entrada prueba que nadie tiene la cara dura, pero algunos consiguen endurecerla durante el tiempo bastante para convencer a los demás de aquello que el espejo nunca estará seguro. Fuimos mal enseñados a respetar valores que nadie respetaba en realidad, como los rostros en extremo adustos de esos políticos que jamás se cansaban de jurarle fidelidad a la Patria. Ni a la esposa, ni a los electores, ni a la secretaria. Personas de modales en apariencia rígidos, y a la hora buena más relajados que los de los auténticos facinerosos. Más allá, pues, de la facha que pueda presentar al prójimo el ex presidente Karadzic, se nota su talento al menos en dos ámbitos: es un facineroso y un caradura. ¿Cómo no iba a tener cara de presidente?
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Farsante llama a farsante
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En los dominios del rebaño infantil, basta un rictus de pasajero desconcierto para ganarse la fama de idiota. Poner cara de bobo es ser bobo y pagar las consecuencias, al tiempo que otros logran salirse con la suya poniendo a tiempo su cara de malo, que con algo de esfuerzo el paso de los años transformará en la mirada torva del hijo de puta. O en su sonrisa chueca, que también aporta. Karadzic, para el caso, tiene una buena colección de pintas. Ahora mismo, no le queda más que jugar al héroe incomprendido y traicionado. Tal es la cara que ha puesto en La Haya, convencido tal vez de que sus naturales dotes polifacéticas han terminado por borrar la cara que un día tuvo, en favor de la que le pueda convenir. Por razones quizás emparentadas con la cobardía propia de los rebaños, la cara de héroe no parece desentonar con la de matón.
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Dice uno que fue ingenuo para que no lo tachen de ignorante, o para no aceptar que es perezoso. ¿Cómo explicar, si no, que basten una cola de caballo y unas barbas blancas para que quien tenía cara de asesino fuera visto como un hombre sabio y bondadoso? Serviría tal vez considerar que ante otros, nunca pocos, el matón tiene cara de héroe, y heroicos serán a sus ojos los trece años que Karadzic pasó a salto de mata, disfrazado de experto curandero. Nada que le gustara ver en el espejo al falso viejo sabio, farsante varias veces injertado en farsante, para quien no quedaba más consuelo que encerrarse en un bar, entre sus partidarios, solo junto a su foto como presidente: un hombrón arrogante y mofletudo, con la melena siempre alborotada y esa pose de superioridad histriónica a la que años más tarde la Interpol llamaría “conducta extravagante”.
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Indignación balcánica
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Si pensara de pronto como cineasta, me gustaría que la escena fuera conmovedora. Transformado en gurú de la energía cuántica humana, el matón de multitudes se asila en el rincón de una taberna oscura para brindar a solas con su viejo retrato. Lo difícil sería, llegado el caso, despojar de cursilería al esperpento, luego de ver a Karadzic en La Haya quejándose no porque según él sea inocente, como porque el gobierno americano le había prometido inmunidad. Igual que Pinochet y Echeverría, el serbio no parece concebir que por medio de un trámite administrativamente irregular se dé curso a un juicio por el asesinato de miles de personas. La de veces que del ’95 para acá, y más aún en las últimas dos semanas, se habrá ya preguntado ante el espejo cómo le pueden hacer esto a él. Allí está, ante las cámaras, con su carota de ciudadano indignado. No puede ser, alegan ambas cejas, esto es un atropello.
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Alguna vez encarcelado y convicto por estafa, el ex presidente serbio no tiene otra salida que recobrar su vieja cara dura y desplegarla hasta el final del juicio, alegando con Göring que el enjuiciado es siempre quien perdió la guerra. Diciendo sin decir que todos esos miles de ejecutados no intimidan a quien hizo lo que hizo en nombre de la Patria, y alegando en voz alta, como hasta hoy, que se defiende ante ese tribunal no porque reconozca su legitimidad, sino porque lo agrede personalmente, como lo haría una catástrofe natural. Momento de plantar la cara de mesías, de modo que al subir a la cruz quede claro quién va a pagar la cuenta por las atrocidades del rebaño entero. Es lo bueno de haber sido presidente: se tiene cara para cualquier cosa.

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