martes, enero 20, 2009

LAS POÉTICAS DE LA O

Diario Milenio-Puebla (20/01/09)
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Es difícil iniciar cualquier ensayo alrededor de la O sin pensar, aunque sea de pasada, en Historia de O, esa singular y singularmente bien escrita novela erótica que publicara, para escándalo de muchos, la francesa Pauline Reage (bajo seudónimo). Es igualmente difícil esquivar aquel maravilloso párrafo de La Puerta del Sol, del novelista y crítico libanés Elías Khoury: “Así que quieres el inicio. En el inicio no decían “Había una vez”, decían otra cosa. En el inicio decían: “Había una vez, érase que se era —o que no se era”. ¿Sabes por qué decían eso? Cuando leí esta expresión por primera vez en un libro de literatura árabe, me sorprendió. Porque, en el inicio, no mentían. No sabían nada, pero no mentían. Dejaban las cosas vagas, prefiriendo usar esa O que hace que las cosas que eran parecieran como si no fueran, y las cosas que no eran como si fueran. De esa manera se coloca a la historia en el mismo nivel que la vida, porque el cuento es una vida que no pasó, y la vida es un cuento que no se contó.”
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La O es una vocal que se presta al juego y al equívoco y, sobre todo, a la divergencia. Pasar por su aro (de preferencia en llamas) o conocerla “por lo redondo”, como el legendario rapaz lopezvelardiano, son cosas más bien complejas. Como las otras vocales, la O cuenta también, pues, con su semántica y, si le exageramos un poco, hasta con su política. Christian Bök y Oscar de la Borbolla, quienes les han dedicado libros a todas y cada una de las vocales en dos idiomas distintos, han llegado —acaso naturalmente— a poéticas de la O que apuntan a mapas humanos si no meramente opuestos, sí al menos de alto contraste. Y pongo el naturalmente en dubitativas itálicas porque no sé si estas nociones divergentes le correspondan de manera orgánica al inglés canadiense de Bök, el poeta experimental, o al español mexicano del narrador y filósofo De la Borbolla. Pero mientras la O de Bök es, como hace bien en notar Marjorie Perloff en “The Oulipo Factor. The Procedural Poetics of Christian Bök and Caroline Bergvall”, solemne y escolar, centrada en libros (books) y en figuras de poder universitario (provost) y en edificios bien establecidos (dorms); la O de De la Borbolla salta locuaz en una escena de sanatorio mental donde queda bien claro que “los locos somos otro cosmos”. Difícil colegir de inmediato si esta divergencia es, pues, producto de los temperamentos personales de los escritores o resultado, más bien, de lo que un idioma puede hacer —o no hace— con una vocal.
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Todo parece indicar que el 2001 fue un buen año para las vocales. Fue entonces que una editorial canadiense publicó Eunoia, de Christian Bök, y que la editorial Patria, en México, volvió en manos del público lector Las vocales malditas de Oscar de la Borbolla, un libro que Joaquín Mortiz publicara en 1991 y que, en publicación del autor, viera la primera luz en 1988. Eunoia, como el mismo Bök aclara, es la palabra más corta que, en inglés, contiene todas las vocales. Su significado es “pensamiento hermoso”. Nada podría estar más lejos del adjetivo “malditas” que en femenino y en plural (¿puede existir algo más marginal o digno de sospecha que esos dos vocablos juntos?) califica a las vocales de De la Borbolla. Tal vez desde ahí nace ya la diferencia de ruta entre dos textos que parten de reglas similares. Tal como el de De la Borbolla, el libro de Bök está formado por lipogramas, es decir, por textos en los que el autor ha omitido sistemáticamente una letra o, como en estos dos casos, varias vocales para dejar sólo una en uso. Guiándose por el gran principio oulipiano de que “el texto escrito de acuerdo a una limitación describe esa limitación”, tanto Bök como De la Borbolla compusieron, pues, textos univocálicos que han sido generalmente bien recibidos por la crítica de sus países de origen (al canadiense, de hecho, le valieron un prestigioso premio nacional de poesía otorgado en 2002). El mexicano llama “cuentos” a estos textos; el poeta experimental los denomina “poemas”.
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Además de remitir a destinos exóticos, la A de Bök dirige la atención a cercos del poder establecidos a través de la gramática (grammar) o la ley (law) o la prohibición (ban), salvaguardados por Marx o Marat o Kafka. La E, en cambio, es más suave (genteel), y la I (light) ligerísima. En la U, la vocal altisonante del inglés que la incluye en vocablos que es mejor no mencionar en voz alta en público, van a parar no sólo el esperable Ubu de Jarry, sino también la verdad (truth). Por otra parte, la A de De la Borbolla nos lleva directo al pecado y la carnalidad. En “Cantata a Satanás” una de las primeras palabras es el verbo amar. Contrario a la gentileza de la E del inglés canadiense, con la E del español mexicano, el rebelde se vuelve hereje porque es aquí que brota la ley y el regente. La I no es ligera sino triste (gris) y hasta exótica (I Ching) aunque Mimi ande sin bikini. Y tal vez aquí valdría la pena hacer una pausa para incluir al gran señor de las vocales en México: Cri Cri. De la Borbolla no siguió las mismas reglas para la U y acaso por eso fueran a parar ahí el vudú y el gurú.
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El contraste más obvio entre los alcances semánticos de las vocales en el español y el inglés emerge, sin embargo, alrededor de la O: la O que, en inglés, adquiere el tono grave de la solemnidad y se reconcentra en el saber de los libros y el poder de los rectores universitarios, y que, en el español de México, nos lleva directamente al mundo de la locura y del relajo. Ahí está, entero, ese érase que se era —o que no se era, del que hablaba Khoury.
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Es cierto que por su hueco pasan el dolor y el horror pero, por una vez, mientras llegan al otro lado de la realidad, también parecen olorosos olmos hondos.

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