martes, agosto 07, 2012

Anónimos entrañables (Diario Milenio/Opinión 06/08/12)


“Que cada quien hable y escriba
como pueda, que al hombre
lo revelan sus palabras.
Fernando Vallejo

Todos los días pelean, aun si jamás se han visto las caras. Pero ya se conocen, con esa intimidad ajedrecística que suele florecer entre los enemigos emboscados. Suelen ser despiadados, mordaces, iracundos, cuando menos en los foros virtuales donde su identidad está protegida. Se llaman como quieren, y si mañana mudan de principios sólo tendrán que hacerse con un nuevo nombre. Y entonces, imaginan, habrá quien los extrañe en el campo enemigo. Con lo bonito que era, suspirarán, enviarse mutuamente a la mierda cada día, a cada rato, con motivo o sin él. Snif.
No es que uno se proponga leerlos, y es probable que nunca recorra entero uno de esos rabiosos culebrones que ocurren a lo largo de varias horas hábiles, pero hay un morbo oscuro que invita a tropezar en la clase de zipizapes circulares donde el anonimato da licencias bastantes para, si el impulso parece irresistible, convertirse en la peor versión de sí mismo e insultar a los otros como nunca osaría en su presencia física. Por lo demás, tener al enemigo escribiendo es también esperar a que meta la pata: el entusiasmo del guerrero forista se alimenta de los tropiezos de los otros. Y como sus enjundias llevan prisa, cometen los errores suficientes para que cada uno viva convencido de que sus adversarios son imbéciles y lo escriba sin pizca de diplomacia.
La mecha suele ser algún artículo, incluso una noticia polémica en potencia. Igual que los amigos de vagancia suelen saber a qué horas y en qué bares encontrarse, sin para ello tener que ponerse de acuerdo, los peleoneros del foro electrónico siempre saben dónde está la camorra, y cuando no la encuentran la inauguran. Cierto es que sus capacidades son disímbolas, pues mientras unos logran argumentar con solidez y agilidad verbal, otros dan pena desde la ortografía y hay algunos que no conocen la sintaxis, pero al cabo no hay árbitro ni juez. De ese modo, cada uno puede cantar victoria, por más que haya salido vapuleado de la contienda.
¿Contienda, dije? Mal puede serlo, al fin, un juego donde todos siempre ganan y nadie pierde más que el tiempo o la paciencia. ¿Cómo explicar que un puño de desconocidos se cite diariamente en el sitio web de una publicación sólo para ofenderse los unos a los otros en el nombre de meras abstracciones? ¿Son aún desconocidos, cuando encuentran deleite en recordarse las burradas que pudieron decir tres días, dos semanas, seis meses, un par de años atrás? Tanto tiempo de desahogarse juntos y endilgarse por turnos la miseria del universo entero difícilmente va a pasar en vano. Esos experimentos llegan a crear lazos, ¿no es verdad? La cárcel, el anexo, el hospital, el foro: hay encierros que hermanan adversarios.
Los guerreros del foro no quisieran saberlo, pero asisten a una terapia grupal. Diariamente se desahogan en presencia de propios y extraños, al extremo de arrojarse a la jeta las ponzoñas más íntimas —el pus de sus fantasmas— sin el menor respeto al qué dirán. Y al contrario, si el juego es provocar. Empapar al extraño de la clase de epítetos que se habrían destacado en un cuartel de la SS Waffen, sólo para que aquél pierda igual los estribos y responda con una retahila de invectivas infames, de las que en otra parte se avergonzaría. Puede uno imaginarlos a pantalla doble, rabiando y carcajeándose a un tiempo, a la distancia y al unísono.
Cuando a algún navegante ajeno a la dinámica del foro se le ocurre dejar un comentario, lo probable es que varios combatientes se le vayan encima como murciélagos. Carne fresca, ideas espontáneas: quién va a privarse de ese banquetazo. Por eso no es extraño que ahí de cuando en cuando caiga un nuevo exaltado y muy pronto le dé por mentar madres a los inquilinos, como con ganas de pasarse a avecindar. Es como si debajo de un puente hospitalario se reunieran los mismos vagabundos y pelearan por el mejor espacio y de tanto aguantarse terminaran reunidos en la misma familia. ¿O es que entre las familias no cunden los rencores soterrados?
Me gusta imaginarlos juntos en Nochebuena, brindando por la libertad de expresión, y unas horas después trenzados en un pleito de gatos callejeros, cada uno convencido de que sus adversarios son todos ratas y no tienen derecho a expresarse más allá del drenaje. Y es así que se animan y confortan, arrojándose ofensas embarradizas, salpicadizas y encima pegajosas desde la impunidad más comprensiva. Qué va uno a hacer, si así funciona la terapia.

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