lunes, marzo 03, 2008

Se solicita Terminator



Diario Milenio-México (03/03/08)
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1.-La conquista del bárbaro
Recién publica la revista Esquire una curiosa historia de Tom Junod sobre Arnold Schwarzenegger, que entre otras cosas es el austriaco que gobierna con sonoro éxito el estado de California. Se siente uno hasta incómodo de tener que añadir nada al solo nombre de quien, observa Esquire, es el más rico y famoso de todos los gobernadores americanos. El único que vuela diariamente a su casa y lo hace por su cuenta, en su avión particular. El que todos quisieran conocer, el único capaz de darles lo que Junod llama Arnold Experience. El mismo que a mediados de los setenta se metió a ver una película de Charles Bronson sólo para entender cómo podía hacer un inmigrante para ganar un millón de dólares por película, y así salir del cine convencido de que podía conseguirlo. El que con ese método consiguió gobernar California.
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¿Qué gringo con conciencia de tal no va a sentir consquilla por estrechar la mano de Conán el Bárbaro? ¿Cuál de ellos libraríase de salir del despacho del Big Arnold convertido en ferviente conanista? ¿A cuál le importaría saber que el más demócrata de los gobernadores republicanos creció hablando alemán y hace sólo tres décadas no mascaba una Scheisse de inglés? Si observamos las fotos de Schwarzenegger rodeado de políticos, dignatarios o ciudadanos —todos quieren su copia, de eso no hay duda— notaremos que siempre da un paso hacia adelante, de modo que en la imagen aparezca más alto, pues en la realidad no lo es tanto. Pero es el Terminator. Por poderosos o ricos que sean, sus interlocutores no han sido vistos por media humanidad disparando dos ametralladoras al mismo tiempo, ni amputándole el brazo a un villano a sable limpio. He olvidado ya el año y el cine, pero recuerdo fresca la voz de la señora en la butaca de atrás: ¡Ay, Dios, qué hombre tan bruto!
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2.-Entre Rina y Colorina
Según Schwarzenegger, más de uno se rió de su pretensión de ganar un millón de dólares por actuar en una película, tomando en cuenta su dicción espantosa. Se entiende así que lo difícil fuera llegar a Conan y Terminator, hazañas que se antojan más complicadas para un inmigrante físicoculturista que llegar a gobernador de California desde lo alto de Hollywood. Y eso que a los californianos tanto les satisface, al resto debería preocuparnos. El problema no está en la obvia escasez de supermanes a la medida de las necesidades planetarias, como en el hecho cada día más claro de que a un político lo reemplaza cualquiera, más la certeza hollywoodense de que siempre será para bien. Imaginemos a Latinoamérica gobernada por sus grandes estrellas, que por lo general provienen del infra-infra hollywoodcito de las telenovelas. Trato de dibujarme la pesadilla y me pregunto si sería capaz de terminar votando por Lucía Méndez. ¿Quién me asegura, además, que aun esa elección disparatada no sería mejor al promedio de los congresistas que hoy día supuestamente me representan?
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Alguna vez, en la carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública, un profesor, y a su vez funcionario público, confesó para alivio de varios entre los presentes, que en su opinión todos los cargos públicos parecen complicados en principio, “y dos meses después se da uno cuenta de que la chamba es una vacilada”. No se trataba, pues, de realmente aprender a administrar nada, sino desarrollar, con todo y sus coartadas patrioteras, la lógica becaria del mamapatrias. Por muy Conan y Terminator que haya podido ser, Schwarzenegger no podría jamás lograr en un estado mexicano lo que hizo en California. Porque aquí nos decimos generosos, pero abundan los díscolos y sus admiradores. Nos molesta y nos duele que los vecinos planten un muro en la frontera, mas aquí al extranjero o al hijo de extranjeros se le estigmatiza no bien comete el atrevimiento de pretender hacerse mexicano y esperar que por eso no se haga sospechoso. Si los políticos que hoy dicen representarme alimentan esa clase de fobias idiotas, no me queda sino lamentar que Mickey Rourke no pueda ocupar su lugar. No habría, cuando menos, que ser un lambiscón para querer tomarse una foto junto al Motorcycle Boy.
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3.-El show que no era show
Votar por un político “porque no es político” no parece distinto de irse con una puta “porque no es puta”. Esto es, que a pesar de los hechos, o de la falta de ellos, quien manda aquí es la fe. Se cree en principio todo lo que se quiere, y un parpadeo después ya siente uno que quiere todo lo que cree. Y al final lo que la mayoría espera es la llegada de un Schwarzenegger. Alguien con quien disfruten del placer de pelearse por salir en la foto y rara vez pedirle más que una foto. Alguien cuyo glamour lo arregle todo razonablemente. “Todo es puro show business”, ha dicho el gobernador de California, impecable administrador público desde que descubrió que el problema no estaba en meterse un millón de dólares, sino en conservarlo.
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No parecía serio ni sensato que la gente votara por el Terminator, pero al cabo menos tenía que parecerlo votar por Hugo Chávez o George Bush, y hubo gente que lo hizo. Entre tanta apariencia, no es difícil temerse que aun los cargos más difíciles y comprometidos pueden llegar a ser equivalentes a llevar la administración de una tanda de oficina. ¿Quién se ríe más de quién, el que lo hace porque la actriz o el boxeador quieren ser senadores, o el que afirma saber que ese trabajo es una vacilada? No importa en realidad si lo sabemos o lo sospechamos. La fe no pide pruebas. Es por fe que creemos en los políticos que no son políticos y en las hetairas que no son hetairas y en los mentirosos que no dicen mentiras y en los ladrones que ahora sí ya no van a robar. Y es por fe que al final se impone el Terminator, porque a este puerco mundo sólo puede arreglársele en el cine.

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