domingo, marzo 23, 2008

"…Sobre una nube de claveles rojos"

Bajo el Sol
Roberto Martínez Garcilazo (Diario E-Consulta Puebla-23/03/08)
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Son las 09h 58m del viernes 21 de marzo en el atrio del templo de San José, en la 18 oriente y la 2 norte, de la ciudad de Puebla. En esta mañana de luz brumosa de manera insólita y ecuménica coinciden los calendarios astronómico (inicio de la primavera), político (nacimiento de Juárez) y religioso (viernes santo).
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Mundos simultáneos ocurren este día en la Pirámide de Cholula, la Avenida Juárez y el centro histórico de la Ciudad de Puebla. Cada uno de ellos con su propia cosmovisión, liturgia y dramatis personae.
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De los astrales alternativos que vestidos de blanco alzan los brazos hacia el sol en busca de la energía celeste y, de los políticos que vestidos de negro, que montan guardia en el republicano monumento, nada escribiré. Sí, en cambio, de los católicos -70 mil según la eclesiástica contabilidad) que este día caminan por las calles de Puebla rezando y pidiendo perdón al cielo por sus pecados (otro es el cielo y el sol de los católicos, no los mismos de los albos paganos de Cholula).
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Son las 10h 00m en el atrio de san José. Los miembros de la Cofradía de Jesús Nazareno son cientos; tal vez incluso lleguen a ser mil. Son adultos mayores, jóvenes y niños, todos ellos vestidos de negro con una faja morada y, todos también, de marcial y rápida disciplina.
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Cuidadosamente organizados por jerarquías se distribuyen tareas según sus rangos y edades: banda de música, valla, escolta y mandos.
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Suenan las trompetas y los saxos, gimen el dramático "¡Perdón, indulgencia…" Un silencio cargado de tensión brisa las banderas moradas y los pendones del atrio.
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Justo en el centro de las lajas centenarias de la explanada, está la litera con capelo en la que el Señor de las Maravillas hará el recorrido de la procesión.
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Este año, los cofrades de esta congregación, irán por Él a su templo y lo traerán hasta aquí para que junto al Jesús Nazareno, tomen camino hacia la Catedral. Mientras, por el lado opuesto de la ciudad, se desplazarán entre ayes de dolor y penitencia las esculturas magníficas de La Virgen de la Soledad y La Dolorosa, y otro tanto hará –atravesando el río- El Padre Jesús de Analco.
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Las 10h 15m. Al pie del portón cerrado del templo de san José, en terrible ostinato, otra banda toca una música lamentosa cuya desgarrada melodía se repite delirantemente. Los feligreses se amontonan dócilmente y en silencio esperando que salga el Nazareno hacia la muerte predestinada, cíclica, trágica, centenaria.
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Quema el sol. Son las 10h 21m. Dieciséis hombres de negro levantan la litera del capelo y marchan hacia el templo del Señor de las Maravillas. Una cohorte de niños va tras ellos, bajan la escalera y se forman sobre la 18 oriente para esperar; llevan en sus manos cruces huecas de madera equipadas con manivelas que al girar hacen graznar insospechadas matracas.
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Muros devastados por el tiempo. Frágiles casas de los hombres bajo la luz del día. Una anciana de gesto agrio y bastón de plástico camina con dolorosa dificultad; un niño de tres años ríe, corre, cae de bruces y llora buscando a su madre.
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10h 55m. La gente habla quedo y con la cabeza baja.
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Silencio roto por el redoble de tambores que omisos anuncian la inminencia del sacrificio.
Graznan siniestras las matracas y llega, cargado en vilo –de miel y dorado- el Señor de las Maravillas y los fieles apelotonados lloran ante la visión del caído. Rezan, aplauden.
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Son las 11h 01m y sale, vestido de guinda y oro, Jesús Nazareno hacia la muerte caminando sobre una nube de claves rojos y la conmoción hermana al rebaño de almas que lloran y se hincan al paso del que morirá por ellos.
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Baja las escaleras la víctima del destino providente y los ojos de todos lo miran.
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Baja las escaleras y no es uno, son miles de hombres y mujeres los que bajan los escalones de piedra en busca del milagro que nimbe la miseria de sus días.
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Hoy morirán todos.
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Hoy todos serán abandonados por el Padre en la cruz de la agonía.
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Y es un río de gladiolas, claveles y crisantemos.
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Y es una riada bronca de miles de hombres y mujeres y niños y ancianos.
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Es un brazo de mar del pueblo pobre y doliente.
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Son los miserables, son los condenados de la tierra, son los que nada tienen, son los que entrarán sin duda al reino de los cielos; los que caminan, se detienen, rezan, lloran, van cantando bajo el sol hacia la muerte…

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