miércoles, noviembre 02, 2005

Piel de musa.

Está sentado en la misma conferencia, justo frente a ella, que habita como parte del público. Él se entretiene viéndola como deja caer lentamente su cabello sobre el respaldo del asiento, al lado derecho de Claudia se encuentra, Roberto el mejor amigo de Juan y a su izquierda, está Alejandra la eterna amiga de Claudia.
         Juan está nervioso, su poemario es el mejor de estos años, ha dictado la crítica, se tiene piedad y no cree nada de lo que dicen estos sabios de la literatura, sólo son vanaglorias, además sólo le interesa la opinión de ella, con quien nunca ha cruzado una palabra, de vez en cuando él la observa todos los días a las tres de la tarde desde la ventana del dormitorio de la universidad, cuando pasa camino al dormitorio de mujeres.  
         Uno de sus amigos escritores, el connotado premio internacional: Rigoberto Hernández, ha venido a presentarlo, en estos momentos está leyendo la reseña, Juan no pone atención a esas palabras, prefiere ver la pose de atención con la que mira Claudia a su amigo, siente celos, pero también miedo -¿Qué tal si me mira así cuando me toque leer? Me voy a poner nervioso- se pregunta y asevera para sus adentros. Es el turno de su guía intelectual, Héctor García, quien siempre le exigió mas carne en los poemas, ahora después de cuatro años incansables de intentos tras intentos, lo ha logrado, se siente satisfecho, pudo convencer a su crítico más severo, pero Juan sigue sin poner atención, ahora piensa en como sería tocarla, se imagina esa piel blanca y suave, piel de musa; el sudor se adueña del cuerpo, su corazón acelera el ritmo del latido. Sigue pensando en ella, ahora la imagina desnuda. En eso, el sonido anuncia: sedemos la palabra al joven poeta, que nos ha reunido aquí, para presentar su poemario de reciente aparición.  
         No está preparado, el sudor ha inundado su cuerpo, la playera empieza a dejar huella de tal situación. Por eso prefiere ponerse el saco, pretextando que es para ponerse la máscara del poeta y dejar a un lado la humana. Empieza a dar sus impresiones, busca un punto fijo, piensa en Claudia, pero mejor desvía la mirada a otra parte del público, para no ponerse nervioso, quiere acabar, necesita pararse de la mesa para ir a decirle a Claudia: cada poema que escribí, lo hacía después de mirar como pasabas por mi ventana. En ti me inspire, es para ti. Pero es cobarde, jamás lo va decir, se conforma con leer un poema, precisamente uno que se llama: piel de musa.
         Ha acabado el poema, prefiere no leer más, tiene ganas de caminar, de encerrarse a crear otro poema o de ir por una chela con sus íntimos amigos. Sí, sigue viéndola,  jamás recuperara el ritmo de sus latidos. La gente aplaude, pasan a las preguntas, el sólo comenta: que el poemario hable por mí, además la crítica ya hizo bastante; no me gusta develar el como o el porque de mis poemas. Se paran él y sus amigos, destino siguiente sin lugar a duda, será un bar de esos que existen en el centro de la ciudad, donde tantas veces se fue a tomar para olvidar los sentimentalismos que provocan las mujeres que siempre fueron corpóreas en los poemas, pero inexistentes en su realidad, siempre lejanas de las manos y cercanas de su vista.

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