lunes, septiembre 24, 2012

El destinatario de los libros (Diario Milenio/Opinión 18/09/12)


Tengo la impresión, seguramente romántica, de que, justo como una carta, el libro va dirigido a un destinatario específico. Tal vez la única diferencia radica en que el escritor de cartas —y con todo derecho podemos considerar a los mensajes electrónicos dentro del género epistolar— sabe a ciencia cierta quién es su destinatario, mientras que una de las funciones del libro es evocar y, luego entonces, producir ese destinatario. En efecto, el libro va dirigido a ti, pero nadie, ni siquiera tú sabes que lo eres, o quién eres, hasta que el libro llega a tus manos. Inauguración espectacular. Aquella expresión que solía coronar las lecturas fundamentales, “pero si esto fue escrito para mí”, es verdad. Sin la sensación que da pie a esa expresión, el libro tendría poca probabilidad de producir una relación relevante entre sus páginas y el ojo que las mira y el corazón que late aprisa. Sin esa relación relevante, las posibilidades de su sobrevivencia serían sin duda menores. Para felicidad del libro y para dolor de cabeza del mercado, sin embargo, no hay fórmula alguna que produzca una y otra vez la sensación inaugural. Es posible, como se ha probado muchas veces, promocionar un libro hasta el hartazgo —anunciarlo aquí, obsequiarlo allá, imponerlo en altas torres acullá— solo para verlo languidecer en un par de días o de años o, cuando el esfuerzo es bárbaro, de décadas. Este es el caso de esos “sueños realizados” que son, en palabras del escritor César Aira, los best sellers. Es posible, como se ha comprobado también muchas veces, constatar la sobrevivencia discreta de un libro a pesar de los asuntos de promoción o, con frecuencia, sin su intervención. El rumor es un arma muy serena. El mano a mano. “Este libro fue escrito para mí”. El boca a boca. El caso de los pasadizos subterráneos.
Cuando el coleccionista Eduard Fuchs aseguraba que uno no habla para que lo entiendan sino porque es entendido, seguramente se refería al hecho de que todo acto de habla surge inscrito en contextos comunicativos que lo hacen posible, es decir, descifrable y, luego entonces, transmitible. Algo similar ocurre con los libros. Inscritos en tradiciones específicas, éstos existen para ser leídos porque ser leídos es una posibilidad real. Si tomamos en cuenta que todo acto de escritura conlleva, ya implícita o ya explícitamente, una teoría de la lectura, entonces también es posible decir que cada libro imagina o produce su destinatario.
El caso de la dedicatoria del Commentarium in convivium Platonis de amore, el libro que Marsilio Ficinio escribió en 1469, es notable en este aspecto. Dice Ficinio cuando describe a quién va dirigido su escrito: “Pues la pasión del amor no se entiende con pretenciosa superficialidad, y el amor mismo no se capta con el odio”. Al decir del filósofo Peter Sloterdijk en el capítulo que le dedica a las operaciones del corazón en el primer volumen de Esferas, con esta dedicatoria Ficinio anunciaba que “esperaba haber compuesto con ese escrito una teoría apasionada del amor; [y] que el libro mismo, como un amuleto teórico, se encargara de que no pudiera entenderlo nadie que lo leyera solo superficialmente o con aversión”. El libro, en otras palabras, juega un papel activo al seleccionar a la comunidad de lectores que, eventualmente, se congregarán en sus páginas y, luego entonces, le darán sentido o, lo que es lo mismo, existencia real. Al buscar cierto tipo de lectores, el libro simultáneamente desdeña a otros. Al abrirse, el libro también se cierra. El libro, para decirlo en buen mexicano, no es monedita de oro.
NI DEBE ASPIRAR A SERLO.
Los libros, como bien dice Sloterdijk, conforman esferas, círculos de resonancias íntimas, a través del efecto mágico de la simpatía. Los libros en efecto ofrecen sus páginas de manera generosa pero nunca de manera indiscriminada. Así, generados dentro del espacio de las almas afines, o de los lenguajes compartidos, los libros sólo se dan a aquellos que saben leerlos, solo a aquellos con los que existe la base de la afinidad y la probabilidad de la complicidad. Porque esto es cierto es que los libros y, más específicamente, la lectura, no es un acto inocuo sino, de hecho, poderoso tanto social como políticamente. Ya en papel o ya en la pantalla, un libro tiene el poder de formar comunidades de lectores que son, en realidad, comunidades específicas de percepción. ¿Y qué hay más poderoso y, luego entonces, amenazante, que trastocar la manera en que percibimos el mundo?

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