lunes, abril 07, 2008

Al fin, todos millonarios



Diario Milenio-México (07/04/08)
---
Por más que la ficción otorgue auspiciosas licencias al embustero, nadie creería una historia que comenzara así: “Había una vez un país donde los precios subían el 700 % diario…”
--
1 Entre el papel moneda y el papelón
Cuando la gente apela al sentido común, suele olvidar que es un órgano elástico. Cada vez que la realidad extiende sus fronteras y posibilidades con la arbitrariedad que le caracteriza, el sentido común hace milagros para seguir creyendo que la engloba. Vayamos a los hechos: hace unos días que circula por el mundo la imagen de un billete de cincuenta millones de dólares, expedido por el Reserve Bank Of Zimbabwe. Lo más interesante del documento no es lo mucho, sino lo poco o nada que se puede comprar con él, pues su valor con trabajos rebasa el de un dólar americano. Ante esta situación, el gobierno de Robert Mugabe reconoce niveles de inflación lindantes con el cien mil por ciento, si bien se sabe que rebasa el doscientos cincuenta mil. Es decir que lo que hace un año costaba un ya de por sí pobre dólar de Zimbabwe, se vende ahora por dos mil quinientos —de cualquier forma escasos, frente a un desempleo del 80 %— y esto Mugabe lo ha venido resolviendo con la desaforada impresión de más y más dinero.
-
Habemos quienes todavía creemos que la realidad puede modificarse desde una humilde imprenta, si bien no necesariamente para mejorarla. Imprimir todos esos millones de billetes que seis meses después valdrán menos de una milésima parte significa extender brutalmente las dimensiones del sentido común, en particular para quienes deben salir a la calle con costales de billetes para ir comprar frutas al mercado, y luego hacer los cálculos astronómicos indispensables para establecer cada equivalencia, con el riesgo de que en esos minutos el precio del producto suba al doble o el triple. Negocio incalculable para quienes controlan a capricho la cotización oficial del dólar de Zimbabwe, allí donde hasta el más barato de los automóviles se cotiza en millones de millones de dólares locales. Para quien vive en esas circunstancias, el sentido común se va transfigurando hasta tomar la forma de un adefesio, pues nadie en sus cabales conseguiría creer, desde otra latitud, lo que para uno es moneda corriente. Valga la metáfora.
--
2 Los llamaban panchólares
Tal vez lo más extraño del sentido común sometido a las vejaciones de la realidad sea su insólita capacidad de recuperación. Al cabo de diez años, campea ya un amnesia colectiva en torno a aquellos tiempos en los que casi todo pasó a no valer nada. A la moneda se le restan ceros, la otrora clase media acomodada se acomoda en la clase media baja, mientras otros se van directo al sótano. No es raro entonces dar con profesionistas metidos a marchantes callejeros, así como ladrones de gallinas transformados en líderes de masas. Todo lo cual es muy estimulante para quien se dedica a hacer ficción, pues por lo visto sólo desde allí se vuelve indispensable la precisión de ciertos recuerdos, pero el esfuerzo nos presenta toda suerte de retos aritméticos. No quiero imaginar la cantidad de líneas que un narrador de Zimbabwe deberá emplear, de aquí a unos pocos años, para explicar el sueldo de sus personajes en diversos momentos de un año con inflación de un cuarto de millón porcentual.
-
Quisiera uno que las historias se explicaran solas. La sola idea de recurrir constantemente al pie de página para que acaben de cuadrar las cuentas parece abominable. Sería preferible, para el caso, narrar de un modo lo bastante hiperbólico para que nada cuadrara con nada, que es lo que le sucede a la realidad en ciertas épocas, pero no puede uno darse ese lujo. Así como los gobernantes realizan malabares inenarrables para dar apariencia de orden al caos, quien pretende contar la historia de una cierta realidad caótica tiene que hallarle, o en su caso imponerle, un orden y un sentido. Si, por ejemplo, la acción transcurre en México hace quince años, tarde o temprano narrador y lector deberán hacer suyo el sentido común del lugar y la época, según el cual medio millón de pesos no alcanzaba para maldita la cosa.
-
¿Qué significa “maldita la cosa”? He ahí los estragos de la realidad en la piel del sentido común. Cada vez que la realidad se torna inexplicable, los expertos se aferran a las cifras para ponerla en claro. Pero esas cifras son como tarjetas telefónicas, que se acumulan una encima de otra sin que, tiempo después, sepamos cuáles son las que aún sirven, aunque al fin todas vayan a caducar. Escribe uno “maldita la cosa” para suplir con una interjección el recuerdo impreciso de los años caóticos. De ahí a dejar atrás el papel moneda y volver a las épocas del trueque ya no hay mucha distancia. Si la historia que cuento pertenece a esas épocas, vale más convertir los precios a hamburguesas, litros de gasolina, boletos para el cine, lo que más dé confianza, una vez que los pesos se han devaluado hasta donde podían. Que en ficción equivale a cero punto cero.
--
3 Millones son razones
“Nos resignamos al mal tiempo, que es periódico, mas no nos habituamos a los malos gobiernos, que también lo son”, escribió Carlos Drummond de Andrade. Tampoco se acostumbra la gente a no saber lo que vale el dinero, así que una vez idos los tiempos difíciles lo más cómodo es, si se mira hacia allá, recordarlos como los cuentos de hadas de la infancia. Cosas que en una de éstas jamás pasaron (contribuirán así, al relatarse, a hacer que el tiempo viejo parezca aún más viejo y su recuento menos acreditable). ¿A quién va a acomodarle no saber cuánto valen los papeles que trae en la cartera, ya sean éstos escasos o abundantes? Tal vez el peor error de Robert Mugabe no fuera regatearle el respeto a sus expertos, y de paso al total de sus ciudadanos, sino perdérselo de plano al dinero. Vanidoso como es, el sentido común no perdona tamaña felonía. Cuando esa realidad pierda vigencia, procederá a enterrarla bajo un práctico monte de olvido. A ver, al fin, quién era más elástico.

No hay comentarios.: