martes, julio 31, 2012

Se solicitan chivatos (Diario Milenio/Opinión 30/07/12)


He olvidado si aquel anuncio espeluznante venía de la radio o la televisión. Con tantos datos sueltos fluyendo de uno y otro monitor, enfocar uno nuevo y hacerse cargo de su contenido no es cosa tan sencilla como se pretende. Por la noche, no obstante, la mosca no paraba de zumbarme en la oreja. Según se prometía en el anuncio, toda persona puede hacerse acreedora a una recompensa si consigue tomar una fotografía de probable interés noticioso y ésta es seleccionada para difundirse. O mejor todavía, un video. Interesados, favor de hacer contacto con la oficina del doctor Goebbels.
En la teoría no suena tan mal: hoy, cualquier desempleado con un teléfono en la bolsa puede aspirar a ser corresponsal de una cadena informativa. Estrella por un día, o por medio minuto, o por un triste octavo de página. Y eso si hay mucha suerte, porque es seguro que solamente un ínfimo porcentaje de informantes enviará material de interés. Menos aún serán los que repitan. La mayoría, se entiende, malgastará su tiempo y muy probablemente hará el ridículo, aunque de eso nadie se va a enterar. De ahí que suene raro, y hasta cómico, llamar corresponsal al soplón solitario que se busca la vida hurgando entre las vidas de los otros, igual que el miserable que rebusca monedas entre las coladeras. La diferencia es un teléfono inteligente.
A menudo, la inteligencia artificial comete estupideces naturales. Un celular realmente perspicaz ya habría aprendido a no estarme fastidiando en los momentos menos oportunos. Cierto que hay otros aún más gaznápiros, pero hasta un aparato primitivo viene equipado con su debida cámara y memoria bastante para incriminar a incontables incautos. ¿Pues quién, si no un incauto, va a atreverse a ser él o ella en plena calle, cuando ésta bulle de soplones potenciales armados de teléfonos con cámara y micrófono? ¿Cómo saber si no detrás de una ventana, un poste, un árbol, un parabrisas pleno de reflejos solares, se esconde alguna lente entrometida? ¿Será que hay que asumirlo, y en adelante actuar aquí y allá como si se estuviera en un escenario y al final aguardaran aplausos o tomates?
Hace ya muchas décadas, cuando aún los teléfonos no hacían más que ring y mi abuela no había cumplido los veinte años, le bastaba con un par de algodones para evitar el ruido del timbre telefónico y atender a susurros la llamada del novio pertinaz. Es decir que mi abuela contaba de antemano con la estolidez propia del aparato y aplicaba su ingenio a resolverla favorablemente. Sin chat, ni email, nitwitter, ni un miserable identificador de llamadas, podía sin embargo resguardar su invaluable privacidad con no más que dos trozos de algodón.
Cierto es que los teléfonos inteligentes admiten toda suerte de ajustes al gusto del usuario, incluyendo el botón de apagado. Ahora bien, esta opción produce suspicacias automáticas. ¿Pues qué andabas haciendo, que apagaste el teléfono? ¿Dónde voy a encontrarte, si acaso se presenta una emergencia? ¿Cómo pudiste ser tan egoísta? Desde que cada uno trae su teléfono, en especial si éste es inteligente, no atenderlo o de plano apagarlo parece tan difícil de creer como de perdonar. Se me acabó la pila, se disculpan algunos. Es que iba en un avión, inventan otros. El punto es que están dando cuentas de sus actos como un niño delante del prefecto y aceptan, cabizbajos, que el pecado social de la desconexión no está exento de recriminaciones y pide a gritos un justificante.
Sería sin duda sano, respetuoso y correcto poder argumentar que estaba uno leyendo, pensando o dormitando y por eso no quiso contestar, pero a oídos ansiosos esas salidas suenan a grosería. ¿Qué andaba, pues, haciendo cuando no se me dió la gana responder? He ahí el problema grande: puede uno controlar su teléfono, y si así se le antoja tirarlo en un retrete, ¿pero qué hacer con los demás teléfonos? Imposible saber cuál de ellos ahora mismo te vigila, sobre todo si tu conducta es de cualquier manera inusual o invita a la sospecha intempestiva. Ninguna de sus cámaras averigua motivos y razones, pero todas empujan a la conclusión rauda de que en esas imágenes hay gato encerrado.
Es un hecho que el mundo se llenó de fotógrafos. De ahí a decir que está repleto de acusetas no hay sino algunas cuantas campañas exitosas y un posicionamiento a la medida. “La policía eres tú”, por ejemplo. Ya están listas las armas: sólo falta esperar la multiplicación de las ofertas para armar un ejército de correveidiles y hacer del mundo un condominio de cristal. “¡Me leyeron la mente!”, habría celebrado J. Edgar Hoover.

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