martes, mayo 07, 2013

Yo no fui, fue el mercado (Diario Milenio/Opinión 06/05/13)


Un villano tenaz domina el mundo y se ha propuesto acabar con los libros. A juzgar por el miedo que despierta en quienes se presumen víctimas indefensas e inminentes, su sola sombra augura un futuro ominoso para autores, lectores, editores y, ay, niños y jóvenes. Cierto es que sus feroces antagonistas —varios entre los cuales se abstienen de nombrarlo por superstición, asco o fervor ideológico— suelen magnificarlo tanto o más que quienes se le rinden igual que a un dios cabal y bondadoso, y es a esos despropósitos gazmoños que debe su nivel de personaje. Atrás, pues, crucifijos y detentes, que he de invocar al pérfido Mercado.
La sola insinuación de que un libro será lanzado al mercado mueve a extrañas censuras y justificaciones. Parecería que se habla de lanzarlo a la hoguera, y peor aún porque al menos las llamas prestigian sin querer las hojas que calcinan, mientras en el mercado se arriesgan a morir poquito a poco, bajo la indiferencia de una gran mayoría seducida por ofertas distintas y quién sabe si dignas de comparación.
Se acepta que jabones, martillos o camisas sean considerados mercancía. Álbumes musicales y películas disfrutan asimismo del rango de producto sin que los exquisitos levanten una ceja. ¿Pero libros? Ahí es donde la puerca tuerce el rabo, ya que lo culteranamente correcto es escandalizarse por ese tratamiento igualitario, a menos que haya indicios de que dicho volumen no oculta sus aviesos fines mercantiles. Una mierda de libro, claro está, cuyo título es más que suficiente para estigmatizar al comprador ante una minoría inquisidora.
Un libro que disfruta de éxito comercial despierta toda clase de sospechas, discolerías y envidias.¿Cómo pudo gustarle una sola novela a tanta gente, si ya se sabe que la gente no lee y es en su mayoría ignorante y estúpida?, respingan los lectores excluyentes —aquellos que se precian de ignorar cuanta página parezca fácil y comprender mejor que nadie lo “difícil”— con un celo en tal modo defensivo que delata la grave desazón del que no está dispuesto a pasar lista entre la muchedumbre. Es curioso, no obstante, que esta rancia avidez de aristocracia se valga de argumentos “democráticos” para disimular su terror a la plebe, cuando menos ante los distraídos.La culpa es del mercado, pontifican, con la nariz tapada y una cita elegante a flor de labio.
Uno puede entender el miedo, la soberbia o el fervor timorato del autor que se rinde al repelús que le causa la idea intolerable de promover sus obras, sobre todo si tuvo la dudosa fortuna de colgarse del puro patrocinio estatal. Y digo que es dudosa porque le evita el riesgo, inherente a su oficio, de jugarse el pellejo por su trabajo y atreverse a crecer como profesional. Hacerle ascos sonoros a la ley de la oferta y la demanda y estirar la manita por lo bajo para exigir subsidio paternal evidencia un apego al privilegio que en nada se parece a la virtud, tan cacareada en estas ocasiones.
Verdad es que no todos los libros entrañables encuentran el mercado generoso que según suponemos merecerían, y de hecho son pocos los afortunados. Pues pasa que el mercado no tiene el compromiso ni la capacidad de ser piadoso, altruista o tan siquiera justo. Nadie puede obligarnos a comprar y leer un cierto libro, por más que sea estupendo, profundo y seductor. Nadie se va al infierno si no sigue el consejo de la crítica y prefiere lo menos preferible. Nadie lee por bondad, sino por interés; el mercado se encarga de poner eso en claro sin el menor indicio de misericordia, de ahí quizás la furia de sus malquerientes.
Si echamos un vistazo a la publicidad editorial vigente, observaremos que es mediocre y apocada. Tal parece que quien anuncia el libro da por hecho que a medio mundo le interesa, o que pide disculpas por la frivolidad de tratarlo como a un producto más. ¿Es que acaso nos venden elCorán, la Biblia, el Ramayana? Y aun si fuese así, ¿debemos suponer que quien imprime un libro religioso comete algún pecado por ponerlo a la venta? ¿Es posible poner cualquier cosa a la venta sin exponerla a los vaivenes del mercado? ¿Atrae o acaso ahuyenta a los lectores la sacralización de la escritura?
Pocos éxitos causan tanto escozor entre exquisitos y persignados como el de un libro fácil o banal. Habría que ver cuántos de los libros difíciles y sin duda valiosos podrían publicarse, y a qué precio, sin las ganancias de esos fenómenos de ventas que tanto satisfacen al populacho y equilibran las cuentas del editor. “Ganancias”. “Ventas”. “Precio”. Qué palabras prosaicas. Pareciera que estamos en un pinche mercado.

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