martes, octubre 20, 2009

El amanecer de Rothko

Diario Milenio-México (20/10/09)
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Lo que el pájaro observa a través de la ventana:
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Hay un hombre que coloca piezas de ropa dentro de una maleta grande. Poco a poco, a un ritmo regular, el hombre se desliza con cierta lentitud desde los pies de la cama, donde se encuentran desperdigadas todas las prendas, hacia el clóset, en cuya parte baja se abre de par en par el equipaje. El hombre emprende el mismo recorrido una y otra vez: órbita lunar. Lo hace metódicamente, sin levantar la vista. Caminar. Un pie delante del otro. Hay una mujer también, pero ella está sentada sobre las almohadas de la cama, la espalda contra la pared. Sobre las piernas cruzadas en forma de flor de loto sostiene un libro que lee en voz alta. Una lámpara de pie a su derecha. Una lámpara encendida.
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El pájaro inclina el cuello, como si reaccionara ante las palabras que no puede escuchar del otro lado del vidrio. El abrir y cerrar de los párpados. La noche oscura. Tan oscura. Si éste fuera el pájaro que visitó la ventana de una novela de DeLillo, seguramente estaría gorgoreando las palabras “mundos imposibles”. La luz que emite la ventana de la habitación alumbra apenas una calle solitaria bordeada de encinos.-Lo que observa el paseante nocturno:
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Un pájaro que canta de noche. Qué raro. Hay un pájaro que canta de noche.
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Lo que la mujer observa cuando cierra el libro y no dice ya nada más:
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El hombre se ha desplomado en el centro de un sillón mullido, de espaldas a la ventana por la que un pájaro negro espía la habitación. Empequeñecido por el tamaño del mueble, el hombre parece más agotado de lo que está. Los brazos caídos a los costados del cuerpo. Los ojos abiertos. La frente inmóvil. La mujer seguramente imagina un sombrero sobre esa cabeza de cabellos cortos y rubios. Piensa, esto también con toda seguridad, que se trata de un hombre atormentado. Un hombre de tiempo atrás; otro siglo incluso. Alguien que no sabe.
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Lo que el hombre observa dentro de su cabeza:
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Si la mujer leyera el poema elegido al azar, deteniendo el dedo índice sobre las hojas en movimiento, ahora mismo volvería a posar la vista sobre sus letras y emprendería, de nueva cuenta, la lectura en voz alta. Leer, a veces, es huir. El pájaro escucharía el eco: You want to get out, you want to tear yourself out, I am the outside, I am snow. Y afuera, entonces, nevaría. La noche convertida de súbito en un blanquísimo sudario al contacto con la voz. Wrenching your way through, continuaría, tartamudeando. This is urgent, cerraría el libro entonces, un golpe seco, y él, desde el sillón, luchando contra un cansancio infinito, la conminaría a continuar. Los ojos abiertos. It is your life, murmuraría en un tono cada vez más bajo, avergonzada. The last chance of freedom.
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Lo que el autor del poema observa desde la ventana de su estudio lejos de ahí, en otro lugar:
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Un par de niños juegan con bolas de nieve. Ríen, eso es obvio por los gestos de los rostros, aunque la risa no puede atravesar el cristal. Sus cuerpos dejan marcas sobre la nieve que, sin embargo, desaparecen pronto. Tabula rasa.
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Lo que el hombre observa desde la cama (retrospectiva):
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El pájaro lo mira con curiosidad desde la intrincada rama de un encino. Negro sobre negro. Se han borrado ya las arrugas que su cuerpo hizo brotar en la tela del sillón. Nadie ha estado ahí, cavilando. Sopesar significa levantar algo como para tantear la importancia que tiene o para reconocerlo. Nadie escuchó en ese lugar los sonidos de las palabras que lo hicieron sonreír al incorporarse lentamente, como si tuviera más años o más peso. Esto: un cuerpo que se aproxima a través de mucho tiempo. Nadie evitó mirar atrás: el rostro bajo el sudario de la nieve. Nadie.
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Lo que el hombre observa desde la cama (prospectiva):
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Los pies, bajo las mantas grises, forman escarpadas montañas pequeñísimas. Las rodillas. Las caderas. Recuerda las palabras y ve las letras flotando dentro del aire tibio de la habitación. Respirar es un movimiento. El techo, sin grieta alguna, tabula rasa hecha de nieve. Cuando se inclina sobre la cabeza de ella, como el pájaro antes sobre la escena de los dos, se pregunta sobre sus sueños. Gorgorea: Mundos imposibles. Un hilillo de saliva sobre el mentón. Qué raro. Hay un pájaro que canta de noche. Las manchas del labial sobre las orillas de las almohadas. Impresionismo. Los cabellos: jirones en forma de signos de interrogación. El omóplato es una quimera óptica.
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El hombre, su mano derecha sobre el hombro de la mujer, finalmente cierra los ojos.
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Lo que nadie ve:
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Es un amanecer estupendo. La luz emerge poco a poco por las orillas del mundo visible hasta que se derrama, todavía con delicadeza, en el centro de todo. Iridiscente. Los árboles adquieren forma. Una rama es una rama. Los troncos. La multitud trepidante de las hojas. Dicho de un ave, aletear significa mover frecuentemente las alas sin echar a volar. Dicho de un hombre significa mover los brazos a modo de alas. En el rectángulo de la ventana, al que conforman dos cuadrados claramente diferenciados, se asienta poco a poco el color rojo. El proceso de impregnación. Se trata de un momento apenas; no más. El pájaro emprende, de repente, el vuelo. Aletear también significa cobrar aliento.

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