martes, marzo 12, 2013

Los días del tiempo: "Ese misterio, Hugo Chávez Frías, teniente coronel"- Pedro Ángel Palou (Y sin embargo/Opinión 11/03/12)


Los hechos son incontrovertibles, un país que hace 14 años tenía más del 40% de pobreza (con sus 33 y pico millones), posee sólo el 6%. El mismo país es desde 2005 declarado por la UNESCO como libre de analfabetismo. La cantidad de hospitales, escuelas, carreteras y viviendas construidas y habilitadas desde hace una década ha cambiado el rostro del lugar, por siempre. Un líder carismático –un caudillo, diría él– ha logrado todo esto ganando más de 10 elecciones y dos referendos con porcentajes mayores al 50% de los electores (aunque nunca abrumadores), produciendo una especie de religión laica –el neobolivarismo, o el chavismo fuertemente centrada en su persona. Hoy que ha muerto Hugo Chávez, Venezuela es otro, muy distinto que el que dejó en quiebra el segundo periodo presidencial de Carlos Andrés Pérez. No se trató de un dictador, aunque tampoco de un demócrata para los estándares internacionales. Un autócrata, más bien, que concentró el poder y gobernó gracias a la enorme riqueza petrolera, en un país con infinitas desigualdades sociales. Los miles que salieron a llorar a la calle en su sepelio no son actores, muchos de ellos ni siquiera beneficiados directos del chavismo, son simplemente pobres que han ganado en estos años haber dejado de ser invisibles. Emancipados, con derecho al voto, han cobrado carta de ciudadanía. (Como supo ver con tino en 2010 Eduardo Galeano). El precio, sin embargo, ha sido caro pues muchas libertades civiles han sido clausuradas por el mismo sistema que hemos descrito. Censura, cierre de televisoras, un enorme programa de nacionalizaciones y una brutal deuda pública dejan al país sin saber cómo responderá –con qué programa social– ahora que se termina la revolución chavista, el sueño de un joven cadete que afirmó una y otra vez que nunca leyó a Marx y que inventó, o reinventó el socialismo latinoamericano del siglo XXI. ¿Será capaz Maduro de enfrentar la división interna, cohesionar a la élite militar y continuar la labor de su maestro? ¿Volverá Capriles esta vez por todo? ¿O muchos chavismos –locales– se disputarán la herencia, dinamitándola? Porque su bolivarismo –y el excedente petrolero– le permitieron promover y patrocinar a una nueva izquierda con tintes absolutamente distintos, desde el indigenismo de Evo Morales hasta el extraño retorno de Daniel Ortega, hasta la salida de la crisis del kirchnerismo en Argentina o el equilibrio financiero de Cuba. El petróleo le permitió convertirse en el amigo, el compañero de todos estos nuevos liderazgos a los que apuntaló y fortaleció. Esa es la segunda incógnita después de su muerte, la internacional: ¿qué pasará con los países amigos, vecinos y no tanto, cuyos negocios con Venezuela son tan lucrativos? La geopolítica latinoamericana sufrirá, sin duda, un reacomodo inevitable pues por más bolivarismo el sucesor tendrá que vérselas con la economía interna más pronto que tarde. Es fácil desde ese periodismo de lobby de hotel que denunciaba Christopher Hitchens, en donde pocos van a las fuentes y todos buscan más bien una conexión wifi para ver qué se está diciendo y publicando instantáneamente en los medios para producir una nota en consonancia con el sensus comunis, descartar a Chávez, o al populismo que encarna. Se hace desde la comodidad de una lectura uniforme del mundo que tiene tres falacias centrales: 1) la democracia es un bien en sí mismo y por ende cualquier país que no se rige por lo que el capitalismo financiero y el liberalismo llaman libertades democráticas es esencialmente malévolo; 2)el capitalismo y el libre mercado entrañan una libertad de elección que produce agentes autónomos, emancipados que eligen no sólo a sus gobernantes sino racionalmente sus decisiones; 3)las economías emergentes lo son en tanto se ajustan a los criterios del capitalismo financiero internacional. En nuestros países la desigualdad sigue siendo tan brutal que estos tres principios son fácilmente falaces. No hay free choice, pues el sujeto está siempre condicionado por su situación económica y social y se encuentra francamente excluido no sólo del estado de derecho sino del derecho al estado, razón por la cual los populismos son tan efectivos: empoderan y emancipan a amplios sectores de la población otorgándoles a veces por primera vez en su historia voluntad política y capacidad de decisión. No hemos encontrado una alternativa al capitalismo que no merme las libertades individuales y las llamadas socialdemocracias hoy no son sino formas distintas de gastar/ahorrar el presupuesto público, no soluciones de fondo, alternativas viables. Sin embargo la crisis del modelo es clara y figuras como las de Chávez, incluso con sus excentricidades mayores, son dignas de revisión y reflexión, como ha hecho la periodista Alma Guillermoprieto en su excepcional perfil para el New York Review of Books, The last caudillo. (“Se preocupaba por la gente. Desafió el racismo venezolano y saltó por encima de las barreras de clase. Al venir de circunstancias él mismo de circunstancias abyectas, trajo mejoras significativas en la salud, la educación y el bienestar público a los pobres, allí mismo donde vivían, en sus barrios. Él se mostraba desafiante. Él era un macho”). Reflexionar y debatir sobre los años de Chávez en lugar de denostarlo o ensalzarlo debería ser una tarea de los medios y de los intelectuales (si es que queda alguno que no se haya convertido en simple opinionador de lobby de hotel, para seguir de nuevo a Hitchens, quien por cierto criticó fuertemente a Chávez después de acompañar a Sean Penn a un viaje por la Venezuela profunda, en su irónico Hugo Boss). Esa reflexión es la única manera de llenar el vacío que las gracejadas y ocurrencias del comandante nos dejan a quienes seguimos pensando que en América Latina pueden decidirse aspectos fundamentales de nuestra vida humana. Más allá de su necrofilia bolivariana, como la calificó Hitchens, o de la adoración de sí mismo que bien vio Guillermoprieto, su liderazgo social produjo para un enorme sector de la sociedad resultados que difícilmente se han visto en otros países de nuestro continente donde el neoliberalismo sentimental todavía cree que la inclusión y la incorporación son las únicas formas de vivir felices todas las patrias, silenciando y volviendo invisibles a los verdaderos sujetos de la patria, los ciudadanos sin ciudad, los de las favelas y los cinturones de miseria, los expulsados a Estados Unidos o a la droga, a la miseria o a la muerte). Es cierto que Chávez construyó un gran teatro en el que él era el actor principal, es cierto que su mesianismo endeudó al país, pero también es cierto que nunca tantos venezolanos lo fueron de veras, ciudadanos al fin, con rostro y voz.

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