jueves, octubre 29, 2009

Escritura, caca y resistencia-Álvaro Enrigue (El Universal/Opinión 29/10/09)

En su “Prólogo” a la edición de Los imprescindibles (Cal y arena, 1998) de la obra de Gutiérrez Nájera, Rafael Pérez Gay hizo notar las sustanciales diferencias que existen entre la ciudad de México de los años 80 del siglo pasado y la imagen que inventó Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) para que los capitalinos del Porfiriato reflejaran sus ilusiones de cosmopolitismo en ella.
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Existían un par de cafés y muy de vez en cuando se hacían bailes, había algunas calles distinguidas —San Francisco, Plateros, Cordobanes—; y un bazar de auténtico buen gusto. De ahí en fuera, la ciudad de México era pequeña y desordenada. Estaba llena de callejones pestilentes, mal iluminada, perpetuamente sucia, inundada por días durante los veranos y, en los veranos muy malos, por semanas. Estaban los billares de Iturbide y el Jockey Club, pero cuando algún capitalino de las mayorías se detenía a beber un trago, lo hacía, más bien, en las pulquerías que no dejaron memoria.
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La buena sociedad que para 1910 ya podía ser vista caminando por una ciudad con cierta clase, a fines del siglo XIX apenas salía a la calle en días regulares.
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En los artículos firmados con su nombre o publicados bajo alguno de sus seudónimos reconocidos, Gutiérrez Nájera escribía como un ciudadano liberal, responsable y decente. Cuando estaba montado en la máscara de una firma no reconocida o, sobre todo, utilizando las libertades que le concedían sus crónicas para “señoras” —que seguramente leían los señores—, podía ser un crítico fino y feroz.
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Nadie elaboró como Manuel Gutiérrez Nájera sobre las imágenes coprológicas tan a la mano en una ciudad que, por su topografía de cazuela, vivió azotada por la imposibilidad del drenaje. Sus víctimas podían ser cualquier persona, cosa o circunstancia.
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Escribió sobre Manuel Payno, por los días de su nombramiento como miembro de la Real Academia de la Lengua Española, bajo el seudónimo de Recamier: “Ese Fistol del Diablo se publicó por entregas dando provecho a los editores y el autor. Y es curioso saber cómo escribió esa novela. No tenía plan ninguno, se le olvidaban hasta los nombres de los personajes que ponía en juego y cuando iban de la imprenta a pedirle original, lo hallaban siempre sentado en un hueco cuyo nombre calló y que, por más señas, huele mal. Allí, entregado a dos ocupaciones simultáneas, escribía sobre una tabla puesta en las rodillas, la entrega del día siguiente.” Sobre el problema del aseo de la ciudad, también como Recamier: “Pero en las dudas, yo aconsejo a mis lectores que cuando miren la inmundicia, hállense donde se hallen, le den parte al gendarme. Y si no quieren dar parte, que lo den todo.”
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Gutiérrez Nájera fue un impertinente de clóset. Su prosa y sus poemas más leves —que luego se supo que eran modernistas—, eran desafiantes y archicríticos a pesar de las apreturas que le imponía un medio social provinciano en el que todos sabían quién era quién y en el que la autoridad del Estado, encarnado en Porfirio Díaz, no era ninguna abstracción.
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Si nunca se lo vio escandalizando en público, los desplantes estilísticos de su prosa de periodista le deben de haber concedido a su “dandysmo” tímido, católico y etílico las dimensiones de escándalo que tuvieron en París los romances interraciales de Baudelaire o la sabrosura gay de Oscar Wilde.
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Su impertinencia floreció en la crónica de sociales para señoras como en ningún otro de los géneros a los que dedicó su vida. Es ahí donde su cuerpo de dandy, sumado al veneno sutil de su prosa hábil en encontrar resquicios para la majadería y la franca injuria, lo revelaba como un enemigo sigiloso y paciente de la rigidez porfirista.
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En la soledad de su gabinete, rodeado de sus revistas francesas, protegido por el humo azul de sus cigarros y transido por la gracia del cognac, debió de pensarse como un personaje condenado al enfrentamiento con el Leviatán del Estado mexicano sin más armas que la provocación discreta y noble de una gardenia en el ojal del jaquet y un estilo literario esforzado y revolucionario.

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