martes, enero 31, 2012

Turismo enmascarado (Diario Milenio/Opinión 30/01/12)

Un tema nunca pierde vigencia entre los colombianos: el vecino Hugo Chávez y sus ocurrencias. Nada como el absurdo para acabar de golpe con la discusión.

1. Agenda cartagenera

Las mujeres, se dice, suelen perderse al interior de los mapas. Y el hombre, según esto, detesta pedir señas en las calles porque encuentra una suerte de recompensa, a buen seguro emparentada con la vanidad, en llegar sin ayuda a su destino. Y aun si esto no sucede —como ahora que deambulo por Cartagena de Indias amurallada— algo de fascinante tiene que haber en esto de extraviarse durante horas por los rincones de una ciudad extraña cuyas calles serpentean, se enlazan, se parecen, y encima de todo eso cambian igual de nombre que de orientación. Sin el mínimo ánimo de desentonar, cedo asimismo a un extravío mental no menos trapacero que la ciudad que se burla de mí, como si fuera el único turista que se pierde porque le da la gana.

No sé por qué supongo que sumido en un par de ansiedades colombianas voy a disimular la facha de turista que no me deja extraviarme a placer. Esto es, pasar totalmente inadvertido: privilegio chilango no aplicable en los meandros amurallados. He intentado fingirme casual e indiferente, pero luego de dar tantos rodeos por las mismas esquinas debo de ser ya parte del paisaje folclórico de hoy. La extranjería es dura de disimular; el cuerpo habla por uno y delata manías que a gritos la confirman, aun si a ratos me siento en una banca y hojeo un ejemplar de la revista Semana, cuya portada exhibe de cuerpo completo al general Henry Rangel, desde hace pocos días Ministro de Defensa venezolano, conocido por su documentada alianza con Rodrigo Londoño Echeverri: nada menos que el mítico Timochenko, máximo gerifalte de las FARC. Un tema intensamente colombiano, digno de alguna trama de espionaje político lo bastante torcida para admitir un rango inagotable de especulaciones. ¿Será que si especulo con soltura pareceré tantito menos turista?

2. Chalanes de la guarda

En todo caso, he dejado el mapita del Centro Histórico sumido en lo profundo de la maleta. Una cosa es que por virtud de su género pueda uno entenderse de pronto con los mapas, y otra que esté dispuesto a abrir y examinar un mapa a media calle, que en términos estrictamente citadinos equivale a ponerse una diana en la frente y convocar a un torneo de dardos. En medio de un evento con los ecos del Hay Festival, parece inevitable que permanezca abierta la temporada de caza del turista, de modo que despliego mi ejemplar hasta quedar oculto detrás de él. Si por el modo en que paso las páginas se puede adivinar mi origen chilango, apreciarán al menos mi sincero interés. Regreso al reportaje y encuentro en un recuadro varios de los top hits entre los miles de correos electrónicos encontrados en la computadora de Raúl Reyes, mismos que certifican la amistad entusiasta del general Rangel con Timochenko, así como sus oficiosas gestiones para hacerle un lugar a la piadosa banda de narcoplagiarios en las diarias plegarias de su jefe, Hugo Chávez. Tal parece que basta con que el mandatario se pesque del rosario y pida por la suerte de un par de sus cruzados afiliados para que la noticia se transmine cuartel abajo y en cosa de minutos salgan pitando sendos comandos subrepticios a llevar portafolios, espías o misiles a los parceros que los necesiten.

“Por Fidel, por Mahmoud, por Kim”, se persigna una y otra vez el comandante Chávez, y así sus acichincles, perceptivos que son, entienden que se trata de una misión divina y se aplican a ello con premura diabólica y eficacia arcangélica. ¿Qué le costaba, entonces, persignarse también por los muchachos de Alfonso Cano, tan dóciles y atentos que con tal de obtener su padrinazgo le dieron su palabra al general Rangel de no llevar a cabo un solo secuestro en territorio venezolano? Imaginemos ahora la alegría de Timochenko nada más enterarse de que todo el Ejército de Venezuela se halla bajo la bota de su amigazo, el mismo que fue a dar a la cárcel junto a Chávez tras su fallido putsch del ’92. Mahmoud, Fidel, Kim Junior y una inabarcable lista de socios fraternales tendrá también que celebrar el nombramiento de un hombre de acción al mando de un ejército armado y entrenado con celo jihadista para elegir entre Patria y Socialismo, o Muerte. Y es un hecho que a los hombres de acción no les gusta esa vaina de las elecciones.

3. Carcinator II

La visita comienza a sentirse en su casa nada más se le invita a hablar mal del vecino. Y no es que hable con nadie, sino que recorrer calles como éstas invita a fantasear con toda suerte de intrigas de folletín. ¿Qué decir del torneo adivinatorio entre quienes compiten por estar más al tanto de los meses o años que le quedan de vida a Hugo Chávez? Una justa imposible, de cualquier forma, si el folletín es la especialidad del Padre de Todos los Bolivarianos. Contra quienes opinan que el melodrama burdo menosprecia la inteligencia del espectador, el Comandante entiende que los provocadores no razonan delante de su clientela, si lo que buscan no es abrir el debate, como desesperar al adversario con argumentos burdos y tramposos que son meros insultos a la inteligencia, respaldados por el eco agobiante de hinchas, canchanchanes y contlapaches.

Cada vez que le para los pelos a sus críticos con nuevas ocurrencias inverosímiles, el Comandante Chávez hace una exhibición de fuerza bruta. No es su agudeza, sino su audacia impune la prueba irrefutable de su poder. Tiene a medio Colombia y a todo Venezuela discutiendo sobre temas insulsos que él mismo sugirió, como esa extravagancia de los sarcomas teledirigidos, mientras allá en lo oscuro gira instrucciones al bedel Rangel para apretar las tuercas de su poder a prueba de urnas respondonas. Siento que estoy a punto de ascender al siguiente nivel de la especulación local cuando observo que allá, del otro lado de la plaza, resplandecen las puertas del hotel y las primeras luces del lobby redentor. Todavía dudando entre dos tramas insolubles —en una, un batallón de espías colombianos parte hacia Venezuela con la misión de aprender a distinguir a un soldado de un secuestrador; en la otra, un ambicioso emperador hawaiano se divierte operando los controles de un sofisticado cañón lanzatumores— vuelvo a mi condición de turista y respiro aliviado. Se acabó el extravío: necesito encontrar ese maldito mapa.

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