lunes, mayo 05, 2008

Mi reino por un rating



Diario Milenio-México (05/05/08)
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1 Personaje o personeja
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En la última parte de Tu rostro mañana, Javier Marías se sumerge en el que sus personajes describen como el Síndrome Kennedy-Mansfield, consistente en el horror narrativo a una muerte intempestiva y espectacular. Cree uno, lógicamente, que nadie quisiera ser recordado por los detalles sórdidos del día de su muerte, pero a veces la lógica sobra en estas cuestiones; más todavía si se toma en cuenta la poca relevancia que debería revestir a los ojos de un vivo cuanto suceda o no en este mundo no bien lo haya dejado para siempre. Ser recordado, ser pensado, ser reconocido. Por cualquier causa, con mérito o sin él. Con demérito, incluso; bochornosamente. Hay puñados de gente lista para matar o dejarse matar por eso. Que, a todo esto, es lo peor que les puede pasar. Pocos horrores narrativos parecen tan cercanos a la atmósfera reclusiva de las pesadillas como el que inspira el que marianamente se llamaría Síndrome Trevi-Tyson.
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Entre las toneladas de información chatarra que no recuerdo haber solicitado y para mi vergüenza tengo a la mano, sé que la aún famosa Gloria Trevi se ha declarado La Mejor Cantante del Mundo, aduciendo que sobre el escenario es “toda una show woman”. De entre los numerosos horrores narrativos que me provoca el caso de la Trevi —de quien no sé gran cosa, y aún así sé más de lo que habría querido— hay uno en especial espeluznante, y es justamente ese proceso de infatuación que lleva al personaje a reemplazar a la persona. ¿Cómo saber dónde quedó el primer Mike Tyson luego que el miserable peleador de barrio recibió decenas de millones de dólares y la atención bastante a nivel planetario para proclamarse El Hombre Más Duro del Mundo? ¿Qué le pasa a tamaño personaje una vez que le llega la hora de caer en desgracia? Una persona puede ser pisoteada y borrada, pero rara será la que acepte irse al limbo con todo y personaje.
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2 El clavadista estrella
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Édgar, se llama el niño. Es uno de aquellos gorditos que sufren toda suerte de burlas y bromas pesadas, de manera que basta esa inseguridad adicional para que se hagan torpes y pusilánimes. Cierto día, alguien lo filmó durante la clase de momento bochornoso en que la mala fe del burlón se combina con la torpeza del patiño, de forma que el video exhibe a Edgar parado y aterrado sobre un par de troncos, a la mitad del cruce de un riachuelo. Otro niño, que ya cruzó antes de él, se ríe de su miedo y levanta uno de los troncos, para amedrentarlo. Édgar se asusta más, se enoja, chilla, grita, insulta como puede al otro y en mala hora se aferra al tronco equivocado, que cae violentamente de las manos del otro niño, junto a Édgar que se da un golpe, resbala y va a dar hasta el agua. Luego llora e insulta una vez más, empapado y golpeado. ¿Cómo explicar que una escena tan estúpida pueda haber sido vista, según la información de YouTube, por más de ocho millones de personas?
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El niño Édgar tampoco se lo puede explicar, lo cierto es que el video de su desgracia supuso un raro giro de la fortuna, pues el gordito en un principio estigmatizado se convirtió en estrella de YouTube. Al día de hoy, hay en el sitio infinidad de videomontajes creados a partir de la vergüenza de Édgar, además de una entrevista en la televisión, donde el niño no oculta el orgullo que siente de ser famoso. Y ahora también está el comercial de galletas Gamesa donde aparece la escena del río, sólo que esta vez Édgar resulta el héroe, no porque sea más valiente que nadie, sino porque dispone de una cohorte de centuriones a su servicio que le dan trato de emperador y echan al otro niño y al camarógrafo al río. Luego de ver a Édgar tirarse solo al piso a solicitud de su entrevistador, vale dudar que YouTube le haya hecho más favor al niño clavadista que contagiarle el síndrome Trevi-Tyson.
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3 El fasto del mal gusto
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Por funestas que se revelen sus secuelas, son incontables los hijos de vecino que darían cualquier cosa por ser víctimas de un síndrome así. No en balde hoy día los argumentos de las telenovelas —que antes parecían exagerados, más que nada en el tema del mal gusto— palidecen frente a las incidencias en la vida privada de sus intérpretes. Si antiguamente los galanes telenoveleros debían esforzarse en sacar adelante el papel asignado, ahora el foro que cuenta es el de sus acciones más íntimas, sean éstas verdad o invención estratégica. ¿Para qué perder tiempo en clases de actuación o ensayos de solfeo, si el rating sube solo luego de que el galán de la televisión, ya en el gran escenario de la vida real, se le va sin pagar a la sexosierva o le planta una tunda a su mamá?
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Si pudiera, no sabría que el cantante Cristian Castro tiene un hermano que se llama Michelle —que es como ser francés y llamarse Micaela— y un hijo bautizado atrevidamente como Mikhail Zaratustra. Quiero creer que esos datos serían inverosímiles aun dentro del argumento de una telenovela, pero si abro un periódico o enciendo la tele me arriesgo a comprobar que son del todo ciertos, y eso no me conviene como espectador. Cuando niño, de noche y en la cama, jugaba a sospechar que mi vida no era más que una representación, y a mis espaldas todos estaban de acuerdo en desempeñar cada uno su papel para mí. A estas alturas, luego de tanto ver lo que los personajes son capaces de hacer con las personas que quizás antes fueron, me parece más cómodo sospechar, como entonces, que todo es pura farsa e invención. Telenovela sobre telenovela sobre telenovela, interpretadas por personajes de personajes de personajes. Gloria Tyson, Mike Trevi, Britney Castro, uno qué va a saber si ni la tele prende.

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