viernes, febrero 02, 2007

Introspección XXVI.

Leer por entretenimiento no por disciplina ni por obligación, esas dos palabras, defectos de la academia. Sólo escabullen al probable lector e inclusive al empedernido lector. No hay nada más rico que leer lo recomendado por gente que uno quiere y admira.
Hace unas horas, termine de leer Desgracia de J. M. Coetzee, una novela deprimente, decadente, espeluznante. Adictiva por la gran narración y el ritmo manejado. Es un libro sorprendente. Frío.
Recuerdo muy bien las palabras del autor de Quien dice sombra (Joaquín Mortiz, 2005):
Desgracia de Coetzee es un libro que no deben dejar pasar, es sorprendente. Un gran libro, de los mejores en estos tiempos.
Las coincidencias en la vida, suelen ser agradables, pero la mía, digamos fue irónica o sarcástica, del tipo humor negro. El personaje principal: David Lurie, ya en sus partes casi finales, donde vemos como el protagonista no salió de su abismo, porque no quiso o no supo. Se encariña de un perro con las horas contadas. Acepta el desprendimiento con una total resignación, como alguien que sabe que no hay de otra. Que le llego su destino, el de todos: la muerte. Un encuentro del que no se puede escapar. Y es justo cuando llegó al punto final de la novela, que mi hermana me habla para decirme que bajara a ver a los pajaritos que tenemos. El Cardenal, yacía frío, tieso. Sentí feo, ya me había encariñado con el. Pero mi madre, ella sí soltó en llanto al ver a uno de sus hijos adoptivos muertos.
Las mascotas, se vuelven nuestras compañeras no sólo por el hecho de que sabemos que ahí están. Si no, también porque uno suele hablar en voz alta, contando los logros y las penurias, convencido el dueño, quizá, de que está siendo escuchado, tal vez, comprendido. Pero puede que sea un simple monólogo. Una catarsis. Cuando menos lo espera uno, ya se ha vuelto dependiente de la mascota y cuando está fenece, se le llora, podría decir, con la misma devoción y dolor, que uno siente al perder a un ser querido. Esto se debe, creo, al hecho de que al sufrir la muerte de algo querido por nosotros, ya sea una persona, una mascota e inclusive al extraviar algún objeto con un valor sentimental, uno pierde una parte. Muere uno con ello, algo de nosotros, mínima, pero importante, tanto así, que sólo sabemos llorar y preguntar: ¿por qué a mí y no a otro?
No faltará quien venga a decirme que soy un ofensor de los derechos del animal, necesario es aclarar que era un pájaro de criadero. No fue capturado a lo salvaje, ni nada. Mañana, dicen, será otro día. Sí, 3 de febrero y habrá un miembro menos en la familia. Pudo haber muerto pasado mañana o hasta dentro de un mes, murió hoy, antes de mi cumpleaños.

2 comentarios:

Clarice Baricco dijo...

Coetzee es de mis favoritos.
Èl es un defensor de los animales, por eso siempre los menciona en sus libros.
Qué bien que lo leiste.

Abrazos.

Rosa Silverio dijo...

Querido Fredo. Coincido contigo en que lo más rico es leer por puro gusto y no por obligación.

No he leído a Coetzee, pero suena interesante.

Siento mucho la muerte de tu mascota.

De veras.

Por otro lado, ¡feliz cumpleaños! Debió haber sido el 03 de febrero. Perdóname por felicitarte tarde.

Recibe un cálido abrazo,

Ro