lunes, mayo 19, 2008

Paren ese balón


Diario Milenio-México (19/05/08)
---
Léase: ni a cuál irle
--
Hay preguntas de tan fácil respuesta que debería uno meditarlo dos veces antes de responderlas. Preguntas inocentes, en apariencia. Llega un desconocido y de todos los temas concebibles te pregunta a qué equipo le vas. Que en mi caso resulta como verme forzado a dar una opinión muy personal sobre el diptongo. Cierto es que a veces los elige uno por su sonido, y ello implica tener criterios al respecto, pero de todas formas no encuentro cómo dedicar más renglones al tema del diptongo, aun si viene el triptongo y se le suma. ¿Cómo le explica uno al preguntón que le tiene absolutamente sin cuidado lo que pueda pasar entre el América, el Guadalajara, los Pumas, el Cruz Azul y el Necaxa, pues le parecen todos iguales? Más, no obstante, me comprometería si por forzar un poco la empatía dijera que soy hincha de este o aquel equipo, pues de entrada me arriesgo a entrar en una conversación que me deja en total desventaja, y encima de eso en riesgo de quedar exhibido como farsante. Mejor que lo vean a uno como animal raro.
-
“Tiene que haber alguno que te simpatice”, insiste el preguntón, que se niega a cambiar de tema sin obtener alguna forma de respuesta. Puede que ni imagine la posibilidad de que exista un ser humano al que no le interese la liga de futbol. En estos casos es inútil resistirse, dado que el enemigo no se irá sin al menos algún atisbo de satisfacción, como sería decirle que simpatiza uno con el Atlas, o mínimo aceptar que jamás sería hincha del América. Pero hay días en que uno amanece terco, por no hablar de la tentación de burla y desafío que suele despertar en los herejes la insistencia tenaz de los creyentes. En esos casos, lo que funciona no es llevar la contra —en cuyo caso se termina enfrascado en esas discusiones bizantinas que en principio quería uno evitar— sino confesar que le bastan cinco minutos de juego para quedarse dormido, aunque no sea cierto. El preguntón tal vez nunca lo advierta, pero un rechazo así de categórico ya implica algún espíritu deportivo.
-
Sobrevivir a la niñez a espaldas del futbol es verse preparado para pasar el resto de la vida llevando el sambenito de bicho raro, y con alguna suerte hallarle el gusto. Pero al fin uno acaba aprendiendo cosas, como esa certidumbre según la cual los peores enemigos de los futbolistas son los hombres de pantalón largo que de una u otra forma los controlan. Una ley que se cumple en virtualmente todos los deportes, toda vez que resulta más sencillo y rentable llegar a alto burócrata deportivo que empeñarse en la incertidumbre agotadora de pelear por ganar un torneo, y otro, y otro. No hay que saber ni dónde está el Estadio Azteca para entender la lógica del dirigente, pero ayuda ser hincha de otro deporte y compartir —al fin— la frustración amarga de entender que los zánganos siempre van a ganar sobre los meritorios, tanto como que son capaces de vivir tranquilos sin jamás recibir un solo aplauso.
--
Alerta: pantalón largo
-
Escribo estas palabras aún bajo la influencia de una emoción mayor, derivada de estar tres horas frente a la pantalla mirando a Rafael Nadal batallar contra Roger Federer con uñas y dientes por el Masters de Hamburgo. ¿Son esas taquicardias las que conducen al ciudadano común a llamarse hincha de un cierto equipo? Lo dudo. Pese a experimentar una suerte de identidad automática con la enjundia guerrera del español, o a haber recuperado la pasión por el juego a partir del reinado del suizo, no me veo llevando sus nombres por bandera, ni hallando identidad con otros mortales a partir de una coincidencia de franquicias. Puesto que no las hay, ni puede haberlas en los deportes individuales, que a veces tanto gustan a los bichos raros. Pero, insisto, nos une con los otros la frustración de saber que al final van a ser los burócratas quienes ganen
-
No vayamos más lejos, ahora mismo a Nadal no le basta con vencer a Djokovic y Federer en días subsiguientes y ganar 108 de sus últimos 110 juegos sobre arcilla; debe también pelear contra Pedro Muñoz, presidente de la Federación Española de Tenis, quien se las ha arreglado para enemistarse con el grupo de tenistas españoles más poderoso de la historia. Una pelea que en principio se antoja desproporcionada, pues no se imagina uno qué virtudes deberá tener el directivo para al menos de lejos equipararse profesionalmente con tipos como Carlos Moyá, Tommy Robredo, David Ferrer, Nicolás Almagro, Juan Carlos Ferrero, Feliciano López y el reciente campeón de Hamburgo. ¿Cómo es que semejante batallón exige su renuncia y el tipo sigue allí, ocupando un lugar que decididamente no le corresponde?
--
Favor de no comprender
-
Hablar de tenis entre mexicanos parece en estos tiempos exotismo. Cosa curiosa en un país que ha dado más grandes tenistas que futbolistas, pero al fin comprensible si se toma en cuenta la cantidad de ineptos y vivales que han conseguido chamba de directivos del tenis mexicano, del cual hoy día poco o nada queda. Recuerdo todavía las tardes felizmente sufridas en el Club Alemán y el Chapultepec, que ya vieron caer a Jimmy Connors y Boris Becker sin que nadie saliera a bailar a la calle por eso. ¿Cómo explicar entonces al entusiasta futbolero que sus festines multitudinarios parecen, desde fuera, mitología dominguera y épica de pacotilla? Que es lo que pasa siempre con la emoción ajena, incomprensible incluso y sobre todo para quienes pretenden administrarla. Asumo que más de uno entre ellos arrugaría la nariz, tal como yo la arrugo ante al culto al balón, si me viera gritarle y aullarle a la pantalla durante los últimos puntos del tercer set. ¡Vamos, Rafa!, recuerdo haber ladrado una vez más, con carne y alma en vilo frente al juego grabado que dos horas atrás había terminado allá en Hamburgo. Qué alivio, esto de al fin sentirse incomprensible.

No hay comentarios.: