martes, mayo 29, 2012

La primavera mexicana (Diario Milenio/Opinión 29/05/12)


Tal vez los chicos que ahora organizan movilizaciones multitudinarias en las calles de varias ciudades de México ni siquiera recuerden el temor de sus mayores cuando se empezaba a popularizar el uso de internet. Estar conectado, se decía entonces, era algo así como el principio del mal —desbancando claramente al ocio de su puesto estelar. El uso de internet, especialmente el de las redes sociales, iba a destruir las relaciones personales, a convertirnos en autómatas inexpresivos e incapaces de relacionarnos con nuestro entorno, mucho menos con las personas de ese entorno, y a transformarnos, gracias a la posibilidad de crear varias identidades en la red, en una bola de mentirosos. Algunos más, bastantes escritores de varias edades entre ellos, nos advirtieron con toda prontitud y con el conservadurismo del caso sobre los peligros más evidentes de la red: la banalización de las altas artes y la filosofía profunda, así como la potencial uniformidad de los productos escriturales. Menciono y exagero las cosas que se han dicho y se dicen alrededor de las ansiedades que produjo la irrupción de las tecnologías digitales en las vidas cotidianas de la ciudadanía no sólo porque, como ya había quedado claro en la primavera árabe y, luego, en el movmiento Occupy, las redes sociales también han jugado un papel fundamental en el surgimiento, y el registro del surgimiento, del movimiento La @MarchaYoSoy132 en México.

Es de llamar la atención que una tecnología que se alimentó, y a la vez nutrió, una idea fluida y mutante de la identidad, es decir, una idea relacional y contextual del fenómeno posidentatario, sea el encargado de reclamar transparencia y verdad. Cuando a la vieja usanza, el PRI se aprestaba para dar su golpe maestro, estigmatizando la identidad de los estudiantes de la Ibero como “acarreados” o “manipulados”, los estudiantes contestaron con algo más bien simple. Los estudiantes contestaron con la verdad. En lugar de poner a circular nociones de identidad flexible o en fuga, recurrieron a uno de los elementos básicos que suspenden y fijan tal identidad: la credencial escolar. Los documentos de identificación. Recuérdese que muchos trabajadores y otros marginales de fines del XIX e inicios del XX resistieron muchas veces los avances del Estado que, gracias al ejercicio de la fotografía, intentaba, eventualmente con éxito, fijar identidades sociales que permitieran una lectura vertical y una manipulación efectiva del todo social. Es de suyo interesante, pues, que dentro del contexto de las plataformas 2.0, ese mismo ejercicio haya sustentado un reclamo de verdad.

Aunque gran parte de la inconformidad estudiantil se presente en ciertos medios informativos como un movimiento por acceso a la información, la forma y los modos de la protesta apuntan a una realidad más compleja. Por principio de cuentas, cuando los estudiantes empezaron a grabar y, casi inmediatamente, a producir videos y otras formas de comunicación capaces de expresar su propia versión de las cosas, estaban reclamando más bien su acceso a los medios de producción de información. La crítica iba dirigida, pues, no sólo a la información producida por otros, sino a la apropiación y diseminación de los medios que hacen posible su producción en primera instancia. Ya sea enunciada abiertamente o no, la protesta juvenil no sólo critica a la información sino a una cierta forma de poder que, atañendo a la producción de la información, también se refiere, acaso sobre todo, a una cierta forma del poder en el todo social. Después de todo, desde la horizontalidad de redes sociales como Twitter, resulta particularmente evidente la verticalidad de la televisión y la verticalidad, también, del Estado mexicano y su manera de desplegarse en el espacio urbano.

La obsesión de las narrativas épicas por las hazañas del héroe y los medios tecnológicos que con frecuencia permitieron subsumir movilizaciones enteras a la cara o máscara de unos cuantos individuos, pocas veces nos dejaron ver la participación masiva de mujeres en una gran diversidad de movimientos revolucionarios o de protesta. Las tecnologías digitales y su impulso horizontal han dejado en claro lo que tantos historiadores sociales saben demasiado bien: que las mujeres, aún cuando se les omita en los recuentos oficiales, han sido participantes activas y dinámicas en la historia de México. Tanto en el video que los estudiantes de la Ibero utilizaron para acabar de tajo cualquier sospechosismo priísta como en las imágenes de las distintas movilizaciones urbanas que se han registrado después, resulta evidente la participación mayoritaria de jóvenes mujeres en el YoSoy132.

Mientras cundía en el mundo la protesta juvenil, no fueron pocos los que se preguntaron por qué en México no pasaba lo mismo. Naturalmente, lo que pasaba y pasa en México es el horrorismo de una guerra espuria que continúa amedrentando nuestras ciudades y carreteras y poblados con algo así como 60 mil muertos. No sé qué vaya a pasar con el movimiento Yosoy132, pero sí confío en que sólo una sociedad civil activa podrá exigir un alto a esa política criminal que ha asolado a la ciudadanía durante el más reciente sexenio panista.

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