lunes, julio 19, 2010

¿Quién mató al Libertador? (Diario Milenio/Opinión 19/07/10)

Levántate y manda
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La escena es imposible, pero ahí está. Seis soldados envueltos en overoles blancos marchan en dos columnas paralelas, a derecha e izquierda del sarcófago. Atrás aguardan otros, tan graves y solemnes que más parecen miembros de una secta de idólatras en mitad de algún rito tenebroso. Persiste, sin embargo, la voz del narrador que va guiando a los televidentes como un pastor de almas metido a mandatario. ¿O es al revés? ¿Qué fue primero: mesías, profesante o comandante? ¿Hay tanta diferencia entre resucitar al tercer día y al tercer siglo? ¿Qué le dura al más duro de los bolivarianos el afán de tutearse del altar a la tumba con El Libertador?
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“No estás solo, Padre”, teatraliza la voz en el micrófono en cadena nacional, con afán de ventrílocuo metido a médium, y de paso comenta que los soldados hacen su macabro trabajo “con un respeto venerable”. ¿Es decir que los venerados son ellos, o será que habla en un lenguaje inescrutable? Una vez que el sarcófago es abierto, emerge una bandera por encima de la sacra zalea. Y ahí acaba la escena, pues tampoco se trata de transmitir estampas tenebrosas. Desde su mismo tono —rústico, engolado, empalagoso— el mandón narrador invita a la fe ciega, y es posible que justo por eso le preocupe tan poco hacerse verosímil. Si para los escépticos una mentira chafa invita a hacer corajes o zurrarse de risa, para el creyente es un exhorto al fanatismo: entre menos sentido tenga lo que se dice y se hace, mayor será el poder del compromiso con la irrealidad. Se equivoca, por tanto, quien duda si el montaje es simplemente idiota o sus pergeñadores creen idiotas a los televidentes, pues al fin a una fe de ese talante le estorban la razón, la información y todo aquello que la contradiga. ¿Qué más podrían darle al hombre de las botas, una vez encarnado en predicador, la opinión negativa y hasta las risotadas de quienes ni siquiera son sus clientes?
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Chillonas extorsiones
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En sus caricaturas de Hugo Chávez para Tal Cual —el diario dirigido por Teodoro Petkoff, tal vez la oposición mejor plantada del bolivarato—, Roberto Weil acostumbra sustituir su cabeza por una bota dentada; imposible explicar a quien no las ha visto que el parecido resulta asombroso. ¿O a qué más que una bota con dientes de tiburón podría ocurrírsele la inspirada idea de sacar de la tumba los restos centenarios de Simón Bolívar para hacerles una ruidosa necropsia? ¿Quién mejor que esa bota terminante, al mando de una corte de enanos mentales y secuaces genuflexos, conseguiría ser obedecido en la pintoresca ocurrencia de probar que aquel prócer murió envenenado? ¿Y al final quién le dice que no a una suela que muerde?
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“Todos lloramos”, ha declarado luego el de las botas en torno a la sensible exhumación, y uno tal vez prefiere que sea mentira con tal de no tener que imaginar a soldados y oficiales lagrimeando en defensa de su modus vivendi, no fuera a ser que el fiero comandante los pescara con la carota seca delante del beatísimo difunto, y acaso los juzgara ya no tan venerables. Pues si fingir la risa por miedo o servilismo ya es un acto patético, impostar lloriqueos pide a gritos el repelús ajeno y, ay, de paso el propio. Y en lo que toca al chillón mayor, pocos gestos alcanzan el cinismo de un todopoderoso diestro en el plañir. Un chantaje asqueroso, más todavía si viene de quien se ha distinguido cada día por bravucón, al punto de que nadie puede llevar la cuenta de sus amenazas, buena parte cumplidas, a lo largo la infumable oncena que lleva apoltronado en la presidencia. Pero he aquí que la lágrima viva, o su mera mención, produce en los creyentes efectos asombrosos que invalidan cualquier argumento. Es necesaria, aparte, una dosis obscena de ingenuidad para creer posible razonar con un especialista en proferir calumnias y sandeces sin el menor temor al ridículo, y a quien jamás se ha visto sostener un debate congruente. Ya lo dicen las reglas del cuartel: El que manda, manda; y si se equivoca, vuelve a mandar.
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180 años no es nada
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Es, por cierto, en Tal Cual donde hace ya semanas que se ventila el caso de las ciento treinta mil toneladas de alimentos que las autoridades chavistas han dejado pudrir por fallas garrafales en sus sistemas de distribución. De cartón en cartón, Weil deleita a su público lector con ejércitos de moscas gozando de la jauja y alabando al gobierno bienhechor, pues nunca habían estado tan contentas. “¡Tomad y comed!”, exclama el dictador entre una nube de moscas agradecidas, lo cual es más sencillo de imaginar que aquella cantidad astronómica: 130 millones de kilos de comida echados a perder. Desde esa perspectiva, se comprende que el comandante Chávez insista en descubrirle un asesino a Simón Bolívar. ¿Cómo va, pues, a andarse el de las botas con mentirijillas, cuando la situación exige calumnias estelares y por supuesto descabelladas?
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A como están las cosas, no sería difícil que el inspector Chávez encontrara decenas de implicados aún vivos en el sensible homicidio del Libertador. Si ya ha culpado al gobierno de Obama de inducir terremotos en el mundo según su conveniencia, lo de menos sería descubrir que a Bolívar lo asesinó la CIA, o la burguesía. Y como bien sabemos, tampoco le sería complicado hallar burgueses y cachorros del imperio dondequiera que viva un desobediente. ¿Quién fue, entonces, el pérfido matón que envenenó a Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco hace poquito menos de 180 años? Quien mande el comandante, no faltaría más. Una palabra suya y saldrán las primeras órdenes de aprehensión.

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