jueves, enero 19, 2006

Fragmentos de novela.

Un intento de novela, atorada, fragmentos que sirven en una probabilidad cercana, espero para definir los vacíos que en ella sobreviven.

I

Escribo porque no tengo más expresión que esta pluma fácil de seducir ante una hoja en blanco y rápida de domar por mis manos con aspecto a desierto mexicano: tristes y secas.
Ayer intente empatarme con la luna, sólo conseguí prolongar el sueño y multiplicar por cien los bostezos. La ignominia particular inundó a la pública.
Mis deseos son inconstantes, parecen hermanos de la constitución: se sabe que existe, pero está tan alterada, luego nadie la respeta ni la conoce. Así, mis deseos, realmente el humano o mejor dicho mi triste figura actúa contra si. La rutina y el deseo global toman decisiones por mí. A veces uno llega a ser todo aquello de lo que siempre huíamos.
Hay caminos, metas, puertas, subidas y bajadas, pero nunca sabemos abordarlas con propiedad, el libre albedrío gobierna la mente.
Un día quise flores y me conforme con plastilina, Ayer quise soñar y no tuve mas que anhelos. Nunca tenemos lo que queremos y siempre ambicionamos más. He ahí la razón de tanta guerra y tristeza. El hambre por el poder y la tenencia.

II

Sentado frente a su escritorio sobre-poblado de papeles con torres de libros y plumas a la deriva, así es el escenario que Friedrich tiene todas las madrugadas cuando se sienta a escribir miles de notas inconexas, inconclusas, al eterna novela que años lleva en el tintero. Algún célebre fragmento ha dado a luz en  su columna que ha mantenido por diez años en un periódicos local, fragmentos como ya dijimos de una novela que ha pasado desapercibida, pero él los sigue publicando, nunca entendió ni entenderá por qué, no ha intentado responder dicho cuestionamiento. No le interesa. La vida para él perdió sentido. Tal vez nunca lo tuvo, tampoco repara en ellos. La vida es corta como para detenerse en semejantes tonterías.
Está sólo, así lo quiso. Siempre pensó que para ser un escritor se necesita permanecer en soledad. Ahora se arrepiente. No ha podido dejar de hacer textos melancólicos, ¡va!, hay que decirlo: ni siquiera la melancolía aparece en sus textos. Tampoco sabe el significado del verbo extrañar. Las personas son como cosas: van y vienen. Tal vez nunca estuvieron, por lo tanto nunca se fueron.
El escritor no sólo necesita tener algo que decir, también debe tener hambre de sentir y haberla saciado en algún momento. Él lo sabe, pero jamás intentó nada por remediar su soledad. Por eso el negro en su casa, en su ropa piensa, talvez viste como vive, se responde.

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