lunes, julio 25, 2011

Adiós, lectura opulenta (Diario Milenio/Opinión 25/07/11)

1. El papel del papel


A mí también me gustan más los libros de papel que los electrónicos, pero tampoco sé qué tanto más. ¿Un veinticinco, un cien, un quinientos por ciento? ¿Qué tanto pagaría felizmente con tal de que mi libro fuera de papel? ¿Cinco veces su precio, diez, quince? Descontando las prestaciones más notorias de uno y otro formato, así como sus obvias insuficiencias, la diferencia más notoria entre ambos tiene que ver con su costo de producción. Traer al mundo un libro electrónico cuesta lo mismo que fabricar cien millones. Del otro lado, el presupuesto suele ser astronómico. Papel, tinta, impresión, encuadernación, almacenaje, distribución, transporte, exhibición, espacio, merma, comisiones: por más que sea posible ahorrar en cada uno de esos rubros, no se puede evitar que hasta el más económico de los libros de papel resulte ser artículo de lujo. Especialmente si se le compara con el costo de producción y distribución de uno electrónico. Extrañamente, los que hasta hoy he comprado para el Kindle me han costado más o menos lo mismo que uno de papel, y si al fin he pagado ese precio abusivo ha sido por ahorrarme el flete y de paso justificar la compra del aparato. ¿Qué es lo que huele mal en este asunto?


Se ha sabido que Amazon ofrece a los autores la publicación y distribución de sus obras, con regalías de 70%. Tal cual. Si el libro tiene un precio de diez dólares, siete de ellos se enfilan directo hacia el bolsillo del autor. No diré que me suena mal la idea, pero es como si vienen y me ofrecen un Lamborghini nuevo por cuarenta mil pesos. No puede ser, algo hay de chueco ahí. Si decido comprarlo, no seré sólo ingenuo sino asimismo pícaro. Mala combinación: las cárceles están repletas de ésos. Si para hacer un libro electrónico nos hemos evitado un porcentaje inmenso de los gastos, al grado de volverlos irrisorios, ¿es justo, o cuando menos inteligente, convertir el ahorro en botín y ofrecer esos libros arriba del quinientos por ciento de su costo? No hago mercadotecnia, sino vil aritmética. Y lo cierto es que no salen las cuentas.


2. ¿Cuánto por la cajita?


Escribo estas palabras en una aplicación que compré para el iPad por la notable suma de veinticuatro pesos. Aún más sugerente parece el precio original del producto: un dólar con 99 centavos. Sirve para escribir todo tipo de notas, ya sea con teclado o apuntando directo en la pantalla. Replica los plumiles, marcadores y lápices de diversos colores. Sirve de pizarrón y libreta de apuntes, amén de que permite enviar lo escrito por e-mail en formato pdf. ¿Todo eso por veinticuatro pesos? Francamente, me suena muy moderno. Y el autor del programa debe de estar aún más satisfecho, ya que según leí su invención lleva cientos de miles de descargas. Se ha hecho millonario vendiendo un block de notas de papel sin papel. Lo cual seguramente no habría sucedido si en lugar de dos dólares la aplicación costara veinte, o treinta, o cien. Se trata de pagar por una idea y un tiempo invertidos en la fabricación del programa, no por materias primas que nadie requirió. Y se trata, asimismo, de que nadie sea lo bastante miserable para no poder pagar por una buena herramienta de trabajo. O, por qué no, un buen libro.


No sé por qué me siento más tranquilo cuando compro un programa dentro de una caja que si lo bajo del sitio web. Es como si la caja compensara al usuario por gastar su dinero en un objeto inmaterial. Años después, cuando escombra y encuentra cajas chicas y grandes que jamás han servido más que de estorbos, entiende uno que la ganga del paquete consiste en ofrecer un lote de basura teóricamente gratuita pero al cabo costosa, cuya utilidad única consiste en ayudar a que los compradores se sientan un poquito menos despojados. Sensación que, por cierto, no me embargó al bajar, hace unos días, el sistema operativo Lion a cambio de 360 pesos. Sin cajas, ni etiquetas, ni papel alguno. Hace unos pocos años, había comprado el sistema operativoLeopard, en su bonita caja de cartón, por un precio cuatro veces mayor. ¿No es acaso moderno, progresista y razonable que un adelanto tecnológico sea cada día más perfecto, provechoso y barato? ¿Y no sería retrógrada, estúpido y contraproducente tratar de encarecerlo por la pura miopía que a veces trae consigo la avidez?


3. Lujo de interés social


Nunca estuvo tan claro que el papel es un lujo. Los libros son un lujo, como lo eran los discos antes de que eltsunami de la piratería los convirtiera en poco más que cascajo. Si no recuerdo mal, hasta hace algunos años tanto computadoras como programas eran también artículos de lujo. Y han bajado de precio porque son necesarios, no menos que los libros. ¿Quién se interesaría en robar o replicar una novela espléndida cuya copia legal se ofrece por, digamos, cuarenta pesos? Nada sería más simple, además, que ofrecer un descuento especial para estudiantes, o alguno aun mayor a las instituciones educativas por la compra de miles de volúmenes. Sin duda un escenario más promisorio que el hasta hoy trazado por la piratería.


La gran noticia, pues, del libro electrónico, no está en las prestaciones que ofrece a los lectores, sino en el fin del libro como artículo de lujo obligatorio. Uno tiene derecho a preferir el formato en papel, pero eso tiene un precio y hay que pagarlo. Por lo demás, no todo lo que quiere uno leer está impreso, a la venta o a la disposición de todo el mundo. No pesa, no hace bulto, no tiene cuerpo alguno, pero lo cierto es que el libro electrónico está en vías de acabar con el tiempo de la lectura inaccesible. Y el editor puede invertir un poco de lo antes derrochado en promover sus nuevos títulos disponibles. Los números no mienten: una vez anulados los costos del volumen de papel, la versión electrónica permitiría dividir a partes iguales entre autor y editor el ingreso por cada descarga, con obvios beneficios para todos. No es un sueño, ni una insensatez. Si el lujo del papel es al fin prescindible, convendría ir haciendo nuevos números: pura estrategia de sobrevivencia.

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