lunes, enero 02, 2012

El gordo y los flacos (Diario Milenio/Opinión 02/01/12)

Al peor patrón del mundo lo delatan sus números. ¿Qué decir de un país donde una vida entera de trabajo no se cotiza en más de cien dólares?

1 Embriaguez pitagórica

Según aconsejaba Dean Martin, el mejor remedio contra la resaca consiste en permanecer ebrio. Algo igual de riesgoso podría decirse de los números, que así como son útiles para poner en orden las ideas, suelen pintarse solos para sacar de quicio al más equilibrado. Cierto es que algunas veces la numeralia miente, tanto como que otras expresa las verdades de una manera tan despiadada que incluso la mentira sería preferible. Hoy, por ejemplo, que acometo estas líneas —primer día del año, tiene que haber centenares de millones de mortales sufriendo los rigores de lacruda— me ha servido de poco despertar razonablemente libre de resabios etílicos, una vez que el vacío propio de esta suerte de doble domingo me ha hecho caer en una honda ebriedad numérica, cuya resaca evito aplicando la cura del bueno de Dean Martin. Una vez que los números conspiran en el empeño de desquiciarlo a uno, solamente otros números conseguirán salvarle del abismo. ¿Cuántas noches no han llegado los negros, por irreales que fueran, a rescatarnos del feroz insomnio causado por los rojos, maldita sea su estampa?

Abundan, por supuesto, las noticias que le dejan a uno la conciencia atascada de números rojos. Como aquellas que hablan de los países donde ciertas empresas multinacionales encuentran la manera de explotar a niños y adultos en la maquila de sus productos. Horarios inclementes, pagas misérrimas y situaciones de esclavitud virtual son moneda corriente en estos casos, de modo que más de uno elige combatir el malestar que estas noticias le provocan a fuerza de evitar consumir las marcas identificadas con esas infamias, y asimismo recomendar a sus amistades que se unan al boicot. Funciona, en estos casos, apelar al auxilio hiperbólico de la numeralia. ¿Cuántas horas, digamos, tendría que trabajar un niño hambreado por la maquiladora para comprar tan sólo un par de tenis como los que ésta produce? He ahí una oportunidad de oro para lanzarse hasta el fondo del pozo de la embriaguez numérica y el morbo consecuente. De ahí a calcular los ingresos totales de la compañía y contrastar salarios diminutos con ingresos astronómicos ya no hay casi distancia. Los números invitan, todo es cuestión de seguir embriagándose.

2. ¿Quién dijo esclavos?

Justamente el primer día del año, Georgina Higueras ha publicado en El País uno de aquellos enojosos reportajes que expanden la conciencia hacia abismos donde hasta los más sobrios quedan sujetos a los efectos de la resaca moral. Luego de entrevistar a dos contrabandistas norcoreanos —vendedores de champiñones, cazadores de ranas, importadores a ínfima escala de videos prohibidos— que tras meses de intensa peripecia consiguieron llegar a Seúl, la periodista acude a algunas cifras que ya de por sí expresan la hondura del abismo, como los trece años que un norcoreano debe pasarse en el servicio militar, pero seguramente la más perturbadora de sus cifras tiene que ver con el salario promedio al que puede aspirar: 10 centavos de euro. Esto es, 13 centavos de dólar. Un peso mexicano con ochenta centavos cada mes, o en su caso seis centavitos diarios.

Con el fin de evitar, al menos por ahora, comparaciones drásticas y tragicómicas, tomemos un ejemplo conservador: bajo el régimen de los hermanos Castro, un trabajador adscrito a una maquiladora multinacional gana un salario neto equivalente a 20 dólares al mes, una vez que el Estado le retiene 380 como impuesto automático. Para ganar lo que un afortunado obrero o profesionista cubano recibe cada mes, los norcoreanos deben tallarse el lomo a lo largo de doce años y nueve meses. Ahora bien, si la meta fuese llegar al sueldo bruto de 400 dólares por mes, el súbdito de Kim Jong-un debería trabajar durante poco más de 256 años. En términos realistas, 64 años de trabajo fecundo le rendirían un total de cien dólares. Es decir que si empieza a trabajar a los dieciséis años y ahorra desde entonces la heroica mitad de lo que gana, tendrá a los ochenta años el dinero bastante para comprarse unos tenis baratos, aunque no tenga dónde ni cómo. ¿Numeralia tramposa, ocio fácil, quirofricción mental? ¿Y qué más puede hacerse con tamañas cifras?

3. Engordando la nómina

Sobra decir que la información disponible para el común de los mortales sobre la economía norcoreana suele ser tan dudosa como contradictoria. Supongamos que así es y los norcoreanos ganan en realidad el doble, o el quíntuple, o hasta diez veces más el sueldo aquí citado. ¿Sería siquiera un poco reconfortante saber que se les paga el equivalente a dieciocho pesos mexicanos al mes? Volvamos, pues, a esos 13 centavos de dólar y echemos a volar la fantasía, nosotros que podemos. Pues si para uno resulta complicado figurarse cómo se vive con un sueldo así, la casi totalidad de los veinticuatro millones de norcoreanos son sin duda incapaces de imaginar las dimensiones de un sueldo anual como el de, digamos, Novak Djokovic, quien nada más que jugando al tenis se embolsó en 2011 la friolera de 12 millones y 600 mil dólares. Esto es, el sueldo anual de ocho millones de norcoreanos.

Desde que la televisión norcoreana transmitiera supuestamente en vivo el entierro del sátrapa rollizo, las imágenes de todos esos miles de llorones enjutos han suscitado toda clase de hipótesis. ¿Lloraban por ingenuos, por serviles o nada más buscando salvar el pellejo? ¿Cómo era que berreaban todos al unísono? ¿Cumplían instrucciones, hacían méritos, sentíanse quizás desamparados ante la ausencia súbita del patrón más abusivo del mundo? Podría uno pasarse el reinado completo del rechoncho heredero especulando en torno a estas ideas, sin por ello reunir las mínimas certezas al respecto. Pero ahí están los números y son demoledores. Si hay quienes creen, acaso con razón, que efectuar esas cuentas inclementes significa una triste pérdida de tiempo, ¿qué decir de las dudas sobre si los dolientes del gordolobo lloraban de verdad o hacían de plañideras para no malquistar a sus mandamases? ¿Es menos indignante saberlos oprimidos como esclavos o engañados como niños pequeños? ¿Qué hacer con esta clase de resacas?

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