viernes, octubre 19, 2007

Bajo el Sol

Diario Cambio de Puebla y e-consulta periódico digital de Puebla(18/10/07)
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DEL THEATRO DE VIRTUDES AL DE LA VULGARIDAD OMNIPRESENTE
Por Roberto Martínez Garcilazo.
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Las virtudes que deben constituir al príncipe, de las que profusamente habló D. Carlos de Siguenza y Góngora en su Theatro de virtudes políticas (Impreso por la Viuda de Bernardo Calderón en México en el 1680 y por Porrúa en 1944), dedicado a D. Tomás Antonio Lorenzo Manuel Manrique de la Cerda Enríquez Afán de Ribera Portocarrero y Cárdenas, mismo que, entre otros títulos poseyó los de virrey lugarteniente, gobernador y capitán de la Nueva España, en estos tragicómicos tiempos nuestros, son rasgos humanos en extinción.
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Porque hoy los hombres dedicados a la búsqueda y ejercicio del poder carecen de modelos de imitación virtuosa, de vidas ejemplares que normen sus actos cotidianos en el desempeño público, trátese de funcionarios, políticos o periodistas.
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Sobre esto último conviene citar, para diversión del lector, estas palabras del Preludio del Theatro: "...confieso que me holgara el que se practicase la pena que es consiguiente a la censura y que estableció el Papa Adriano en el Canon Qui in Alterius, donde dijo: Quien públicamente invente escritos o palabras injuriosas a la fama de otro, y descubierto no pruebe lo escrito, sea flagelado" Debe verse, improbable lector, que esta disposición pontificia no sólo penaliza la injuria sino también la alabanza inmerecida.
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Volviendo a la patria incógnita –sin lugar tal vez- , cantada por Góngora en el Theatro, escribe, el que expulsado fue del Colegio del Espíritu Santo –hoy Carolino- por sus nocturnas aficiones- que las heroicas virtudes ejemplares de los Mexicanos Emperadores, desde Acamapich hasta Cuauhtemoc, adornar con sus verdades deben los actos del hombre del poder.
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Virtudes que según Claudiano, citado por Góngora, "Ni se erigen con antorchas, ni resplandecen con el aplauso del vulgo..."
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De Huitzilopochtli, la valentía.
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De Acamapich, la esperanza.
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De Huitzilihuitl, la clemencia.
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De Chimalpopocatzin, el servicio (y aquí es útil citar a Góngora citando a Jo. Altus: "Ni la república ni el reino son para el rey, sino que el rey o cualquier otro magistrado son para el reino y la ciudad. Pues el pueblo es por naturaleza y por tiempo anterior, mejor y superior que sus gobernantes, así como los componentes son anteriores y superiores al compuesto").
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De Itzcohuatl, la prudencia (lea el lector esta joya del aforismo: Stote prudentes sicut serpentes/ Sed prudentes como las serpientes).
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De Motecohzuma Ilhuicaminan, la piedad religiosa.
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De Axayacatzin, la fortaleza.
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De Tizoctzin, la serenidad.
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De Ahuitzotl, la sabiduría.
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De Motecohzuma Xocoyotzin, el honor.
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De Cuitlahuatzin, la audacia.
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Y de Cuauhtemoc, la grandeza ante la adversidad (traigo el epigrama de Góngora: La columna diamantina, / que este rey con persistencia / abraza, no a la violencia, / no al infortunio se inclina; / porque la guerra, la muerte, / y el hambre, sin contrastarles, sirven sólo de aumentarle / prerrogativas de suerte).
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Lector improbable, una vez ojeado este breve catálogo de monarcas indianos y de lejanas virtudes, una certidumbre comienza a brotar en el jardín de nuestras creencias: De la vulgaridad política (zafia cleptocracia rampante) es el teatro nuestro de todos los días, ya no de virtud alguna. Incógnito lector. Y una pregunta también: ¿Será posible aún la ejemplaridad y la justicia –poética y procesal- en nuestra vida pública?

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