martes, diciembre 25, 2007

Fotografía y posmemoria



Diario Milenio-México (25/12/07)
--
Dice Milorad Pavic, en esa maravillosa novela que responde al nombre de Paisaje pintado con te, que el pasado siempre está a punto de ocurrir. En Tiempo pasado: Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, Beatriz Sarlo argumenta que “el regreso del pasado no es siempre un momento liberador del recuerdo, sino un advenimiento, una captura del presente”. De ahí que el tiempo propio del recuerdo sea, precisamente, el presente: “es el único tiempo apropiado para recordar, y también el tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio”. Tal vez pocos artefactos como las imágenes fotográficas transmitan con tanta convicción –con una convicción, eso sí, paradójica– ese estar-a-punto-de que caracteriza a lo que, habiendo sido, sigue siendo. En efecto, son pocos los elementos fragmentarios, y una fotografía de suyo lo es, que convocan, con tanta naturalidad, diríase que hasta con urgencia, la continuidad de un relato. El que ve un retrato, se apropia de una historia porque su mirada, lo quiera o no así, la reaviva, continuándola. El que ve, no se transporta hacia el pasado sino que, tal como lo sugieren Pavic y Sarlo, traen ese pasado a colación en el presente. Tal vez pocos objetos nos conviertan, a través de una acción tan aparentemente inocua como ver, en sus cómplices. El que ve un retrato, se implica.
-
Hace más o menos un año recibí una invitación por parte de José Rojas Loa para participar, junto con los historiadores Cristina Sacristán y Andrés Ríos, en la presentación de una serie de fotografías del Manicomio General, comúnmente conocido como La Castañeda, la institución inaugurada en 1910 con bomba y platillo por el entonces presidente Porfirio Díaz, como primer acto de las celebraciones del centenario de la independencia de México. No tendría que explicar pero explico que la invitación se relacionaba a los muchos años que, en mi faceta de historiadora, he pasado leyendo e interpretando material textual y fotográfico del dicho manicomio. Mi relación con la institución, quiero decir, no es personal. Nunca fui, que yo sepa, una de las internas que ven hacia la lente de la cámara fotográfica con azoro o estupefacción o indiferencia. De haber sufrido de algún desajuste mental, mis ancestros lidiaron con esas condiciones en el extra-muros del mundo de la provincia norte. Nunca visité a interno alguno en sus pabellones y ni siquiera entretengo, como tantos otros, historias o macabras o divertidas sobre los avatares de La Castañeda en el barrio de Mixcoac –hoy por hoy una zona en la que la locura más cotidiana es, como en toda la ciudad, el tráfico. No soy integrante, quiero decir, de esa segunda generación que, a decir de Marianne Hirsch, podría hacer de mí, al ver las fotografías de La Castañeda, una agente de la posmemoria.
-
Y, sin embargo, después de esos muchos años que he pasado leyendo con cuidado expedientes y oficios, y observando en obsesivo detalle fotografías y retratos del manicomio, es del todo difícil asegurar que mi relación con la institución no es personal. Menciono todo esto porque en la discusión que Beatriz Sarlo anima contra el concepto de posmemoria acuñado por Hirsch –un término que a Sarlo no sólo le parece narcisista y redundante sino también carente de toda eficacia teórica– la pensadora sudamericana acota que la única especificidad de la así llamada posmemoria no es su supuesta naturaleza mediada y lacunar, vicaria o abierta, sino más bien el grado de implicación subjetiva del sujeto que, desde el presente, y más específicamente desde posiciones concretas de clase y género de su presente, invoca o busca, o invoca por el sólo hecho de buscar, ese pasado. Dice Sarlo en un ejemplo que involucra testimonios de hijos de hombres y mujeres desaparecidos durante la dictadura militar: “Es la intensidad de la dimensión subjetiva la que diferencia la búsqueda de los restos de un padre o una madre desaparecidos por sus hijos, de la práctica de un equipo de arqueólogos forenses en dirección al esclarecimiento y la justicia en términos generales… [s]implemente se habrá elegido llamar posmemoria al discurso donde queda implicada la subjetividad de quien escucha el testimonio de su padre, de su madre, o sobre ellos”.
-
Vuelvo a las fotografías de la Castañeda, a esas imágenes que he visto una y otra vez con la clase de “intensidad subjetiva” que produce el extraño reino del Como-Si. No soy nada de ellos, en efecto, pero cada mirada me ha convertido con el paso de los años en la hija o nieta o, en todo caso, la cómplice de una experiencia que, en sentido literal no me pertenece, pero que en el sentido político de todo lo que acontece, debería. Cuando veo las imágenes y, más aún, cuando las llevo a presentaciones varias, a charlas que responden a títulos como “El manicomio y la ciudad: la modernidad mexicana desde la locura”, la intención es, sin duda, extender el extraño reino del Como-Si a unos espectadores que disfrutan o padecen, según sea el caso, un presente que es consecuencia directa, pálpito, continuación de los rostros y las rejas y el dolor del manicomio. En el reino del Como-Si, entonces, soy algo de ellos, y lo eres tú. La experiencia no es nuestra, pero la elección, la intensa elección subjetiva, que es, y Sarlo tiene razón en esto, profundamente política, nos produce como la posmemoria de la Castañeda. Intrigante inversión de términos.

No hay comentarios.: