jueves, mayo 22, 2008

Árbol de muchos pájaros



Diario Milenio-México (20/05/08)
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Escribió Rosario Castellanos en su poema Revelación:
 Lo supe de repente:
hay otro.
/Y desde entonces duermo sólo a medias
/y ya casi no como.// No es posible vivir /con este rostro /que es el mío verdadero /y que aún no conozco.
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Tengo la sospecha de que este es el momento que inaugura una y otra vez todo proceso de escritura: el momento de reconocimiento atroz: un momento alterado y de alteración: asombro y terror confundidos: crítica y libertad. Un abismo. Identificatoria (en el sentido de producir el reclamo de la diferencia que es asignada por ese otro) más que identataria (el grito de la mismidad), la escritura, cuando verdaderamente lo es, encarna la otra cara de la cara. El otro cuerpo. La otra voz. Se trata de la voz nuestra, eso es seguro, pero de la nuestra como “aún no la conocemos”. Atormenta y, debido a eso, dormimos “solo a medias” o “no com[emos]”. Pero se trata, sin duda, del rostro más propio, el más “verdadero” y, por lo tanto, el más desconocido. Por eso la escritura, cuando verdaderamente lo es, no puede sino estar del otro lado del poder. Las más distintas sociedades del mundo le han confiado a la escritura, especialmente a la poesía, esa tarea: producir ese otro lado del poder que es el texto. Ahí cuestionamos nuestras certezas, dudamos de nuestras convicciones, ponemos a prueba nuestros puntos de fuerza. Ahí vacilamos, que es otra manera de decir que vivimos. Ahí caemos rendidos. La escritura, especialmente la poesía, no puede, por lo mismo, estar del lado de la mismidad, del unívoco, del estado. La poesía, cuando es, es un puro reclamo. La poesía conoce, y esto a profundidad, la palabra que según Emily Dickinson es la más salvaje de todas: No.
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Hace no mucho otra escritora mexicana, Carmen Boullosa, argumentaba que Rosario Castellanos supo albergar dentro de sí a ese otro que se anuncia en el poema Revelación a través de la voz indígena que tan bien exploró, cuestionó y retrató en Balún Canán, la novela que publicó en 1957, y que junto a Ciudad Real y Oficio de Tinieblas formaron lo que se ha dado en llamar su triología indigenista. De acuerdo con Boullosa, es esa voz de la nana-india la que le da con frecuencia el tono de prédica a mucha de la narrativa y no poca de la poesía de Castellanos. No es del todo descabellado pensar que Rosario Castellanos albergó dentro de sí esa otra voz de su revelación más primera y más íntima porque, desde temprana edad, fue también muy consciente de la frágil posición a la que la conminaba su cuerpo sexuado e histórico. Protegida por las jerarquías de clase y de raza en un Chiapas donde el indígena sigue luchando aún hoy en día por obtener un trato digno, pero condenada por su especificidad de género en el México de mediados de siglo XX, Rosario Castellanos dedicó mucha de su energía creativa a explicar y explicarse la compleja realidad de las mujeres de ese entorno que era también ella misma.
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Es de suyo interesante que en 1950, el año en que otro gran poeta mexicano publicó un libro que ha probado tener una larga vida, me refiero al Laberinto de la Soledad de Octavio Paz, Rosario Castellanos publicara también la tesis con la que la Universidad Nacional le otorgó su grado en filosofía cuyo título fue: Sobre Cultura Femenina. Y digo que es de suyo interesante porque el libro de Octavio Paz le dedica un número considerable de páginas a definir a la mujer mexicana en términos de pasividad y traición, asociando su condición a aquella adjudicada a la figura histórica de La Malinche, mientras que Castellanos, compartiendo un mismo contexto histórico, apuntaba con rigurosa retórica académica hacia un entendimiento más detallado y complejo de la condición femenina. Que el tema permeaba el aire o inflingía escozores varios a los mexicanos que, a mediados del siglo pasado, experimentaron los rápidos cambios que hicieron una metropolis de la ciudad de México y una pesadilla económica de un autodenominado milagro, resulta evidente en el interés suscitado en dos mentes tan brillantes y tan disímbolas. Que el tema produjo, y sigue produciendo, interpretaciones tan contrastantes, si no es que opuestas, es apenas empezar a reconocer la necesidad de llevar a cabo lecturas paralelas de ambos textos.
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Mientras eso sucede, y en medio de la alegría que supone volver a encontrar, más por azar que por plan preconcebido, ese volumen prodigioso que responde al nombre de Poesía no eres tú, van aquí algunas rosarios. Está, por supuesto, la de El despojo: Me arrebataron la razón del mundo/
 y me dijeron: gasta tus años/ componiendo
este rompecabezas sin sentido.
 Y está también la Rosario capaz de reírse de sí misma (como en Narciso 70, el poema en que acepta, no sin ironía, que abre los diarios para ver si encuentra su nombre en ellos). Y la Rosario utópica que imaginaba como ciertamente posibles otras maneras de ser (como en su famosa Meditación en el Umbral). Y la Rosario, importante hoy, que sigue declarando a los cuatro vientos que esa conjunción con el otro de su primera revelación es posible: Yo no voy a morir de enfermedad
ni de vejez, de angustia o de cansancio./
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo./
Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías/
 ni de esta celda hermética que se llama Rosario./
 En los labios del viento he de llamarme
 árbol de muchos pájaros.

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