martes, abril 07, 2009

Absolución de alcoba

Diario Milenio-México (06/04/09)
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Pastores matan líderes
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En aquel tiempo, hará unos doce años, nadie entre sus devotos avanzados se permitía dudar que el padre Maciel sería un día llamado San Marcial. Varios de ellos, entregados a la sacra misión de educar a las nuevas generaciones, insistían en un concepto fundamental, con certeza nacido de la visión educativa y pedagógica del fundador de los Legionarios de Cristo: formación. Hasta donde recuerdo, me lo habrán repetido unas cuarenta veces. Querían una pieza publicitaria que anunciara la principal ventaja competitiva de su universidad. Si otros enseñaban, ellos formaban. Más todavía, formaban líderes. Parte de este proyecto era atraer a los estudiantes a las actividades extracurriculares, como esos truculentos retiros espirituales que ya desde su nombre invitan a pensar en catacumbas dignas del Divino Marqués. Todo supervisado y dirigido por hombres de sotana cuya autoridad rebasa con creces lo que Javier Marías llama efecto tarima —la fascinación que un maestro seductor despierta en su alumnado—, si quien allí detenta el poder se dice hombre de Dios y goza de una autoridad incontestable. No en balde hace el trabajo de formador.
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Durante las semanas que debí tratar con aquellos clientes singulares —casi siempre a través de terceras personas que hablaban de sus jefes con cierta reverencia ceremoniosa— aprendí lo difícil que era complacerlos. Peor si estaban presentes, con sus escasas pulgas. No olvido la pedantería inflamada del cura irlandés que se empeñaba en darme lecciones rancias de puntuación y sintaxis, como quien cita artículos de fe. Tal cual frecuentemente sucedía, no era mi nula vocación de publicista lo que me sostenía en tales trabajillos, sino, además de la paga redentora, un cosquilleante morbo de narrador, quizás emparentado con la envidia que tantos lectores de Günter Wallraff sentimos al leer sus crónicas intrépidas desde el vientre del esperpento en turno. Miraba a aquellos curas de impostada rectitud con la curiosidad de un entomólogo. Resistía con trabajos la tentación de preguntarles a partir de qué punto la idea de formar a los alumnos se transformaba en la urgencia de hormarlos. Fue un descanso que al fin lo rechazaran todo. Total, que se buscaran a un publicista de verdad. O todavía mejor, que formaran al suyo.
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Hormar para formar
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Ignoro a cuantos aspirantes a líderes haya formado el padre Maciel, si bien su foja de servicio alcanza para ir lejos con la imaginación. Dos detalles, no obstante, me han empujado a escribir estas líneas. El primero es que el deslustrado clérigo michoacano, amén de estuprador, paidófilo, morfinómano y padre de familia, se contaba entre los confesores de Juan Pablo II. El segundo tiene que ver con una falta escandalosa que suele ser común a cantidad de santones, con y sin sotana: la absolución del cómplice. ¿Cómo no va a animarse el incauto creyente a pecar con el libidinoso de la sotana, si quien lo va a absolver absuelve al Papa? ¿Quién, que haya creído en su bondad y ya lo mire como un hombre santo, va a atreverse a contradecir sus enseñanzas? ¿Le cabe a un alma pía en la cabeza que el Pontífice acceda a confesarle sus pecados a un hedonista extremo disfrazado de pastor de ánimas? ¿Cómo negar, desde la fe callada y genuflexa del discípulo, que el agraciado cómplice tendría que salir del lugar de los hechos aún más limpio que como entró, luego de ser objeto de Tamaña Indulgencia?
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Si en los estados totalitarios el juez, el defensor y el fiscal suelen ser tres personas distintas y la misma, la teocracia permite privilegios tan libertinos como ése de culpar y perdonar al cómplice sin tener que dejar el lecho del pecado, en un mismo paquete libre de cargos extra. Pura mercadotecnia espiritual. El agresor se amafia con la víctima por un puñado de bendiciones. Y no es ni raro, vamos. ¿Cómo negar razón a los morigerados que alertan sobre la debilidad de la carne, que es aún más permeable a la lujuria cuando padece largas abstinencias? Si un buen traje de seda y unos modales pulcros permiten a un gañán de uñas habilidosas pasar por gente de provecho y confianza, ¿qué espacio de maniobra no dará una sotana fina y unas palabras mágicas en latín galante? Si yo fuera uno de esos enviados del Maligno que tanto desvelaban a los inquisidores, habría empezado por camuflarme ya no bajo la forma de un médico brujo, sino la de un ministro del enemigo. Me juraría católico, apostólico y polaco. Tomaría primero los hábitos, y ya después cuanto que se me ofreciera. No me preguntaría si acaso todos lo hacen, me bastaría con saber que todo puede hacerse. Una certeza casi literaria, que ya en la realidad se vuelve espeluznante. Y hasta donde yo sé, la idea es que el demonio parezca demonio. Que espeluzne, para eso se le paga.
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Formados y cooperando
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Allá por los noventa llegué a pensar que todo ese argumento manipulador de la formación de líderes no pasaba de ser lo que en publicidad se llama copy point. Información que vende. Los hijos van a la universidad y hay padres que quisieran seguir encauzándolos. Seguramente les parecería atractivo enterarse que aquella oferta educativa incluía una extensión de su control. Y eso no era mentira, ni verdad relativa. Al universitario se le trataba como adolescente. Hay gente que prefiere esa comodidad. Obedecer, dejarse llevar, contar con un parámetro de aprobación sencilla y automática. No hacerse cargo más que de decir sí. O amén, llegado el caso.
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Cuesta trabajo detener las especulaciones enfermizas cuando en el coco siguen saltando términos como formación de líderes y absolución del cómplice, que una vez combinados bastan para erizar el cuero de más de un satanista honesto, que los hay. En una de éstas, no todo está perdido. La memoria de quien habría sido flamante santo mexicano puja hoy por ascender a la categoría de diablo universal. Uno que, encima, es todo menos pobre. Por higiene mental, me niego a imaginar la cantidad de fieles que le espera.

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