jueves, marzo 13, 2008

Popo

Diario Milenio-Puebla (13/03/08)
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El sábado anterior, el 8 de este mes, cuando la tarde caía, me asomé a la azotea de mi casa para reparar una avería que —involuntariamente, dijeron— provocaron mis amigos del servidor que tengo para la internet. Ahí andaban trepados en sus escandalosas escaleras rojas muy cerca de los postes. Pero yo pensé que se trataba de un desperfecto en mi cableado, lo que sucede con cierta frecuencia, así que me trepé hasta lo más alto que tengo allá arriba.
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Y en esas estaba cuando me di cuenta que el Popo lanzaba una fumarola impresionante. Sin pensarlo dos veces, bajé rápido por la pequeña cámara digital de un modelo atrasadísimo que, por cierto, no tenía baterías.
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Entonces corrí hasta la tienda de la esquina y compré un paquete de pilas “doble A”, porque lo único que por mi cabeza pasaba era conseguir una foto del Popo con su fumarola que, según el Cupreder, fue de poco más de un kilómetro.
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Lo interesante de esas cosas, de esas pocas experiencias que a uno le va dando la vida, es que al extenderse la fumarola fue formando, como si fuera intencional, una mano que señalaba primero hacia el lado de Tlaxcala y luego al infinito.
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Me vino a la memoria una mano que está adelante de la luz proyectando la sombra en la pared. Una mano como la de Dios: al infinito y más allá…
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El Sol se hallaba ya atrás del volcán, así que la visibilidad era perfecta.
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Inmediatamente pensé en lo que esas estampas del volcán, con la quietud de una tarde que se iba amortiguando lenta, pausada, pudo haber provocado en mucha gente. No lo sé. Yo guardé la foto y la mandé a todos mis contactos. Las respuestas no tardaron en llegar. Yo —lo aclaro— no soy fotógrafo. No tengo la mínima idea de la fotografía. Entonces por lo mismo me cuidé de escribir antes de enviarla algo así como esto: “estimados amigos: ésta es una foto que tomé con mi humilde cámara de pobre aficionado”. Y ya: va, la mandé.
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Una vez, en la carretera, me tocó la suerte de ver un espectáculo semejante, pero aquella vez sólo fue una fumarola pequeña que se dispersó demasiado rápido por el viento.
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Por lo que a mí respecta, ese paisaje de la memoria, ese cráter lanzando una fumarola, me hizo sentir vulnerable y triste. No sé por qué me vino a la cabeza la idea de la muerte.
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¿Alguien me lo puede explicar? Creo que no, nadie puede hacerlo. Sin embargo recibí comentarios en los que dicen algunos de mis amigos y amigas que les agradó la foto; otros muy razonables como este: “eres mejor columnista de Milenio que fotógrafo”, etcétera.
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Uno más que decía: “al ver esa fotografía destapé una lata de cerveza”. Y otro: “Gracias por hacernos apreciar la naturaleza”.
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El coloso impone, viéndolo de cerca impone. Lo tenemos acá cotidianamente y quizá pocos nos hemos percatado de su gran poder.
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No estuvo entre las maravillas naturales de TV Azteca, porque lo despreciaron. Yo no dejo de admirarlo. Y aquí lo tengo ante mis ojos todo el tiempo.

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