jueves, agosto 21, 2008

De cómo un licántropo orinó

No sabe qué escribir, pero está sentado frente a una hoja en blanco y una pluma dispuesta a disparar palabras, oraciones, párrafos, páginas, etc.
-
El caos, que no la incertidumbre, lo rodea. Siente un sopor. Huele a infierno y sus acompañantes parecen ser sacados del inframundo. Todos, incluso él, son conducidos por un pastor que jura dominar todas las lenguas conocidas y por conocer.
-
La fauna, digna de un bestiario, es muy amplia. Desde el que parece ser el Johnny Bravo versión mexicana hasta el que seguramente es un fiel amante de Bob Dylan (sus greñas lo delatan). Pero qué puede opinar un ser que tiene un físico tan lobezno, ni él lo sabe, pero estar en tal condición no le impide hacerle fuchi a todo aquello cuyo aspecto es nada apetecible.
-
En ese corral con bancas se escucha una lluvia de ideas, palabras, que suenan a vacunas medicinales: hermenéutica, morfosintaxis, etc. Y quienes pronuncian tales, parecen haber sido infectados por los desconocidos virus. Su cara de somnolencia lo obvia.
-
Mientras los demás pasan a un estado de sedimentación, el licántropo sigue dando de vueltas a la pluma, como si fuera un perro cualquiera que busca perseguir su cola a falta de tener algo más provechoso que hacer.
-
Entonces, aúlla buscando invocar a las musas, pero no aparecen. No hay rastro. O quizá su olfato ya no sea tan efectivo. A nadie se le pueden ni se le deben ir las ideas sin avisar, al menos no a alguien que dice ser poeta. Rilke seguramente diría que el lobuno amigo no es un escritor. Por eso no debe extrañar al lector que el personaje entre en una crisis, extraña y particular, traducida en unas desesperadas ganas de orinar.
-
Razón por la cual mira y revira buscando donde dejar su marca ya por satisfacer su amplio deseo y necesidad de pertenencia, ya por simple coraje vengativo. De pronto se topa con el Dylan mexicano, está a unos pasos muy pequeños de convertirse en un clochard a la mexicana, sólo le falta una pestilencia olfativa que haga a cualquier ciudadano de a pie cambiarse de acera, además de taparse la nariz para evitar percibir más de la cuenta el olor. Después de tener un pensamiento profundo, casi aristotélico, decide con toda la elegancia que un lobo pueda tener, alzar la pata en susodicho rockerito y marcarlo para toda su vida musical.
-
Pasan las horas, ya en su cueva, medita la acción y está convencido de que dicho acto ha sido el mejor poema de su vida. Nada más sano y poético que orinar a una imitación mexicana de Dylan.

No hay comentarios.: